Apoltronado en su casa del barrio La Terraza, en Sincelejo, demarcada con el número 28-04, a escasas cuadras de la plaza Majagual -justamente donde nacieron Los Corraleros de Majagual-, el maestro Calixto Ochoa Campo, leyenda viviente del vallenato, con un millar de composiciones impresas en más de setenta discos de vinilo (otra cuenta larga en los de formato digital), saluda al visitante de otras tierras con una voz de gramófono RCA Víctor, un timbre similar al del veterano narrador de béisbol cartagenero, Eugenio Baena.
Luce el magnánimo juglar una guayabera de lino fresco, un pantalón flanel negro, zapatos del mismo color, cachucha de visera ídem y unas gafas de aviador en combate.
A su lado, y asida a sus curtidas manos de cirujano de fuelles, lo acompaña el amor de su vida, una dama con aires de matrona costeña, robusta y bien plantada, de ojos maternales y modales tranquilos como los de las buenas señoras del Caribe, doña Dusaide Bermúdez, que en esta última etapa ejerce como centinela en las afugias y en los trances de la precaria salud del honorable cantor.
Vida y obra
"Si el maestro Calixto aún respira -dicen en el vecindario sincelejano-, es por los cuidados y las atenciones oportunas de doña Dusaide", quien está pendiente todo el día de sus medicamentos, de las cuatro sesiones de diálisis en casa, de la dieta a seguir, del reposo y la tranquilidad de su esposo, que este año es el homenajeado del 45ª Festival de la Leyenda Vallenata.
Ochoa enseña orgulloso el poncho que la corporación en mención lanzó para esta celebración con su nombre impreso, que él lleva terciado en el hombro izquierdo, y que ahora exhibe a la lente del fotógrafo para que le haga un primer plano.
-Quedó bonito, ¿verdad?-, asiente con tono pedregoso, ondeando a media altura la típica prenda.
En ese mismo brazo, en la muñeca izquierda, luce una joya mística: su reloj Mido Multifort automático, de caja de oro de 24 kilates y pulsera de broche del mismo material, en épocas pretéritas, adminículo de garantía en las prenderías, cuando artistas y desesperados se veían obligados abordar la santa ‘peña’ para solucionar aprietos económicos, mientras pasaba la tormenta.
A su diestra, una maceta de lirios en bermellón y, como en altar, uno de los tantos acordeones que han pasado por sus manos de rapsoda y alquimista, cuando en su taller y en labores silentes y consagradas, reparaba fuelles constipados por el uso y la fatiga de los acordeoneros andantes en cruzadas interminables de valles, sabanas, aldeas y desiertos del Caribe, o los ajustaba y afinaba con una mecanismo exacto de relojería, de acuerdo a los requerimientos de sus ejecutantes.
Alfredo Gutiérrez, por ejemplo, compañero de lides en Los Corraleros de Majagual y uno de sus amigos más entrañables, fue hasta hace un tiempo, cuando los achaques de la enfermedad y el paso inexorable de los años se lo permitieron, uno de sus clientes más frecuentes.
‘Melquiades’ del acordeón
Su maestro en estas labores de precisión, tonalidades, bajos, afinación, pitos y armonías, y todos esos trucos reveladores de ese vientre mágico donde anidan pajarillos sobrenaturales de onomatopéyicas fanfarrias, fue el viejo Ismael Rudas, quien le confió todos sus secretos, estratagemas y jeroglíficos melodiosos que ni siquiera han podido descifrar los encopetados fabricantes alemanes de la casa Honner.
Cuenta doña Duisaide que su marido, cuando le llegaban estos armatostes afónicos, desvencijados, cuando no destartalados y hechos trizas, como si a su paso hubieran enfrentado batallas devastadoras y homicidas, el científico del acordeón se encerraba en su taller de patio adentro como el Melquiades de los oratorios garciamarquianos, y después de horas y horas de trabajo, en silencio y soledad, como se han producido los grandes inventos del mundo, "los regresaba a la vida".
En esos acordeones y con una lucidez prodigiosa, como la de los orates memoriosos de las sagas borgianas, Calixto Ochoa, para no extraviarse en las labores de la escritura, dictaba lo que le iba saliendo en una grabadora ‘panelera’; dejaba decantar el material un tiempo, y cuando creía que ya estaban lo suficientemente ‘incubadas’, escuchaba las letras y con destreza de funámbulo digitaba los acordes en el fuelle, "como si las notas se las soplara al oído el Señor que todo lo sabe y todo lo ve".
Poeta, mentor y cantor
Esas virtudes las viene cultivando desde que estaba de pantalón corto, cuando se escapa de su humilde casa de Valencia de Jesús (Cesar) y se iba orondo a las parrandas donde sus hermanos mayores, Juan y Rafael, tocaban hasta que aclaraba el día. "Apenas los vencía el sueño, yo aprovechaba para hacer pitar el acordeón. Y así fue aprendiendo".
Como se aprendía en los tiempos de las velas de sebo y las tertulias de cocina: sin más cátedra que la de la imaginación y la sabiduría, que Ochoa ha cultivado hasta alcanzar el brillo indeleble del conocimiento, que es la misma pátina de la creatividad y la fascinación.
El escritor y vallenatólogo César Augusto Muñoz Vargas sintetiza en una suerte de partitura Caribe, loable ejercicio literario, el precioso legado de más de mil obras que hacen parte del repertorio del juglar cesarense, motivo de homenaje en el presente Festival de la Leyenda Vallenata. Dice el experto en algunos apartes.
"Tal como pretendió hacer el compadre Menejo cuando quiso sacar cosecha de ‘El calabacito alumbrador’, Calixto Ochoa Campo, en el ‘Amanecer de un día’, sin haber alcanzado las ‘Veinticuatro primaveras’, se terció el acordeón y salió con dos provincianos como él a recorrer la comarca, pequeño universo del que lo separaban caminos reales, veredas y montañas. Partió, como los rapsodas de su generación a crear y a cantar las más entretenidas crónicas de un territorio que se antojaba primitivo, pero fecundo en motivos para que ‘La historia del negro’ encontrara siempre la ‘Palabra sagrada’. Había nacido para ser semilla de una mies cantarina.
Hasta el ‘Huevo sin sal’ en ‘La cazuela’ dejó servido quien preso del ‘Desasosiego’ dejó de tocar a escondidas para buscar su propio reconocimiento como correo itinerante de jocosos y extraños episodios que habría de contar en diversos tiempos. ‘Listo Calixto’ se enrumbó hacia los umbrales de la gloria armado con su voz rauca, las manos esquivas y una mente lúcida, que serían como ‘La medallita’ de su buena estrella. Travesías que contaría después en ‘Mi biografía’.
En esas andanzas, propias de los verdaderos juglares, Ochoa Campo, ya era uno de los artífices de Los Corraleros de Majagual, esa ‘big bang’ de montes y sabanas que iba reclutando los buenos músicos y cantantes de la región. Calixto era al mismo tiempo como ‘El profesor’ que guiaba a los nóveles que se iban internando en esa sinfonía de cueros, metales y cuerdas. Ya estaba en Sincelejo, ya era emblema en la plaza y ya había atravesado los campos tupidos de majagua y ‘Los sabanales’ extensos de guayabales y amores encandiladores, perennes en el tiempo".
El negro iluminado
‘Los Sabanales’, la pieza más amada y citada del mítico acordeonero y cantor que se coronó Rey vallenato en 1970, en franca lid con rivales de la talla de Andrés Landero, Náfer Durán, Julio de la Osa y Emiliano Zuleta. La plaza ‘Alfonso López’ era un hervidero y la parranda se prolongó tres días cuando el jurado dio como indestronable vencedor al negro iluminado de un pueblo que no aparecía por entonces en el mapa donde los párvulos aprendían geografía: Valencia de Jesús.
Ochoa, a sus 77 años, hace reconocimiento exacto de las músicas conque se coronó Rey: ‘La puya regional’, el paseo ‘Gavilán castigador’, el son ‘La interiorana’ y el merengue, ‘El veterano’.
"No joda, compadre, cuantas lunas han pasado y este pecho todavía resuella. Y eso que me he visto cara a cara con la muerte, cuando me dio una isquemia pulmonar que me dejó 45 días en coma. Salve Dios que me alargó el plazo para poder contarle a los nietos mis memorias. No le temo a la parca porque ya la reconozco, pero si algo me desconsuela es el olvido", apunta el bardo caribeño observándose nostálgico en el espejo de la juventud, que es la portada de uno de los primeros acetatos que le grabó Toño Fuentes (donde luce como un bailador de salsa de Juanchito). ¡Ah! tiempos...
42 años han pasado de aquel amanecer glorioso. Calixto Ochoa Campo vuelve ahora a esa plaza para ser coronado de nuevo en la grandeza y en la memoria de los siglos.
Palmas y honores para el Científico del acordeón.
Revista dominical
Calixto Ochoa: El científico del acordeón
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