Revista dominical


El alma de Manuel Vega Vásquez está en su acordeón

LAURA ANAYA GARRIDO

13 de diciembre de 2015 12:00 AM

A la plaza del pueblo no le cabe ni una razón de boca. Decenas, ¡qué digo decenas!, cientos de almas murmuran. Esperan ávidas de buena música. Suena un acordeón. El público enloquece ante aquel muchachito desconocido, con las manos benditas y el corazón borracho de amor por el vallenato. Interpreta “La Margentina”, un paseo compuesto por Julio De La Ossa. De pie, el público aplaude. El maestro acaba de surgir.
La tarima del Festival Bolivarense de Acordeones, en la Plaza Municipal de Arjona, tiembla con las notas de Manuel Vega Vásquez en esta tarde de junio de 1984. Pese a sus 17 añitos, Manuel obtiene el segundo lugar. Nada mal, es la primera vez que él y su acordeón se montan en una tarima. Boquiabiertos, a sus compañeros de competencia les cuesta creer que Manuel haya logrado tanto...no estudió música, no tiene experiencia.
Han pasado 29 años desde aquella gloriosa tarde y hablo en presente porque su sagrado recuerdo jamás morirá para el juglar cartagenero.
Lo que no saben en Arjona, ni en Cartagena, es que “El Verano”, de Alejo Durán, y “Mi Muchacho”, de Diomedes Díaz, son los dos clásicos favoritos de Manuel y que lo suyo con el vallenato es un amor filial. Viene de las entrañas. Viene de su pasado, pasa por su presente y está en su futuro.

Pasado y futuro
“El amor por la música está en mí desde que nací. La vena musical viene de mi mamá, siempre le gustó cantar, pero nunca se dedicó a eso...mi papá cantaba por hobbie. Estudié gramática musical y mantengo a mi familia gracias a mi acordeón”, cuenta.
A los nueve años comenzó a tocar la caja y la guacharaca. Trabajó en conjuntos cartageneros. Veía tocar el acordeón y se le iban los ojos...y el corazón. “Ser cajero me ayudó a entrenar, porque veía cómo tocaban el acordeón y le fui cogiendo amor. Aprendí a tocar porque pasaba horas neceando y buscando sonidos que compaginaran entre un botón y otro, pero también tenía buena memoria, veía a los acordeoneros profesionales, me aprendía sus movimientos y los imitaba al llegar a mi casa...investigué y así aprendí”, añade.
Y dio el gran paso: prestó 25 mil pesos a un tío político y viajó a Maicao, La Guajira, para comprar una Hohner. “Recuerdo que costaba 23 mil pesos, pero regateando la conseguí en 19 mil. Ese acordeón ya no existe, ya pagó su plata y ahora tengo cinco acordeones”, dice mientras ríe.
A la primera competencia, la de Arjona -sí, la del primer párrafo-, se inscribió seis meses después de comprar ese acordeón. A Manuel le gustó mucho, más bien muchísimo, ese calor del público, la ovación...la tarima, entonces llegaron el Festival Cuna de Acordeones en Villanueva, La Guajira; Festival Vallenato del Magdalena Medio, en Barrancabermeja; Festival Vallenato Internacional de Nueva York, Estados Unidos. Se convirtió en el rey de La Guajira, Cesar, Magdalena y Córdoba. La lista sigue y aparece un hueso duro de roer: la categoría profesional del Festival de la Leyenda Vallenata de Valledupar, el más importante.
Manuel participa desde 1988 en el Festival de la Leyenda Vallenata ininterrumpidamente. Estuvo a punto de acariciar el título en 2002, 2003, 2006, 2008 y 2009, cuando quedó en segundo lugar. Otras veces quedó de tercero.
“En Valledupar dicen que soy el ganador del pueblo. Me quieren mucho. Soy afortunado, porque siempre esperan mis presentaciones, así sea a las 9 de la noche la plaza está llena cuando toco. Ese cariño ha hecho que me vuelva una constante en el Festival, es un compromiso con Valledupar cada año”, cuenta.
¿Que nadie es profeta en su tierra? Sí. Fíjese que mientras en Valledupar reconocen, apoyan y aclaman a Manuel, en Cartagena pocos saben de su trayectoria e importancia para el folclor.
“Gané el Festival de la Leyenda Vallenata en categoría Aficionado y aquí se supo a los tres días...pasó sin pena ni gloria. No fue motivo de orgullo, para mi familia sí, pero jamás para las entidades encargadas de la cultura. Para mi agrupación, por ejemplo, en noviembre no hubo fiesta. Ningún ente gubernamental nos tuvo en cuenta ni siquiera para un saludo de lejos”, explica.

El viaje del acordeón

Manuel y su conjunto protagonizaron la película “El Viaje del Acordeón”, del colombiano Rey Sagbini y Andrew Tucker, de Australia. El filme se estrenó en mayo pasado en Colombia y cuenta la travesía del cartagenero, que ha intentado ganar el Festival más importante del mundo de música de acordeón, el Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar. Un día le llega una invitación para tocar junto a la legendaria orquesta de acordeones de la Hohner, en la Selva Negra alemana. Emprenden un viaje épico a este país lejano, un viaje que les cambiará la vida para siempre y con el cual Manuel espera ser el nuevo Rey Vallenato.

“Están matando al vallenato”
Hace once días, Colombia recibió con júbilo una noticia grande: La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco, declaró patrimonio inmaterial de la humanidad al vallenato.
“El vallenato, música tradicional del Magdalena Grande, Colombia, inscrito en lista de salvaguardia urgente del patrimonio inmaterial. ¡Bravo!”, twiteó la organización.
Cuarenta años dedicados al género le dan a Manuel la autoridad de opinar sobre ese noticiononón, ¿no cree usted?
“Recibo la noticia con mucha alegría, pero a la vez con un poco de indignación. Es un reconocimiento que debimos recibir hace muchos años y afortunadamente llegó, pero han salido a los medios de comunicación a darse golpes de pecho quienes tienen desmigajado el folclor, esas personas que han vuelto nada la verdadera esencia de nuestra música”, asegura.
-¿La “nueva ola”? -pregunto.
“Sí, aunque no soy enemigo de ese estilo musical...todo lo contrario, pero esa no es la esencia del vallenato y ellos han salido a darse golpes de pecho, cuando están haciendo desaparecer nuestra esencia, a tal punto que quieren hacer fusiones con reguetoneros. Han hecho una porquería de la música vallenata. Ojalá este reconocimiento los haga recapacitar porque lo están matando”, dice con tanta convicción que parece llenarse de ira.
Y yo me pregunto, ¿cómo se puede sentir alegría e indignación al mismo tiempo?
Es posible. Quien ha sentido un amor tan profundo, tan visceral, por cuarenta años, lo puede.
Y cuarenta años después de su primer trofeo, con algunas arrugas, pocas canas y tres hijos grandes, Manuel sigue borracho de sentimiento por el vallenato y, cómo no, por su pedazo de acordeón.

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