Revista dominical


África en la sangre de Joe

REDACCIÓN COLOMBIA

31 de julio de 2011 12:01 AM

El Joe era un Griot urbano. Tenía la formación sacral de un oficiante que hizo de la palabra rima y de su pensamiento ritmo. Ese oficio como cantor lo aprendió de los sacerdotes de la palabra de San Basilio de Palenque quienes en el barrio Nariño lo ungieron desde niño para que oficiara como mensajero de los Orishas, especialmente de Changó, que era su Orisha protector o Ángel de la Guarda según los usos y costumbres religiosos de la etnia yoruba.
Era un transmisor de alegrías y sentimiento a través de su arte, un ungido desde su nacimiento por las divinidades del panteón yoruba que un martes de Julio día de Yemayá, la dueña de los mares y los corales a los que tanto cantó, culminó su misión terrenal de manera perfecta, marcando un hito en la historia musical de Colombia, del Caribe y del mundo.
Para el africano de todas la geografía de ese continente la danza es una oración, el canto plegaria y la imaginación poesía fabulante.
Por la sangre de Joe Arroyo cabalgaban todos esos genes, por sus venas circulaba todo ese mensaje divino otorgado por Olodumare a unos pocos elegidos,  era un clásico exponente de esta condición.
Su hábitat desde muy niño estuvo permeado por elementos de incuestionable africanía que coparon toda su cotidianidad, la influencia de un entorno conformado por familias de noble oriundez de San Basilio de Palenque,  permeó su imaginario y enriqueció sus saberes con una hermosa y colorida ritmación palenquera que se remonta a siglos de tambores encantados, de pechiches y llamadores, de magia, de mar, sol, selva, galeones, danza y sacralidad.
En estos días de duelo por la muerte del inolvidable cantor, en San Basilio de Palenque, Siquito, el anciano poseedor de la sabiduría ancestral de los sacerdotes congos y los ganguleros de palo mayombe o mayimbe, Encarnación Padilla “Caná”, Manuel Perez poseedores de los saberes y conocimientos del ayer, del hoy y del mañana en compañía de ancianos, ancianas y amigos del Joe en ese hermoso asentamiento tribal, realizan un Lumbalú en los mundos superiores con incesante percusión del tambor pechiche para guiar al inmortal Joe Arroyo al sitio de su “nueva residencia”.    
El pechiche retumba con su sonoridad mágica y sacral en San Basilio de Palenque, la gestualidad danzaria de los orantes le indica con sus movimientos con mántricas connotaciones al alma del cantor, el camino hacia los patios infinitos donde moran los ancestros con nombres sonoros como Benkos Biohó, Kanú, Okoro, Okeke, Nzinga, Orika, “Batata”, Lumumba y el mandinga Sundjata que lo esperan para unirse al coro celestial que le canta a los dioses uniendo su voz a la de Benny Moré, Miguel Matamoros y Celia Cruz acompañado por la mágica percusión de los tambores de Paulino Salgado el inmortal “Batata”, quienes lo abrazan cariñosamente “allá” en su nueva morada.
Hoy, al igual que gran parte de la población, me tocó presenciar en el marco  de la ceremonia fúnebre, el sonido encantador de la música del Caribe expresada en esta ocasión de manera franca y espontánea,  la ritmación mágica y sonora de los cadenciosos currulaos del pacífico que hicieron presencia rítmica, de gran relevancia en el ritual mortuorio incomprensible para muchos pero que le dieron con sus cánticos mágicos una connotación religiosa y especialmente sacral a este evento que pasó desapercibido para muchas personas.
La coralidad, los cantos bantúes y bambaras de Esperanza Biohó, Olga Perea Murillo y otros cantaores rituales reconocidos en el Pacífico colombiano y en toda nuestra geografía, acompañados de esa sensualidad gestual que a pesar de lo aparentemente alegre, era supremamente triste y apesadumbrada.
Muchos se percataron de la presencia de entes divinales africanos llamados por los cantos chocoanos para acompañar al Griot universal al Oriente Eterno.
La gestualidad en el baile que vimos en la velación y en el entierro  en algunos de sus pases movimientos y giros se nos hizo muy similar a las danzas alusivas a Yemayá en una playa cualquiera del Caribe o en ocasiones a la gestualidad danzaria o bailes  realizados en los eventos teofánicos cuando “baja” Elegguá, Changó, Oggún, Ochún u otro Orisha, a montar a uno de los “caballos”, es decir, los religiosos poseídos temporalmente por algún orisha referenciado percusivamente a los cuales al momento de “bajar”, se le hace su toque respectivo.
Esa gestualidad al “bailarle a un orisha” determinado, es exactamente igual a la que se realiza en cualquier lugar del país, hoy la apreciamos en toda su plenitud en la tarima, en los bailadores presentes que espontáneamente expresaban “algo” que quizá ellos mismos desconocen, en los funerales del inmortal cantor.
Al Orisha se le baila con esa gestualidad desinibida y franca  que vimos en el entierro del Joe, también con ese tipo de danza se le habla, se le increpa y se le pide.
Interpretar la voz del Orisha en sus nuevos estares, debió ser el primer gesto rebelión del africano cimarrón en América. Es acudir al llamado de la Voz de los Ancestros, como decía el poeta cartagenero Jorge Artel, un iniciado en los Misterios tanto en Cartagena de Indias como en Santiago de Cuba. Es pedirle a la naturaleza favores, a los Orishas representados en piedras a las que los yorubas consideran el cerebro de la naturaleza, es acudir a la intuición como el elemento que desata la magia y se anida en donde sea que esté el nicho fantástico de la inteligencia humana.
Los yorubas, bantúes, yolofos, bijagos etc., que trajeron como esclavizados a América y a Cartagena de Indias en particular,  trabajaron con yerbas y palos para sanar a las personas, para prevenir conflictos, para aumentar el amor y el erotismo, todas esas manifestaciones fueron temas de las canciones de nuestro Griot, Alvaro José Arroyo.
Joe con sus vestiduras de Babalao, en todas sus canciones enviaba mensajes a los Orishas, y para congraciarse  con ellos a través de sus prosa musicalizada le llevó girasoles para mi Oshún, azucenas a Obbatalá, príncipes de pura sangre para Changó, las siete potencias y Yemayá y para Babalú Ayé gladiolos blancos. Un gallo rojo para Changó, palomas blancas a Obbatalá, un pato a Yemayá, un chivo para Elegguá, una paloma para Oggún. Un garabato de guayabo para Elegguá, un cogollo puntudo de palma real para Changó, un ramo de albahaca para Obbatalá, unas hojas de siempreviva para Orula y ramas del palo de mango para los muertos (Eggun).
Esas eran las canciones de nuestro desaparecido Griot Alvaro José Arroyo y parte de sus temas, melodías cantadas con un inmenso y profundo fondo religioso incomprensible para muchos televidentes que  solo miraron “la parte externa” de la velación y el  entierro.
Había una mezcla de etnias africanas haciendo presencia religiosa ostensible y tangible. Los africanos de la etnia yoruba nos enseñaron lo que la antropología moderna define como animismo como culto a la naturaleza que le asigna alma a los elementos de los reinos animal, vegetal y mineral y del universo. Lo que define como manismo o culto a  los antepasados y a los muertos, y el psiquismo que le pone a la inteligencia humana como lo más grande que hay en la naturaleza y en el universo. Hoy rindiéndole culto al más grande exponente musical de nuestra Afrocolombianidad, a nuestra caribanía,  a un Griot del Caribe y aeda urbano, lo despedimos como lo hacen los sacerdotes yorubas:
¡Aché amigo Joe ¡Que Ibaé Iban Tonú!

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