Salud


No caiga en la “dependicitis” emocional

COLPRENSA

07 de febrero de 2013 04:04 PM

A veces no nos damos cuenta, pero sufrimos de “dependicitis”. Y aunque esa palabra no existe en el diccionario, la hemos anexado tanto a nuestro léxico de vida que, sin siquiera pronunciarla, la repetimos en la mente más que cualquier otra.
El término significa ‘apego’. Creemos que si no tenemos algo o no vivimos al lado de alguien, no podemos existir. Más allá de la importancia de compartir con quienes nos rodean o incluso de gozar lo material, deberíamos tener presente que somos espíritus viajeros y que nada de lo que hoy está en nuestras manos permanecerá por siempre a nuestro lado.
La juventud se nos va; el tiempo se nos escapa a cada instante; y hasta el puesto que hoy desempeñamos en la empresa, mañana alguien lo ocupará.
Es claro que pensar en este neurálgico tema produce escozor. De hecho, no debemos hacer una “apología” con la idea de que algún día partiremos de este mundo, porque en últimas eso sería angustiarnos de manera injustificada.
No obstante esa aclaración, sí resulta pertinente asimilar la idea de que todo llega y que todo pasa; desde lo “bueno” hasta lo que calificamos como “malo”.
Algunas personas se atan a las cosas materiales dándoles a ellas un valor descomunal, olvidando por completo que son los sentimientos los que cuentan.
Deberíamos aprender a desapegarnos con la convicción de que no somos dueños de nada ni de nadie. Todo lo que creemos tener es prestado: su oficina, su casa, sus amigos y hasta los hijos también son “fiados”.
Ese ser o esas cosas materiales a las que nos aferramos no van a permanecer siempre para sostenernos.
Ni nuestras sombras van a estar a nuestro lado. Si no lo cree, por qué no intenta buscar su reflejo en la oscuridad y se dará cuenta de que jamás lo encontrará en las tinieblas.
No deberíamos depender de alguien o de algo para ser feliz. Usted puede disfrutar una fiesta sin tomarse ni una sola copa: ¿quién dijo que el trago es el pasaporte a la alegría?
Lo más doloroso es perdernos nosotros mismos aferrándonos a algo que no está ni que mucho menos necesitamos.
¿Por qué estar atado a personas que, bajo ciertos imaginarios, nos hacen sentir que sin ellas no seríamos nadie?
Si alguien llega a nuestras vidas y concluimos que solo nos trae problemas, malos ratos o situaciones insoportables, tal vez sea tiempo de mostrarle de manera amable la puerta de salida de nuestro corazón.
Quienes viven de los maltratos de sus parejas deberían reconsiderar la importancia de desapegar de ellas.
¿Cuál es la recomendación que deberíamos seguir con el tema que hoy planteamos en esta página?
Que debemos aprender a vivir, a sentir y a ser feliz cuando corresponda, pero sin ataduras.
No podemos depender del “qué dirán”, de la vanidad, de las apariencias, de los ídolos, en fin…;
El apego nos hace estar presos, nos vuelve desconfiados e inseguros. Y esa prisión es la que no nos deja ser felices; porque aunque estemos llenos de muchas y muy buenas cosas, no dejamos de vivir tras los barrotes de la dependencia.
La verdadera felicidad se encuentra fuera de esa prisión, está de manera paradójica en la libertad de no poseer nada
Si nos desapegamos nos convertimos en personas libres y, lo mejor, es que nos preparamos para mantener relaciones serenas y, sobre todo, para no vivir alienados.
¿Cómo hacerlo?
Debe estar tranquilo, “vivir el hoy” fuera de los apegos que la mente le produce. Deje de angustiarse por bobadas.
Por ejemplo, no hay que ser fanático de las religiones, sea cual sea nuestro credo. Sigamos a Dios, oremos y practiquemos sus enseñanzas, pero no nos volvamos adictivos a ideas obsoletas que, lo único que hacen, es enmarcarnos en un prisma limitado, el cual termina negando nuestra propia razón de ser.
Un ejemplo más: cuando elijamos estar con alguien, no nos atemos ni seamos esclavos de esa persona: dejémosle tener sus espacios y respetemos sus decisiones; mejor dicho, la clave no está en agarrarse a esa relación, sino en soltarse. Amémosla sin cadenas y con respeto a ella y a nosotros mismos.
Recuerde que la singular frase del “para siempre” no existe del todo en nuestra vida; tal vez deberíamos entender que la vida se debe gozar, al menos “mientras dure”.
Llegamos al mundo sin nada y así nos iremos de él; excepto el amor, todo es prestado.
Sueñe con fe
Alguien dijo una vez que el sueño es la única capa que logra cubrir los sufrimientos, el único manjar que quita el hambre, el único sorbo que ahuyenta la sed y el único fuego que calienta el frío. También dijo que para que esa capa, ese manjar, esa hambre, ese sorbo y ese fuego se conviertan en realidad, el ser humano debe dejar que sus sueños vuelen. Para ello, hay un consejo especial: ¡Recuperar los sueños de la infancia! Esa es una de las salidas para tomar la pista de nuestras esperanzas, deseos y metas.
Si no lo cree, vaya por el túnel del tiempo y recuerde qué soñaba cuando era un niño: ¿Qué quería ser cuando llegara a la mayoría de edad?; y cuando jugaba al escondite, ¿Cuál era el sitio que lo hacía sentir más seguro?
Si ya tomó el ‘tiquete del pasado’, analice cómo hacía usted para lograr lo que quería: ... Pues, ¡soñando!
La pregunta que surge entonces es: ¿Cómo pueden los niños traducir sus sueños infantiles en realidades? Ellos dejan que sus sueños vuelen.
¡Claro! tiene que ser un sueño posible. Porque usted puede imaginarse que se gana la lotería, pero no precisamente al amanecer aparecerá el ramillete de billetes debajo de su almohada.
No hay una ‘varita mágica’ por ahí dando vueltas; el sueño simplemente tiene que planearse con fe. 

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