Revista dominical


Adaptación

RICARDO CHICA GELIS

21 de agosto de 2011 12:01 AM

Aquel jueves por la noche la lluvia era imparable y el chicamóvil, un venerable Renault 4 del 88, era una lancha. Desde hacía un par de horas se desplomaba el cielo en agua y se me hacía tarde para una cita. Salí corriendo de la universidad, apenas noté que escampaba. “¡Chica, dame el chance!” escuché el grito de una mujer. Se trataba de una conocida de la infancia que imploraba rescate, junto a su pequeño hijo. “Móntate”, le dije. Ella iba a mi lado y el niño atrás. En frente divisé el charco, pero, aposté que no era profundo, en especial, porque veía los taxi – zapaticos pasar con toda tranquilidad. Un charco que se forma justo al pie del antiguo almacén LEY.
El agua comenzó a meterse al carro,  cosa a la que estoy acostumbrado. “Tranquila” le dije a mi amiga, apenas ella advirtió que se mojaban sus zapatos. Pero el agua  subía rápido. Los taxi – zapatico que había visto carretear como niños sobre el agua, se habían varado. Los espontáneos de siempre, comenzaron a cobrar para empujar carros y desvararlos. “Ricardo, me estoy mojando las nalgas” Dijo mi copiloto casual. Guardé silencio. “Mami: ¿Me quito los tenis? Se me están mojando” dijo el niño. “Quédate quieto” le advertí. Los zapaticos varados no nos dejaban avanzar y, para rematar, habíamos quedado justo detrás de una camioneta doble cabina que comenzaba a expulsar agua por el mofle. “Chica ¿Y esto no se apaga?” Me interrogó en tono calamitoso, mi amiga bocachiquera. “Cálmate” Le dije en tono tranquilo. Miré hacia el parqueadero que queda detrás del Banco de Bogotá y los carros lucían enterrados bajo el agua. Miré hacia el otro lado, a espaldas del Edificio Nacional, y me percaté que el nivel del agua estaba a punto de entrar por mi ventana. Apretó a llover y las bolsas de plástico, la basura y las ramas secas pasaban por el frente del carro, cual barquitos de papel. Los faros del chicamóvil comenzaron a tintinear. Al igual que el motor.
Pero el truco es el siguiente: mantener el motor revolucionado. No deben soltar el clutch y deben acelerar, con miras a evitar que entre el agua por el mofle. Así mismo, el carro no se apaga; eso sí, ténganlo siempre en primera marcha. Apenas la camioneta que tenía delante, me dio un resquicio, pude pasarla y me fui detrás de un carro que estaban empujando en ese momento. Mi objetivo era llegar al semáforo de la Avenida Venezuela para tocar tierra seca y, estando ahí, el agua salió del chicamóvil. 
La cosa no paró ahí. No pudimos acceder a La Matuna, porque la condición era igual. Todo era un caos y los que pudimos nos fuimos en vía contraria. La Torre del Reloj era una batea, el agua de la Bahía de las Ánimas llegó hasta el Camellón de los Mártires y no se podía salir con facilitad de Bocagrande. Llamó mi mujer al celular y le comenté mi plan de irme por la avenida Santander y llegar al Bosque atravesando por San Francisco. “San Francisco se está desbaratando, ni se te ocurra” Le escuché decir. En verdad, eran pocas las opciones. Me fui por Marbella para coger a Torices y nada. Agua. Crucé el puente de Crespo para llegar a Canapote y lo mismo, pero, ni modo. Me tocó aplicar la que les dije arriba: revolucionar el motor. Lo hice con dolor de mi alma, porque, yo le echo el chicamóvil a cualquier zapatico y a cualquier cuatro puertas, pero, no es para tanto golpe. Además habíamos pasado del agua con plástico en el centro, al agua con barro que venía de La Popa. El nivel del agua era menor, pero, la cantidad de peñones son un desafío mayor para mis aventuras choferiles en esta ciudad que se desmorona. Logré salir, pero, igual: agua en el Pie de la Popa. Me fui por Manga que, después de casi dos horas, ya estaba seco. “No joda mami, ¡Qué culo de vuelta pa llegá a la casa!” expresó el niño en la banca de atrás. La madre batió su puño para meterle un cascúo al hijo: casi le atina. “¡Cachito! ¡Deja la plebedad!” lo reprendió mi amiga. El niño celebró y relató la pequeña aventura acaecida, mientras se bajaban el carro. “¡Y este morrocollo no se apagó, Mami! ¡Parecía una lancha!” Todo un parlanchín después del susto.
Un par de días después, Ricardo Lozano director del IDEAM, lo dijo en una entrevista en el periódico El Tiempo: el cambio climático ya está aquí, no tiene reversa y no estamos haciendo gran cosa para adaptarnos. Que Dios nos vea.

ricardo_chica@hotmail.com

 

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