Revista dominical


Al garete

RICARDO CHICA GELIS

28 de agosto de 2011 12:01 AM

Aquí no va a pasar nada. Se cayeron dos mil casas en el barrio San Francisco y no va a pasar nada porque hace rato pasamos el punto de no retorno y no hicimos nada para evitarlo. Me acuerdo del señor Jorge Piedrahíta Aduén: un buen hombre, noble y valiente que se lanzó cual caballero a luchar contra el diabólico dragón. Yo lo recuerdo desde el escarmiento, porque su caso es un mensaje claro para quien ose desafiar las fuerzas oscuras del poder. El señor Piedrahíta, él solito, intentó destapar las supuestas irregularidades del proceso de privatización del antiguo muelle del terminal y, de esta forma, beneficiar a toda la sociedad cartagenera con un patrimonio colectivo, con una fuente de recursos que hoy hubieran servido para construir más, mucho más de las dos mil casas  que se cayeron en La Popa. ¿Y Piedrahíta cómo terminó? Perseguido, enfermo y en la cárcel. Y olvidado que quizás es lo más doloroso.
Yo le pido al próximo alcalde que deje las cosas así. Es mejor. Yo le pido que, por caridad de Dios, no prometa nada. No es que desconfíe de ellos, lo que pasa es que a la Alcaldía no se llega solo y ello supone quedar atrapado en la maraña del clientelismo y a expensas de la ley de Herodes: Si no te chingas, te jodes. Y repito: no es que desconfíe de los candidatos, porque yo sé que el funcionario público en nuestra ciudad está satanizado, cuando, en realidad, allí hay gente buena que, además, no se deja corromper y hace todo lo posible por cumplir bien su misión. En otras palabras, lo que estoy diciendo es que hay una salida y esa es política. Digo: buena política. La pregunta es ¿Cómo nos sacudimos del clientelismo, máxime si funciona como una institución? Me acuerdo de otro caso y es el de Sindys Meza Pineda, antigua Secretaria del Interior del Distrito, y los mercados contratados en la emergencia invernal de noviembre pasado. Los mercados se otorgaron en el marco de la figura de urgencia manifiesta para beneficiar unas dos mil quinientas familias. La misión transcurrió con rapidez y sin que se perdiera un peso. Lo que, al parecer, no convino a los intereses clientelistas, mejor dicho, una buena gestión termina dañando el negocio politiquero y la oportunidad de robar los recursos públicos. Es más, hubo un sobrante de 95 mercados que se dieron a la Defensa Civil para que dispusieran de ellos. Que Sindys es una negra arrogante, le dicen. Pues mejor. Negra insurrecta que no se arrodilla ante financistas, caciques, politiqueros dueños de los carros burocráticos de Colombia. La doctora Meza es una amenaza porque dejaron que aprendiera a defender lo público con la ley en la mano.  Pero quedó sola como Piedrahita. No hay nada más favorable a la política de la buena, que un montón de negros que saben leer, escribir y defenderse con la ley. El problema es que no somos mayoría y estamos divididos.
Y la otra cara del asunto es que el poder nacional, el alto gobierno que está en Bogotá, cabalga sobre los pactos políticos que hace en las regiones del país, lo que es patente con el tema de los avales que otorgan los partidos políticos a ciertos candidatos especializados en su salvación personal. Al respecto, lean lo que escribió la periodista María Teresa Ronderos en El Espectador el 18 de agosto pasado: “A mi juicio, lo más dañino es la moneda con la que los gobiernos nacionales siguen comprando la gobernabilidad y que consiste en estimular, proteger y transar con lo peor de los liderazgos locales. Con semejante respaldo desde arriba consiguen cuotas, contratos y concesiones que les dan el dinero y el poder para ganar elecciones, intimidar al que se les atraviese, comprar jueces, aliarse con los diablos de turno y aprovechar cualquier oportunidad para incrementar sus capitales financieros y políticos.” Mejor dicho hagan de cuenta que no escribí esta columna.
Es que una cosa es ostentar el cargo de mandatario y otra cosa es el verdadero poder, pues, por muy bien intencionado que sea el gobernante, no puede tomar decisiones que beneficien y construyan lo público y, más bien, termina siendo una especie de bombero que, si no apaga el incendio, lo encarcelan. A mí me da la impresión, casi la certeza, que ya nos acostumbramos a eso. Y, si es así, vale interrogar ¿En qué consiste el limbo en que estamos y cuál es el futuro que nos espera?
Hay que ver la televisión y preguntar porque hay tanta gente furiosa y en la calle en Europa, medio oriente, norte de África y Chile. Y en todas partes menos aquí, que estamos al garete.
ricardo_chica@hotmail.com

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