Sabemos que los besos nos ayudan a vivir más tiempo, que en un beso de 10 segundos se comparten 80 millones de bacterias, que con sólo un beso podemos escoger a nuestra pareja.
Pero los besos escoden muchas más cosas y muchas de ellas tienen que ver con la química de nuestro cerebro.
Los labios, junto a las yemas de los dedos, son las zonas del cuerpo con mayor densidad de terminaciones nerviosas, es decir, pueden percibir y explorar diferentes experiencias para luego transmitir esa información al cerebro.
Luego de recibir toda la información que se transmite durante un beso y el cerebro finalmente la acepta, comienza a segregar algunas sustancias químicas que comunican unas neuronas con otras, es decir, los neurotransmisores.
Algunos de los neurotransmisores que se liberan durante un beso son: la dopamina, capaz de hacernos sentir placer y bienestar, serotonina, con la que podemos sentir excitación y optimismo, aunque también puede tener un efecto de ira y agresión, epinefrina, que aumenta la frecuencia cardíaca, el tono muscular y la sudoración y la oxitocina, que genera apego y confianza.
Todos estos neurotransmisores no se liberan en iguales cantidades y tampoco actúan sobre las mismas neuronas, por lo cual algunas sensaciones dominaran sobre otras, dependiendo de cual neurotransmisor se imponga.
La química del beso cambia a lo largo de una relación de pareja, si bien al principio se puede liberal más dopamina, a medida que la relación avanza se llega a una etapa más calmada donde se segrega más oxitocina, se besa con menos intensidad que al principio pero se llega a una etapa donde lo hacemos de manera más cariñosa y estable.
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