Revista dominical


Cine mudo para una ciudad ruidosa

JAVIER ORTIZ CASSIANI

06 de marzo de 2011 12:01 AM

En agosto de 1897, durante el estreno del cinematógrafo en Cartagena de Indias, el proceso de modernización que se inició en la ciudad, reveló uno de sus más nítidos rostros. La primera planta eléctrica inaugurada sobre el baluarte de Chambacú y con apenas un año de funcionamiento estaba fuera de servicio. En el aviso de la última de las tres presentaciones el periódico El Porvenir excusó a los empresarios con la audiencia de las muestras anteriores, por la deficiencia de luz en las imágenes:

“Por circunstancias extrañas a la voluntad del empresario, -decía la nota de prensa- las vistas que se exponen a la mirada de los espectadores no producen, en su mayor parte, el efecto que es de desearse, porque tiene que emplear una luz diferente para el caso, por no estar funcionando en la actualidad la planta eléctrica”. 
Sin embargo, los vientos modernizantes alborotaban las mentes de los habitantes del otrora más importante puerto colonial de la Nueva Granada; tres años atrás, en 1894 se puso en funcionamiento el Ferrocarril Calamar-Cartagena, y el sonido del tren y el claxon de las locomotoras entrando y saliendo de la estación de la Matuna, era la música con la que cada mañana se despertaban los cartageneros de entonces. De modo que a pesar del incidente con el fluido eléctrico, el cinematógrafo entró a Cartagena como otro de los símbolos de los tiempos modernos que la ciudad creía estar viviendo; colocaba a la ciudad, de acuerdo con las notas de prensa, a la altura de otras ciudades del mundo, y daba la sensación, a quienes asistían a las presentaciones maravillados con el nuevo invento, de estar en contacto, a través de la imagen en movimiento, con otras latitudes. “Es un espectáculo digno de verse, -anotaba el periódico El Porvenir- los cuadros que allí se exhiben tienen la animación de la vida y el espectador asiste, desde su asiento, a interesantes escenas de la vida de otros pueblos como si verdaderamente fuera testigo presencial de ellos en el momento que se verifican”.
Las notas de prensa que registraron la aparación del cinematógrafo en Cartagena de Indias no revelan el empresario responsable de las presentaciones. Sabemos que estas exhibiciones correspondían al invento desarrollado por Tomas Alva Edison y no al de los hermano Lumière. Para entonces, estas dos firma con sus representantes se disputaban el mercado latinoamericano. A Colón, Panamá (todavía departamento de Colombia) arribó el 13 de junio de 1897, el francés Gabriel Veyre como representante de los hermanos Lumière para los territorios americanos. Veyre, con apenas 25 años, quien había pasado por Cuba y venía de filmar alrededor de 35 vistas en México el año anterior, pretendía conquistar el mercado colombiano con sus exhibiciones. Su objetivo era llegar a la capital del país a través del río Magdalena, motivo por el cual llegó a la ciudad de Cartagena en septiembre de 1897. Acosado por los mosquitos en su travesía fluvial y presa de una fiebre que lo obligó abandonar su aventura, tuvo que regresar  nuevamente a Cartagena desde donde escribió delirantes cartas a su madre en Francia. Las cartas revelan a un Veyre desilusionado, cuyo objetivo más apremiante era vender el cinematógrafo, tomar un barco rumbo a Francia y refugiase en los brazos de su madre: “Más vale morir cien veces en Francia que sufrir en estos países perdidos” (…;) Dios quiera que no tenga más contratiempos, que pueda vender mi aparato rápido y que tome pronto el camino de Francia para lanzarme a sus brazos y nunca dejarlos jamás”.
Pese a las edípicas y desalentadoras cartas de Veyre, el invento se convirtió en un elemento de la coitidianidad cartagenera. Todo parece indicar que el empresario Salvador Negra compró al francés el cinematógrafo y las películas, pues la prensa registró la presentación de una colección de vistas en la ciudad para el 16 de diciembre de 1897, además de enfatizar que “ahora si sabrá el público de Cartagena lo que es el legítimo cinematógrafo”. La apropiación de este nuevo espectáculo de diversión por parte de los cartageneros se puede apreciar en el interés poético de Luis Carlos “El Tuerto” López por la nueva diversión de los cartageneros. Este poeta vanguardista, dotado de una fina agudeza para percibir la ciudad, publicó en 1909 el poemario De mi villorio, en el que aparece un poema titulado Cinematográfica.

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Una interesante y colorida nota de prensa de 1914, titulada ¿Cuándo hay cine?, en la que se reclama por la ausencia de las funciones, demuestra el carácter popular del espectáculo y lo habitual y entrañable que se había vuelto la actividad para las ciudades del Caribe colombiano. Incluso para una pequeña población como El Carmen de Bolívar. No se podía privar a la gente de este espectáculo bajo ninguna circunstancia, ni siquiera en momentos de calamidad...
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Lo que me interesa mostrar es cómo el cine se vuelve un espectáculo que encaja dentro del proyecto modernizador que la ciudad está desarrollando. Floro Manco, el fotógrafo de origen italiano que llegó de Argentina para instalarse en Barranquilla, filmó las películas De Barranquilla a Santa Marta, El Hidroplano Mejía surcando majestuosamente el Magdalena y De Barranquilla a Cartagena en auto. Las dos primeras se estrenaron el 9 de marzo de 1916 en el Teatro Variedades de Cartagena y de la tercera se anuncia su próximo estreno. La prensa local recibió estas películas como una interesante muestra del cine nacional Posteriormente, De Barranquilla a Cartagena y de Barranquilla a Santa Marta fueron presentadas en el Teatro Cisneros de Barranquilla. La propuesta cinematográfica de Manco es una expresa propaganda al desarrollo de las comunicaciones en la Costa Caribe, aquí se ponía de manifiesto la necesidad de las vías de comunicación entre las principales ciudades de la costa, como una de las necesidades más apremiantes en la dinámica modernizadora de la región, a la vez que se mostraba el automóvil y el hidroplano como artefactos de la modernidad.

Un mes antes del estreno de las anteriores películas en el Teatro Variedades, en la tercera semana del mes de febrero de 1916, se llevó a cabo una feria comercial como uno de los actos conmemorativos del centenario del Sitio de Cartagena por parte de Pablo Morillo, ocurrida entre 1815 y 1816, en lo que históricamente se conoce como la Reconquista española. Cartagena declaró la independencia absoluta con respecto a España el 11 de noviembre de 1811, y a finales de 1815 Morillo comenzó su ruta de reconquista del Virreinato de la Nueva Granada por esta ciudad. En febrero de 1816, con la ciudad ya vencida, el llamado pacificador, enjuició y fusiló a varios miembros del patriciado cartagenero inmortalizados por la historiografía tradicional como los mártires de Cartagena. Así, la conmemoración recordaba las glorias del pasado, pero el acto central era una exposición comercial en la que se mostraban los avances de la ciudad y sus posibilidades económicas. Además de este tipo de actos, todos los días a las nueve de la noche el programa oficial de la conmemoración del centenario de los mártires, anunció la exhibición del cinematógrafo, de modo que el cine también tenía un lugar en esa imagen moderna que se pretendía mostrar de la ciudad y en las fechas emblemáticas donde se perpetuaba la memoria histórica.
También para el mes de febrero de este mismo año se estrenó en el Teatro Variedades la película de Belisario Díaz El 11 de Noviembre. Díaz había aprovechado otra fecha fundamental para la memoria histórica de la ciudad como las fiestas de independencia para filmar una película. El trabajo de Díaz, si nos seguimos por las notas de prensa de la época recoge, imágenes de las fiestas en la que se muestra la interacción  de personas de diferentes condiciones sociales. El periódico La Época de la ciudad de Cartagena sacó varias reseñas de la película. Una de ellas destaca la manera en que la cámara de Díaz registró a varios personajes cartageneros. Por supuesto, cuando se reconocía dentro de la cinta a alguno de los concurrentes al teatro, otra fiesta novembrina se armaba en el teatro.


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En medio de la celebración de la fiesta no se dejaba de lado el discurso de la modernidad y el progreso. De modo que el final de la cinta era una apuesta por sacudirse de la resaca y entrar nuevamente a la rutina del trabajo: “No queremos dejar pasar inadvertido el final de la cinta; fue ésta la nota soberana y saliente de ella; esas vistas marinas que sucedían a cada uno de los títulos que copiamos enseguida son bellísimas: “Las fiestas han terminado. El pito de los talleres convida de nuevo al trabajo” “el sol se hunde en el poniente…; y”  “nada turba la tranquilidad de la Heroica más que el silbido de la brisa en las palmeras y el rugido imponente de las olas al romperse en la defensa”. 

Pero lo que me interesa destacar aquí, es lo que mencioné al momento de abordar la reseña que se hace de esta película. El interés por mostrar la participación de personajes populares y la manera en que la prensa resalta esta parte. Alejandro Cardona, el hombre que según la nota anterior aparece en la cinta “repartiendo puñetazos sin orden ni concierto”, era un hombre negro que se dedicaba a transportar carga por la ciudad. Famoso por su descomunal fuerza, solía estar en todas las fiestas de noviembre tocando una especie de flauta artesanal. La fama de Calabazo llegó al punto de que para esta época El Porvenir, el periódico más importante y de más tradición en Cartagena previo a unas fiestas de noviembre sacó una caricatura de casi media página en la que se aprecia Calabazo tocando su flauta.
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No solamente la figura de Calabazo estaba asociado a los comienzos del cine en Cartagena. Su hijo con escaso tres años empezaba a ser una de las atracciones de los intermedios de la proyección de películas en el Teatro Variedades, mostrando sus prematura destreza para el baile. El 8 de enero de 1916 se presentó como en intermedio de la presentación de la película La Lección del abismo. Los anuncios y las notas de prensa ponían más atención a la presentación del hijo de Calabazo que a la película que se exhibía. El anuncio de presentación del periódico La Unión Comercial decía: “Magnifico internezzo lírico bailable que se titula: La Danza del Cocotero. Novísimo género de tango con la exclusiva invención del infante de calabazo y bailado por este niño milagro  con acompañamiento de gran orquesta. Una ñapa verdaderamente despampanante? El que se pierda de esta singularísima función se arrepentirá toda la vida…; separe usted su palco con anticipación. ¡No olvide este consejo!”. Y la nota de prensa del mismo periódico señalaba:
El teatro Variedades anuncia para el sábado 8, una función interesante por demás: la exhibición de una película excelente “La Lección del Abismo” en la cual aparece la popularísima y bella actriz Gabriela Robinne, tan ovacionada de todos los públicos. Pero, la nota más original de esta función constitúyela un número de baile, que será desempeñado por un hijito del célebre Calabazo, niño de apenas unos 3 años, que parece llevar en las venas todos los entrenamientos, espasmos, y calambres del tango, el baile será ejecutado a los convulso compases de “La Danza del Cocotero”. Este acontecimiento no dudamos atraerá un gran público a la función del sábado, y bien lo merece. Ahora preguntamos: quien quita que el hijito del Calabazo resulte mañana un famoso bailarín?  Y si tal sucediere a los empresarios del Variedades cabrá la honra de haber lanzado a la gloria este humilde hijo de nuestro laborioso pueblo. 
Lo que estamos viendo aquí, es que si hay, de alguna manera una inclusión, por el mismo carácter popular que desde el principio tuvo el espectáculo de cine, de los sectores populares de la ciudad. Ahora bien, es una inclusión que se hace desde esa especie de folclorización de la identidad que se aprecia desde el comienzo de las vistas cinematográficas, en las que se recurre a lo popular como un reforzamiento de la identidad y de los nacionalismos, pero además de la exotización del otro y la construcción de la otredad para afianzar la superioridad de un yo civilizador como lo expresó claramente Edward Said en su libro Cultura e imperialismo. No olvidemos que el cinematógrafo es hijo de una de las etapas de la historia de mayor auge de expansión imperialista europea.


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* Apartes de la Ponencia del historiador cartagenero Javier Ortiz Cassiani (“Cine mudo para una ciudad ruidosa: Cine y modernización en Cartagena de Indias a principios del siglo XX), presentado durante el Festival de Cine de Cartagena.
 

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