Revista dominical


Cartagena y las múltiples comunidades

NAYIB ABDALA RIPOLL

04 de marzo de 2012 12:01 AM

En artículos pasados, he sugerido que, si no se quiere tratar sólo  como un mero caso de policía o de  drogadicción y alcohol o de los efectos de la influencia de las bandas criminales,  las pandillas podrían ser tratadas como casos de ciudadanía fallida.
Esto supone partir de que los jóvenes son ciudadanos no del futuro, sino del presente. Pero hoy hay fuertes tendencias a negar eso, porque se pone en cuestión lo que se entiende desde la Modernidad por ciudadanía.
Así que estamos en un terreno de discusión. ¿Cómo proceder entonces? Tal vez diferenciando lo que en una ciudad son los múltiples grupos que se forman con sus gustos, creencias y hábitos de lo que significa la ciudad. Así, el filósofo José Luis Pardo, (“La regla del Juego”, Barcelona, Círculo de lectores, 2004), aunque  aparentemente se ocupa de otro tema,  las aporías del aprendizaje, señala que las múltiples comunidades que conviven en una ciudad son “estrechas de miras”, se dividen en “los nuestros” y los “otros”, con lo que comienzan las exclusiones e inclusiones y la lucha de cada grupo para imponer  su criterio sobre lo que noble o bajo, con el resultado de que los vencedores tratan a los vencidos como “vulgares”. Ahora bien en los vecindarios y  en los barrios, esos llamados “vulgares” por los otros  han tenido un aprendizaje social y viven sus comportamientos en grupo como algo natural, de tal modo que sus juicios sobre lo noble y lo bajo son resultados provisionales de refriegas entre generaciones o grupos y se expresan por medio de jergas que sólo ellos conocen o por medio de signos, imágenes y tatuajes.   Yo creo que muchas veces, lo que llamamos “pandillas” se parece mucho a lo que Pardo entiende por los diversos grupos o comunidades dentro de una ciudad. Ahora bien el espacio público  de la ciudad es para Pardo justamente el lugar donde se declara una tregua a la refriega entre jóvenes y viejos, hombres y mujeres, empresarios y desempleados y eso se debe  a que en él deben comparecer todos “en pie de igualdad”. “Allí lo implícitamente compartido por los diversos grupos debe ser explicitado de forma comprensible para todos. En la ciudad conviven pues grupos disímiles con gustos diferentes, con sus reglas implícitas, nunca expresadas, sino vividas y todo intento por expresarlas públicamente en el lenguaje de la ciudad fracasa, según Pardo, pues el mero intento de hacerlas públicas muestra su parcialidad, su injusticia flagrante y su inverosimilitud cuando se las observa desde el espacio imparcial de la ciudad. Si a uno de esos grupos le gusta el vallenato, ningún otro grupo puede reprocharle o discutir con él por ese gusto, pues nadie es dueño de que algo le agrade o le repugne. Es algo que le sucede, dice Pardo, sin que sepa explicar por qué. Que le guste el vallenato solo puede explicarse porque “El es Así”. No se le puede pedir que renuncie a lo que es. Lo que le gusta o disgusta es producto de sus sentimientos que son indiscutibles. Alguien puede hacerle cambiar de pensamiento pero no de sentimiento. Hasta aquí lo que me interesa de Pardo. Ahora comento: Muchas veces, lo que repugna en las ciudades no es que los grupos tenga   gustos diferentes, sino que traten de imponer los a los demás. Es la queja constante sobre los parlantes y equipos de sonido de alto volumen que desde una casa, o un balcón de un edificio o desde un carro con bafles trate de imponerse al resto del espacio público un gusto, sea o no de vallenato,  de un grupo. Y muchas veces las acciones perturbadoras de lo que llamamos pandillas comienzan alrededor de esas imposiciones de los parlantes a todo volumen.
En suma, hay una estrecha relación entre la relación de las comunidades con la ciudad y la relación de las pandillas con el espacio público. Esta es una forma de enfrentar el problema, repito, desde el discurso sobre la ciudadanía. Pero hay otras. Una la  que se puede deducir de los trabajos de Michel Foucault. Otra, la que se puede deducir de los trabajos del sociólogo Michel Maffesoli, que presentaremos por desgracia esquemáticamente, dados los límites de espacio, más adelante.

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