Con motivo del nuevo estilo de administración del Teatro Heredia volvió a plantearse el temas del cambio de nombre, para llamarlo, simplemente, Adolfo Mejía. La decisión ha merecido el rechazo de la mayoría de la gente, según sondeo publicado, la semana pasada, por “El Universal”, que se pronuncia a favor del respeto a la decisión de los abuelos. Y ahora, cuando se reúne el Concejo en sesiones ordinarias es conveniente insistir en la necesidad de reafirmar el viejo bautizo del centro cultural. El cambio de su nombre no tiene explicación razonable. Es un verdadero despropósito en el sentido literal de la palabra que, de acuerdo con el diccionario de la lengua castellana, significa: “dicho o hecho fuera de razón, de sentido o de conveniencia”. Para rendir un homenaje – en este caso a Adolfo Mejía – no es preciso maltratar la memoria de la ciudad ni ofender la tradición. Cartagena, que es “Patrimonio de la Humanidad” por su monumentalidad y la grandeza conquistada en 476 años de existencia, no se puede dar el lujo de irrespetar su propia historia. El teatro fue inaugurado al celebrarse el centenario de la declaración de independencia, en 1911. En esa época se le llamó “Municipal”, denominación que se mantuvo hasta 1933. Entonces, cuando se cumplían cuatro siglos de la fundación de Cartagena, se le dio el nombre de “Heredia” como merecido homenaje a quien le dio vida como ciudad y puso las bases de la villa que sería la joya de España en la América colonial. Esa es la única verdad y el tributo de reconocimiento a un hecho histórico incuestionable. Ahora llegó el momento de la rectificación al conmemorarse, dentro de 27 meses, el bicentenario de la magna gesta emancipadora. A fin de cuentas, Heredia es la primera figura de la aventura que ha vivido esta urbe cantada e idealizada, ofendida y descuidada. A él se debe su nacimiento. Decir que hay demasiadas exaltaciones a su gloria no pasa de ser una tontería. Si se quiere, y así se resuelve, que no se le rindan más homenajes. Pero es tan inaudito como irreverente que se le infiera afrenta a su recuerdo borrando su apellido de un monumento que ya pertenece a la vida misma del viejo Corralito y está grabado en la conciencia colectiva. De otra parte no tiene sentido equivocarse, casi conscientemente, introduciendo cambios en el nomenclator de los lugares si no van a tener vigencia ni porvenir, porque ya el antiguo nombre pertenece a la memoria ciudadana. Hace poco más de una década, el maestro Grau declaró que para él, autor del maravilloso techo de las musas y del telón de fondo del teatro, éste se llamará siempre “Heredia”. Nada más. Hay que ser justos. El maestro Adolfo Mejía sí merece un homenaje. Vamos a rendírselo. Pero no a costa de la tradición y de la historia. Yo estoy seguro de que, si viviera, el gran Donaldo Bossa Herazo, que fue su amigo fraternal y su compañero entrañable, al lado de Gustavo Lemaitre, se opondría a la iniciativa. Por mezquina y por equivocada. Y porque hay que exaltar los méritos de las personas concediéndoles valores propios, con auténtica imaginación creadora. Proyectemos el nombre de Mejía hacia el futuro, con generosidad. No lo releguemos, al aprobar un tributo torpe e inconsulto, al triste papel de suplantador de su personaje ampliamente consagrado por la historia.
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