Revista dominical


De paso por Cartagena

GUSTAVO TATIS GUERRA

11 de octubre de 2009 12:01 AM

Ron Riddell (Nueva Zelanda, 1949), deslumbró a sus lectores al presentar su nuevo poemario “El oráculo de Alejandría”, en el Centro Cultural Colombo Americano, acompañado de su más alta e iluminada compañía: Saray Torres. El poeta se detiene a contemplar y a vivir el universo con la misma plenitud con que descifra el destino de los pájaros, las hormigas y los hombres. Para él “el poema es lo que mantiene lo imposible”. Su corazón es un pentagrama, un arcoiris, un tambor de resonancia de la historia humana. Su nuevo poemario El Oráculo de Alejandría nos devuelve a las epifanías del tiempo, a su constelación de epifanías vividas, soñadas, contempladas, en su casa materna de Auckland, Nueva Zelanda, en cuyos versos fluye el río (“va fluyendo el río por mi cuerpo/mi corazón por mi casa”), pasan las nubes, su madre mira y llora viendo el horizonte, canta el búho un clamor de medianoche, pasan los vecinos, la cercanía y la lejanía se abrazan, el instante y la eternidad en un poema en donde el oráculo es la voz íntima y secreta que nombra, revela y recuerda y Alejandría es la metáfora de la memoria que vuelve sinfonía sagrad a los pasos del hombre. La alusión a Cavafis y a Alejandría, el Olimpo visto desde Tesalónica, son la puerta y el bellísimo pretexto de Ron Riddell para recordar el sentido de la divinidad y de lo sagrado debajo de los párpados de cada ser humano. Y nos recuerde como en una sentencia budista que “A veces conviene dejar de pensar /es bueno dejar de hablar/ conviene dejar de actuar/ es bueno no jugar más/” tan solo para escuchar la voz oculta de las hojas que se mueven sutilmente en la ventana. Su mirada es capaz de fijarse en la soledad de esa hormiga que asciende por la rama como por un sendero azul, sola al atardecer, “mientras el cielo, complaciente, baja la vista y la mira”. Pero su mirada nos revela al ser humano extraordinario que es Ron Riddell, estremecido por causas cotidianas, mundanas, que tocan a todos los hombres y su voz desnuda las crueldades humanas, los desatinos de la guerra y las ocultas violencias que dormitan en las comunidades humanas, amenazadas y vulneradas por intolerancias históricas. Su poesía tiene la vocación antigua del rapsoda cuyo canto es un augurio y una adivinación del mundo.

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