Revista dominical


El arte de "estirar" el salario mínimo

LAURA ANAYA GARRIDO

10 de enero de 2016 12:00 AM

Es un mago. No saca conejos de sombreros, ni desaparece a la gente. No saca monedas de sus orejas -ojalá-. La magia de Juan*, nada fantástica y bastante cotidiana, le sirve para una sola cosa: estirar el salario mínimo.

Este es el reto: lograr que 689 mil 454 pesos le alcancen para un mes. El Gobierno Nacional decretó que con esa plata puede y debe vivir un ciudadano promedio...de a pie. Palabras más, palabras menos, este año a 1,7 millones de colombianos les toca vivir -¿sobrevivir?- con 22.981 pesos diarios.

De La Nevera a La Heroica
Juan nació hace 29 años en Caimito, Sucre. Terminó el bachillerato y a los 20 años emprendió su travesía en busca de una vida mejor. Llegó a Bogotá sin plata, pero lleno de ganas de trabajar. Prestó el servicio militar y trabajó siete años. Fue operario de maquinaria y vigilante. Tiene dos hijos -6 y 3 años-.

“En Bogotá las cosas estaban mejor -dice con convicción-. Es una ciudad mucho más barata que Cartagena. No me quería venir, pero tuve que hacerlo por mi familia”. Era cosa de vida o muerte: su hijo menor nació con afecciones respiratorias y el clima de La Nevera no le colaboraba mucho. “Pensé en mudarme a Barranquilla, pero allá no tenía familia, entonces decidí vivir en Cartagena, acá está una cuñada mía”, cuenta. Y en abril de 2013 pisó tierras heroicas. Llegó para asentarse en San José de Los Campanos, en un sector estrato dos, bien lejos del Centro Histórico con sus murallas y el encanto que muestra la televisión. Y fue vigilante.

En Bogotá pagaba 300 mil pesos al mes por arrendar un apartamento de dos alcobas, sala, cocina, baño y patio. Vaya que en esta tierra caliente la vida es a otro precio: por una vivienda de dos alcobas, pero más pequeña, aquí Juan saca de su bolsillo 500 mil pesos ¡y este apartamento no tiene ni patio!

Desde agosto del año pasado, cuando despidieron a su mujer de la empresa donde laboraba, el vigilante debe cargar con todo el peso de la economía de casa. No es que quiera ser mago, es que le toca rebuscar “trucos” para no pasar hambre. El primer “truco” es vivir con su cuñada, que paga la mitad del arriendo. Es decir, a Juan le toca destinar 250 mil pesos de su salario para arriendo. Segundo, con el dolor más grande en el alma, dice, tuvo que mandar a sus dos hijos para el pueblo. Allá están con sus abuelos maternos y no les falta la comida. Tercero, le toca optimizar los gastos de la comida. ¿Cómo así?

Saquemos cuentas
Para desayunar, él y su esposa, normalmente, compran un litro de leche, que cuesta 2.300 pesos; y tres panes, que valen 1.500. La primera comida significa un desembolso de 3.800 pesos.

A mediodía, por ejemplo, compran medio kilo de carne, 8.500 pesos; medio kilo de arroz, 1.800 pesos; un plátano, 800 pesos; y tres tomates de árbol, 800. Van 11.900 pesos en almuerzo.

Y para la cena -si hay-, adquieren una libra de masa de maíz para hacer arepas que vale 1.500 pesos; 2.000 de queso y un litro de gaseosa, que cuesta 1.900 pesos. La tercera comida representa entonces $ 5.400.

En resumidas cuentas, diariamente, y solo en comida, Juan gasta 21.100 pesos de su salario mínimo. Eso significa que en un mes gasta unos 633 mil pesos en alimentos. Hay que agregar los $90 mil del mercado que hace el día de su pago: compra sal, azúcar, elementos de aseo y condimentos...entre otras cosas. También hay que gastar en transporte: son dos pasajes de buseta diarios, cada uno a $1.800, lo que suma al mes 108 mil pesos.

Si sumamos arriendo, comida, transporte y mercado, los gastos mensuales de Juan ascienden a 1 millón 081 mil pesos. ¡Caramba! Gasta 391 mil 546 pesos más de lo que gana. ¿Y cómo hace? “El sueldo nunca llega a fin de mes, pero uso una tarjeta de crédito y a veces mi papá me colabora enviándome plata”, comenta.

Sin dudar un ápice, Juan dice que el sacrificio más grande es estar lejos de sus niños. No ver cómo crecen. No ver cómo aprenden paso a paso a ser personas. Y su mayor reto es estudiar mecánica diesel para conseguir un mejor trabajo. Mientras tanto, un pañito de agua tibia: quiere comprar una moto para “mototaxiar” en sus días libres. ¿Será?

Desde la otra orilla
Adolfo Meisel Roca me recibe en el otro extremo de la ciudad, en la Plaza de Bolívar. ¿Quién es y qué pitos toca aquí? Es  Codirector del Banco de la República y tiene la misión de explicar cómo se ve el salario mínimo desde la otra orilla. Meisel es economista y tiene 61 años, 29 en el ente emisor.

“En Colombia, el salario mínimo se establece por negociaciones entre sindicatos, empresarios y el Gobierno. En los últimos años ha sido difícil ponerse de acuerdo y cuando eso pasa el Gobierno lo fija por decreto, como este año, que fijó el 7 por ciento. Para establecerlo se tienen en cuenta la inflación, que el ciudadano no pierda poder de compra, y el aumento de la productividad”, explica.

Aumentar el salario en el porcentaje que piden las centrales -que este año era el 12%- implicaría más desempleo e informalidad, “porque no contratarían tantas personas -asegura Meisel-, pero si se tuviera en cuenta solo lo que proponen los empresarios, no mejoraría la gente”.

En Colombia hay unos 21 millones de trabajadores: 1,7 millones gana un salario mínimo y otros 8 millones ganan menos.

“En cierta forma, en Colombia, los que ganan el mínimo son los privilegiados. Hay mucha gente que ni siquiera gana eso, los vendedores informales, por ejemplo. Todo el que gana por debajo del mínimo queda en la informalidad.

“Si me preguntas: ‘¿A usted le parece que el salario mínimo es muy alto?’, te diría que no. Me parece cruel que una persona trabaje como un burro y venga un tipo que está en una oficina con aire acondicionado y diga que gana mucho...pero si me preguntas como economista, desde un punto de vista estrictamente técnico, voy a decir que sí, de acuerdo con el nivel de ingresos del país.

“El problema es que tenemos el mismo salario para Bogotá que para un pueblito del Chocó. En el campo, por ejemplo, el salario podría ser menor. ...podríamos pensar en un salario mínimo por edades o por regiones, teniendo en cuenta que hay ciudades más caras que otras”, explica.

Lo que muy pocos entienden -dice Meisel- es que tanta inconformidad con el salario mínimo acabará cuando Colombia salga del atolladero.
“La solución a tanta polémica es que el país sea más rico, crezca más y por lo tanto podamos subir el salario no en la inflación más tres décimas, sino en la inflación más tres puntos. La solución para la pobreza es crecer. ¡Crecer!”, concluye.

Y yo sigo pensando que ojalá Juan pudiera sacar monedas de sus orejas, como los magos.

(*)Nombre cambiado a petición de la fuente.

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