Revista dominical


Cambio de futuro

RICARDO CHICA GELIS

07 de agosto de 2011 12:01 AM

Fui al colegio a una reunión de padres de familia. Quienes orientaron la jornada se fueron lanza en ristre contra todas las manifestaciones culturales contemporáneas, juveniles, urbanas y mediáticas. Se fueron contra las tribus urbanas: punketos,  emos, metaleros, neonazis, góticos, barras bravas entre muchas otras. Se fueron contra facebook, contra “El man es Germán” por lo de la cresta punketa, contra el reguetón y toda su carga de plebedad. Contra del sexo y toda la publicidad que lo incita.

No es fácil tener criterio para comprender qué pasa en el mundo y, cuando se trata del ámbito educativo, resulta patética la falta de apuestas y respuestas razonables para estudiantes, familias y sociedad. Hay que tener en cuenta que estamos viviendo un período de consecuencias porque la gran promesa de felicidad, de la mano del progreso, fracasó estrepitosamente. Progreso entendido como explotación de recursos que se suponen inacabables. Sin embargo todo el mundo quiere su pedazo, es decir, su capacidad de consumo. ¿Cómo repercute esa aspiración entre siete mil millones de seres humanos? Lo peor es que no hay alternativas. O sí las hay, pero no hay voluntad de cambio, en especial, de las personas más poderosas. Los jóvenes y los niños se dan cuenta: ellos saben que el futuro se acabó.
Yo les pregunto a esos padres de familia si no se acuerdan cuando eran adolescentes y eran “solles” (bueno, en mi caso). Me acuerdo que junto con mi combo asumíamos un futuro optimista. Creíamos que el lejano año dos mil sería un momento de felicidad y progreso generalizados. Me acuerdo también, que el futuro comenzó a desvanecerse cuando apareció el SIDA y de ahí en adelante comenzamos a darnos cuenta que todos los referentes del éxito se trasladaban a las marcas, a los símbolos del consumo, sin importar cómo se obtuvieran. ¿Cómo ve el futuro un niño de primaria o un joven de bachillerato, no tanto del mundo, sino de Cartagena? Casi todos se espantan y dicen que, apenas puedan, se largan. Ellos son los primeros que cuestionan la hipocresía en la familia, en la escuela, en los distintos círculos sociales. Se dan cuenta de los efectos del calentamiento global, de la falta de plata, del desorden en la ciudad, la corrupción, la violencia urbana, de la falta de seriedad de todo el mundo. La respuesta de los adultos no puede ser más torpe: escandalizarse porque la niña se puso un pircing, o el pelao se tiñó el cabello de rojo. Yo me escandalizo porque los jóvenes perdieron su capacidad crítica. Aceptan todo como unos borregos. Hacen todo por esnobismo, por presión grupal, por moda. No son conscientes del poder de cuestionar, interrogar, desconfiar, dudar del mundo y del problema en que los metimos al traerlos acá.
Para mí todo parte del modelo político – económico que vivimos. Tenemos que entender la desregularización financiera y sus consecuencias directas en nuestras vidas. En internet hay documentales que vale la pena ver en la casa y en el colegio: “Capitalismo: una historia de amor”, de Michael Moore; “Inside Job: la verdad de la crisis”, ganador de Oscar; “Los amos del mundo” y “Obsolescencia programada” ambos de televisión española y el clip “Españistán” sobre el retroceso social en el país ibérico. El otro día una distinguida columnista de este diario se refirió a “Españistán” y señaló que el problema radica en la falta de valores de los jóvenes ¡Por favor! Es claro que llegamos aquí  por las decisiones inmorales de la gente poderosa del mundo y los jóvenes, entre otros grupos sociales, llevan del bulto. Las consecuencias de un modelo de crecimiento económico sin empleo es que la gente enloquece y hace cualquier cosa por un millón de pesos: de ahí que nuestras tribus urbanas sean las pandillas, no los emos. Los jóvenes requieren elementos para pensar el fondo de las cosas y nosotros debemos prepararnos para dar respuestas verosímiles, aunque sea; y, con miras a cambiar la idea de futuro.

ricardo_chica@hotmail.com

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