Revista dominical


Bandito encerrado

RICARDO CHICA GELIS

13 de noviembre de 2011 12:01 AM

El sábado por la mañana estaba en Tunja. Fría, seca y sin aire. Y fea, detesto su terminal de transportes: huele a grasa, a diesel, a mugre. Es un edificio absurdo y verde, empotrado al pie de una loma del casco histórico. Por cuestiones académicas me toca ir cada cierto tiempo y, en verdad, el paisaje boyacense relaja, impacta, sorprende. El problema es llegar a una capital que contrasta con su entorno rural, majestuoso, histórico con su diminuto puente de Boyacá.
Bajar de Tunja a Bogotá es un poco triste y extraño. Triste por el silencio y la niebla vespertina y extraño porque, de repente, aparece un vaho de calor en el bus. Tanto que prenden el aire acondicionado del vehículo que, con frío y todo, reconforta el clima y lo hace un poco menos denso. Alcancé a ver un par de mosquitos apareándose y me aterré presenciar un hecho biológico que sólo ocurre en tierras cálidas. Me aterré porque aquellos insectos en el páramo, se me antojaron como prueba de los efectos del calentamiento global. Tal y como el pescado con tres ojos que apareció en Argentina.
Es más largo el viaje en la ciudad que en la carretera. El bus atraviesa  Bogotá desde la 170 hasta la terminal de transporte. Huecos, una avenida ancha y larga llena de ellos, hasta alcanzar la treinta, creo. Una vergüenza de calle. Aquella mañana  recordé que encontraría a Cartagena en fiestas, Tunja era mi última escalada después de Cali y Bogotá ¿Por qué en aquellas ciudades no celebran como nosotros? ¿Fiestas, buscapiés, azulín, maicena, agua, bulla, baile, música, perreo y ron antes de finalizar el año? ¿Qué sentido tiene para el resto del país? La respuesta está en el reinado nacional de belleza, si no fuera por eso, nadie en Colombia entendería nada. Pero, la verdad, es que las reinas importan un pito y la independencia también ¿De verdad creen que la gente cree en eso? Miren: si el reinado se lo llevan un día para Bogotá, aquí, nadie va a dejar de tomarse una botella de ron. Eso era antes, es decir, unos treinta o cuarenta años atrás que la gente estaba apropiada del dichoso reinado. Recuerdo la transmisión por radio de la llegada de las reinas al aeropuerto y de las fotos en prensa al día siguiente: aparecía un tipo disfrazado de Cantinflas, otro disfrazado de chino, otros con capuchones y un montón de hombres disfrazados de mujeres. Ya no, este es un mundo nuevo y raro.  Fue por eso que me pareció tan divertido ver hace unos días a una muchacha pegando en un poste, un cartel de la candidata del Huila  encima de un candidato al concejo por el PIN. Podemos vivir sin políticos y sin reinados. Y sin independencia,  por su puesto.
Al llegar a Bogotá, no obstante que era puente festivo encontré taxi con relativa facilidad y, por eso, llegué rápido a Puente Aéreo. Tan rápido que me pude embarcar en un avión un par de horas más temprano que lo pactado, llegaría mucho antes de media noche. Pedí ventana del lado izquierdo porque, así, puedo ver mi casa desde  arriba. Logré ver un inquietante tumulto de hormigas que se arremolinaban en la puerta de la urbanización. Divisé una lluvia terráquea de buscapiés y, también, un puñado de carros parqueados unos sobre otros y con los baúles, cajuelas y puertas abiertas. “Ya está”, Pensé. Yo no entiendo porqué en el aeropuerto de Cartagena nos ponen los peores taxis. Cobran caro y no prenden el aire acondicionado. Además, como uno va hacia los barrios, los choferes creen que la carrera es un favor que  hacen. Con mi equipaje ligero me fui a la setenta y resolví.
Arrancamos y, en la medida en que atravesamos Canapote, Daniel Lemaitre y Torices advertí que las fiestas estaban arrinconadas. Durante el trayecto no vi una sola calle cerrada motivo celebración o jolgorio. Cada tantas cuadras podía escucharse un equipo de sonido, podía verse un pequeño tumulto, uno que otro buscapiés: muy normal en un fin de semana. La Avenida del Lago tenía el mismo carácter impersonal de siempre. Mis vecinos se inventaron un bandito en honor a la tradición festiva. Un bandito sin desfile, sin carrosas, ni candidatas, ni disfraces, ni capuchones, ni bandas musicales. Un bandito, más bien, del siglo XXI con sistemas de sonidos, con blackberrys, con passa – passa y vallenato pop. Eso sí bastante bulla, agua, buscapié y espuma. Un bandito encerrado en la urbanización, porque así nos acomodamos para construir lo público - festivo: huyendo de la inseguridad. “Docto, al que no le guste la bulla se jodió” Me dijo el taxista. Agarré con fuerza mi bolsa de Dunkin Donuts y me metí a mi casa.

ricardo_chica@hotmail.com

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