Revista dominical


Álvaro Cepeda Samudio: Un escritor innovador

GUSTAVO TATIS GUERRA

01 de julio de 2012 12:01 AM

Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972) vivió solo cuarenta y seis años, pero una sola novela y dos libros de cuentos, fueron suficientes para renovar y modernizar la literatura colombiana.
“No creo que Barranquilla haya devorado a Álvaro”, dice Tita Cepeda, al referirse a su esposo, uno de los íconos de la literatura colombiana. 
Mire, no fue la ciudad, sino el cáncer el que detuvo e interrumpió el caudaloso destino creativo de Álvaro”. Pero vivió con tal intensidad y creatividad, que jamás le dio tiempo para ponerse a pensar si su obra tenía importancia. Álvaro no le daba importancia a  eso. Él estaba ocupado en tres de sus pasiones fundamentales: el periodismo, la literatura y el cine.
El mito de su vida personal está sustentada en la visión innovadora del periodista y escritor, que asimiló lo mejor de la literatura de Estados Unidos y del mundo, para construir un lenguaje narrativo intimista y poético. Este año se cumplen cincuenta años de la aparición de su novela y cuarenta años de su partida.
“Basta releer la novela de Álvaro para encontrar allí tal diversidad de estilos que fluyen y se integran, en ritmos y tonos que enriquecieron las formas de contar historias en el país”, expresa Tita, quien reconoce la devoción del crítico y traductor Jacques Gilard en la valoración de la obra dentro y fuera del país, y la labor del investigador Fabio Rodríguez Amaya.
Al morir en 1972, hace cuarenta años, la bellísima novela de Cepeda era un proyecto cinematográfico que había interesado a Luis Alcoriza y Luis Buñuel, quienes estaban dispuestos a hacer el guión, por supuesto con la asesoría del gran escritor.
Álvaro estaba pensando siempre en cine. Y el año de su muerte estaba realizando diversos proyectos fílmicos. Es probable que se hubiera consagrado a hacer películas. Luego de su extraordinaria idea surrealista que culminó en el cortometraje “La langosta azul”, en 1954, Álvaro hizo de todo, buscó paisajes y personajes y participó como actor, junto a Cecilia Porras y Nereo López. Pero el cine siguió siendo una de sus grandes obsesiones.
La biblioteca personal de Álvaro en Barranquilla, permanece intacta como él la dejó, protegida por su esposa, en vitrinas y cristales. Allí están los libros que devoró con pasión en las madrugadas y a lo largo del día: William Faulkner, Virginia Woolf, James Joyce, Stenbeick, William Saroyan, Norman Mailer, Ernest Hemingway, Gay Talese, Updike, Pío Baroja, Benito Pérez Galdós, Truman Capote, Felisberto Hernández, Julio Cortázar, Arturo Barea, Jorge Luis Borges.
“La mayor sorpresa de este aniversario de Álvaro Cepeda es la aparición de la edición conmemorativa de los cincuenta años de la novela", dice Tita.
Es sin duda, uno de los acontecimientos editoriales del Caribe colombiano y del país.

Una burbuja de sorpresas
Tita dice que todo esto se lo debe al profesor Jacques Gilar que desde que conoció la obra de Álvaro se interesó por estudiarla de manera sistemática.
El profesor Jacques Gilard de la Universidad de Toulouse y Dr. de la Sorbona de París comenzó a trabajar en la edición crítica de La Casa Grande, desde el 2003 hasta el 2008. Fue la preocupación del profesor Gilard que ninguna de las nueve ediciones publicadas seguían ni el espíritu, ni el original de la obra de Álvaro Cepeda Samudio”, precisa Tita.
“Hizo un estudio minucioso de todas y cada una de las nueve ediciones, en términos de puntuación, ordenamiento de los diálogos y los párrafos, espacios blancos entre las frases y ordenamiento de los capítulos.
Ha sido algo grande sentir como en carne propia la fuerza y la sutileza de la escritura de Cepeda”, decía Gilard el 3 de enero del 2003.
Un año más tarde conversó con Amós Segala, entonces director de la Colección Archivos de la Unesco y propuso la publicación de los tres libros: La Casa Grande, Todos estábamos a la espera y Los cuentos de Juana. Propuesta que el italiano Segala recibió con entusiasmo.
Así nació el proyecto de los tres libros de Cepeda en la colección Archivos, que está programada para el 2013-14. La publicación que veremos en Colombia es la misma, y fue cedida por la familia Gilard y por el albacea del profesor Gilard, Fabio Rodríguez Amaya, para la edición conmemorativa de los cincuenta años de La casa grande.
Para llegar a esta edición maestra se impuso, como vimos arriba, una investigación profunda de parte del profesor y otra más modesta de mi parte que pudiera resolver algunas de sus dudas y preguntas.
En algún momento encontré la copia mecanografiada del decreto número 4 del General Cortés Vargas de siniestra memoria. La copia produjo una reacción exaltada del profesor y un torrente de interrogaciones: la cantidad de líneas del decreto, el subrayado de la frase terrible (por la mano de Álvaro), la diferencia con las fechas de la masacre, el señalamiento de Guacamayal...
Decía Jacques Gilard en su correspondencia del 2005: “Esta edición significará para los colombianos la primera vez que leerán La casa grande como la escribió Cepeda Samudio. La Editorial El Áncora Editores, reconocida por su experiencia y profesionalidad en el campo, se ha encargado de la parte técnica y gráfica de la publicación”.
El ejemplar del libro será un objeto bello y atractivo, comoquiera que llevara carátulas con una pintura de Alejandro Obregón, un álbum de amigos de la época y un elegante dibujo de la locomotora de la Zona Bananera, que hiciera la pintora Freda Sargente para la primera edición.
Todo ha sido posible por la generosidad de Antonio Celia, director-gerente de Promigás, quien acogió el proyecto totalmente y nos estimuló para que lleváramos a la práctica la idea que a él siempre le pareció magnífica”.

El hombre que fue una ráfaga
Fue una ráfaga de innovación Álvaro Cepeda Samudio en el periodismo como en la literatura.
“Cepeda le despegó el camino a toda una generación de escritores, cineastas, cronistas y periodistas. Nunca se cansó de proponer ideas, ni de buscar alternativas, ni de explorar posibilidades formales, por arriesgadas que fueran, y siempre se mantuvo fiel al lema que él mismo trazó desde muy joven: “Cuando se tiene algo que decir debe decirse a gritos”, escribió en 1961: “sin ninguna sujeción a reglas gramaticales o académicas: abiertamente: deben tomarse las palabras y a puñetazos obligarlas a ilustrar la idea”, apuntan los editores de la novela.
La novela “La Casa Grande”, se parece a la personalidad del autor: su fantástica dispersión no es caótica en su libro, por el contrario, todos los capítulos están entretejidos por una trama narrativa como una tela de araña sostenida por un halo poético.
Jacques Gilard  dice cosas sabias sobre el libro y su impacto en la narrativa hispanoamericana, en su  ensayo escrito en 1985 y publicado en esta edición de 2012.
Una de ellas es que la novela “tenía que ser la primera promesa de otros títulos maestros, pero desgraciadamente queda como la única novela de un escritor que quería hacer grandes cosas y las hizo. No solamente por hacerlas, sino para demostrarles a sus compatriotas que era posible hacerlas. Colombia y su propia vida, sin embargo, no le dejaron el tiempo que necesitaba para llegar a escribir libremente. La novela subsiste como un ejemplo y como un reto, como una novela importante que hasta hoy le ha resultado demasiado grande a la crítica colombiana, quedándose a la espera de una justa valoración y de una equitativa inserción en el proceso general de la narrativa del país y del continente”, puntualiza Gilard.

Un recuerdo de Álvaro
Todo en la casa de Tita Cepeda es un homenaje a Álvaro Cepeda Samudio. Me ofrece un jugo de guayaba que tiene el nombre de la novela La Casa Grande. Ella ha preservado en  estos cuarenta años todo lo que dejó el escritor. Además de la biblioteca con miles de libros aún sin inventariar, pero protegidos de la humedad y del comején. Hay ediciones de los años cuarenta de las novelas de Faulkner, con anotaciones al margen de las imágenes y descripciones que sorprendieron a Álvaro. Hay ilustraciones originales a mano alzada de Cecilia Porras para el libro de cuentos Todos estábamos a la espera. Hay retratos y pinturas evocativas del semblante feliz de Cepeda. Poemas. Canciones. Proyectos inconclusos
Álvaro tenía veintisiete años cuando publicó “Todos estábamos a la espera” (1954),  uno de los mejores libros de cuentos que se han publicado en el país. Lo que conmueve de estos cuentos es la manera como Cepeda narra casi con silencios cifrados los grandes dramas humanos como la soledad y la violencia. En uno de esos cuentos, “El Piano blanco”, el protagonista está seducido y atrapado por su amor al instrumento, que establece con él una relación posesiva y amorosa. Recuerda en instantes a ese ambiente poético en el límite desquiciante de Felisberto Hernández en que los objetos parecen seducir a los personajes.
Álvaro era un hombre feliz y desbordado de vitalidad que le encantaba meterle conversación a la gente de la calle. Era muy amigo de los taxistas de Barranquilla. Ella recuerda el rostro que traía cuando llegó con un libro que lo había impactado. Era “Bestiario”, de Julio Cortázar.

Un regalo de Obregón
“La portada de esta edición es una acuarela que le regaló Alejandro Obregón a Álvaro, me cuenta Tita. Le escribió en italiano: “A Álvaro, amigo fraterno”. Es una acuarela en la que aparecen dos águilas conversando. Así se llama la obra. Dos águilas conversando. Se destacan los ocres entre los dorados y naranjas. Yo elegí esta acuarela para la portada de esta edición conmemorativa de La Casa Grande, que es una novela que Álvaro dedicó a Obregón
Álvaro tendría este año 86 años. ¿Tú viste como estaba Carlos Fuentes en enero de este año? Me imaginaba a Álvaro con la vitalidad de él. No fue la ciudad ni las tentaciones  las que mataron a Álvaro, como dice alguien. El cáncer se lo llevó”, confiesa Tita.

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