Revista dominical


El gran varón

COLPRENSA

16 de mayo de 2010 12:01 AM

El sonido fuerte al interpretar el trombón, demasiado estridente para sus críticos de finales de los años 60, resonaba como un grito herido de los latinos en el corazón del Bronx. Para los veteranos, era simple: un forastero que no sabía tocar este instrumento, por lo que empezaron a llamar a ese desconocido ‘El malo’. Y resulta que el malo no sólo se volvió bueno, sino buenísimo. Metamorfosis que empezó desde el mismo 28 de abril de 1950 cuando William Anthony Colón Román nació con la genética musical boricua, heredada de sus padres puertorriqueños, William, un obrero de fábrica, y Aracelly, una ama de casa, pero en el barrio latino del Bronx de Nueva York. Fue ahí donde de niño creció arrullado por los ritmos populares puertorriqueños en la voz de Toña, su abuela paterna, que sin buscarlo, le cultivó el oído hasta llevarlo muy temprano a estudiar trompeta y clarinete. Pero su admiración por Mon Rivera, a sus 14 años lo hizo inclinarse por el trombón, con un sonido fuerte y agresivo con el que Willie Colón condimentó ese movimiento musical, social y político llamado salsa en la Nueva York de la década de los 60. Su apelativo de ‘El malo’ caló perfecto también para identificar al naciente compositor que le ponía música y ritmo a ese mundo de marginalidad y rebeldía del ghetto en el que había crecido. O mejor, en el que había sobrevivido. Aunque se lanzó a las calles a hacerse un espacio en medio de estrellas con apenas 15 años, en 1965, dos años después Jerry Masucci y Johnny Pacheco, los gestores de la Fania All Stars, la orquesta emblemática de la salsa de Nueva York, lo llevaron para formar la mancuerna más famosa de este movimiento musical: Héctor Lavoe y Willie Colón. Fueron ocho años y 14 discos de esta dupla que dejaron éxitos como ‘El malo’, su primer gran éxito en 1967, y el pico más alto en la historia de la salsa, al combinar el tono pícaro e hiriente de Lavoe con la melodía tradicional boricua, marcado por el sonido fuerte del mundo urbano de Nueva York. La imagen de malo y de vago que Willie alimentó con sus letras y sus carátulas, les trajo fama, pero también muchos líos porque todo el mundo quería pelear con ellos en todas las esquinas. Como ocurrió una vez en Connetticut, Estados Unidos. “Allá viven campesinos, gente muy seria y muy religiosa y Héctor se puso a decir unos chistes colorados y ofendió a la gente y nos cayeron encima. Él quiso saludar a la delegación diciéndole ‘blanco blanco’ y eso no cayó bien y se subieron al escenario y le dieron a Héctor por la cabeza, por la espalda, lo hirieron en la cara y a mí me torcieron un tobillo. A veces el sentido del humor de Héctor la gente no lo entendía, y si se estaba poniendo contento, se le iba la mano”, recordó Colón en entrevista con El País. Sobre una supuesta competencia para ser el más malo de los dos, Colón dice hoy: “Todo depende. Héctor Lavoe tenía mucha malicia, mucha labia, pero cuando se metía en un lío, siempre me tocaba sacarlo de allá”, dice. Aunque el binomio Lavoe-Colón se disolvió en 1974, seguirían unidos por una entrañable amistad y una relación profesional en la que Colón siguió siendo el productor de los discos de Lavoe. Sólo la muerte de Héctor separó este matrimonio musical. Duelo que le fue muy difícil de asimilar. “Yo estaba de gira en Europa, me dijeron antes de salir a tocar en un teatro al aire libre en Sevilla, España. Después del segundo tema tuve que parar porque como decimos nosotros, ahí fue que se me cayó el veinte y no pude seguir. Le dije a todo el mundo y pedí disculpas, me tomé un descanso y luego le dediqué el resto del concierto a Héctor. Lo peor era que yo no podía regresar a Nueva York, no pude ir a su velorio ni al entierro, le escribí una carta como en señal de duelo en la que le pedía disculpas por no estar allí. Cuando el Congreso de Puerto Rico me hizo un reconocimiento pedí que le hiciéramos un monumento, el Alcalde de Ponce nos consiguió un lugar (y allí llevamos sus restos)”, dice de su amigo entrañable, Lavoe. En 1977, Willie Colón se unió a otro hito de la salsa, el juvenil Rubén Blades y crearon lo que se ha llamado el movimiento salsa conciencia, por presentar un proyecto musical de alto contenido sociopolítico, cuyas crónicas urbanas con letras de Blades y sonido de Colón, logró un éxito tan estridente como el logrado con Lavoe. Con él logró éxitos tan importantes como ‘Siembra’, cuyo concierto para celebrar los 25 años del mismo los volvió a reunir y a desunir: se pelearon y hasta se demandaron por US$115.000 que Colon argüía que Blades no le pagó. Después de un largo proceso, los artistas conciliaron y hoy ninguno de los dos habla de ese tema. El artista que ha grabado más de 40 álbumes, que suman más de 20 millones de copias vendidas por lo que ha recibido 15 discos de oro, cinco de platino y once nominaciones para los premios Grammy, es muy reservado de su vida privada, pero se sabe que se casó a los 18 años con Marina Dávila y admite que fue un error casarse tan joven. De esa unión queda su hijo mayor, William Jr., hoy Policía en Nueva York. De su actual esposa, la irlandesa Julia Craig, tiene tres hijos, Diego, Miguel, quien toca la trompeta, y Antonio. Y podría decir que un quinto hijo es su sobrino Joe, a quien adoptó cuando falleció su hermana Cynthia, uno de los dos golpes duros que le ha dado la vida, pues su hermano mayor, William, también falleció siendo adolescente. ¿Willie Colón, cómo se siente un día antes de cumplir 60 años? -Me siento bien, contento, muy agradecido de todo lo que he podido vivir, recuerdo tantos amigos que ya no están, entonces me siento dichoso y con la buena fortuna de estar vivito y coleando, en contacto con la gente y tocando, ese es un regalo grande y le doy gracias a Dios por eso. ¿Qué diferencia hay entre el chico de 17 años criticado porque tocaba el trombón muy fuerte y el Willie Colon de hoy? -No mucho, para ser un viejo de 60 años son bastante inmaduro todavía y creo que soy más discreto, vivo más emociones como ser padre, ser abuelo y bisabuelo, uno puede saborear más la vida, por naturaleza uno se calma y se comporta como Dios manda, pero en espíritu sigo siendo rebelde y eso lo reflejo en mi música y en la política, me gusta estar activo, estar vigente y contribuir a lo que está pasando. -¿Cuál ha sido su concierto más memorable alrededor del mundo y por qué? -El de los 500 años del descubrimiento de América en 1992 en Washington. Ese día cantamos como a 500.00 personas. Esas peleas de Héctor y usted con el público como que sucedían a cada rato ¿no? -Bueno, en esa época era muy chamacos y como las carátulas nuestras invitaban a eso, había grupos de jóvenes que se paraban al frente del escenario y nos desafiaban, comenzaban a retarnos. Una vez nos presentamos en Shira, donde grabamos con la Fania All Stars, llegaron unos chicos a desafiarnos y Héctor y yo terminamos tirando la tarima encima de la gente como en las películas de vaqueros. ¿Recuerda el instante en que Johnny Pacheco los presentó? -Bueno, no es como en la película (‘El cantante). Yo conocí a Héctor antes de que Pacheco nos presentara y yo hablaba español, pero en la película yo le digo a Héctor que no entiendo nada de lo que me habla. Nosotros tocábamos en un barrio del Bronx en el mismo edificio por casualidad. Yo tocaba en un club en el segundo piso y él en uno de los altos, en Ponceños Social Club. Esa fue la primera vez que yo escuché a la banda de Héctor tocando. Como eso era como una fábrica, teníamos que ver quién tocaba más duro porque se sentía la onda y era una competencia muy fuerte, hasta que (Johnny) Pacheco dijo: ‘¿Bueno porque no ponemos juntos a tocar a Héctor Lavoe y a Willie Colón?’. A mí no me gustó la idea ni a Héctor tampoco, pero él nos convenció y Lavoe dijo, ‘bueno, hago la colaboración sólo por este disco porque ustedes están muy flojos’, pero hicimos esa grabación (El Malo) y la mancuerna Willie Colón y Héctor Lavoe duró ocho años y después seguí siendo el productor de sus discos en solitario. Pero en el 83 se volvieron a encontrar para grabar ‘Vigilante’... -Sí, sí, pero Héctor ya no era tan campesino, tan jíbaro, ya conocía el movimiento de todo, estaba más maduro, pero nuestra relación no cambió mucho porque todo el tiempo nos estábamos viendo y trabajábamos en el estudio de grabación y manteníamos una amistad. ¿Cómo hizo para no caer en ese mundo de drogas, mujeres y vida bohemia que rodea siempre a los artistas? -Muy difícil. Era una tentación permanente, pero nadie aprende de cabeza ajena, por más consejos que tú le des a la juventud, es difícil que te escuchen porque es un placer y una gratificación instantánea, pero es pasajera, y los que han cojido ese sendero no llegan a viejos. Mira talentos increíbles como Héctor, Ismael Rivera y los que se nos fueron por la droga y algunos que pudieron sobrevivirla, pero perdieron tantos años de tener éxito. El otro dúo famoso suyo fue con otro cronista urbano como Rubén Blades. ¿Cómo fue esa relación? -La mancuerna con Rubén Blades fue muy diferente. Con Héctor fuimos familia y fuimos juntos como hermano explorando el mundo. Pero Rubén es un hombre muy organizado, más premeditado, un tipo educado y venía con su agenda lista ya: sabía lo qué quería y para dónde iba y hasta más de lo que yo sabía, porque yo hago mis cosas más por instinto, no soy de planes a largo plazo, entonces fue una mancuerna más fría; muy buena pero enfocada en las confluencias políticas del momento. Pero les fue muy bien... -Reconocí la manera como escribía Rubén, era lo que yo trataba de traer rompiendo el formato, no solo puro coro y algo de soneo, pero él venía con una libreta de muchas canciones, con buen vocabulario y muchas historias. A base de eso trabajamos, había mucha magia, porque yo hacía lo del ritmo, de la calle y lo que aprendí de la vida a las malas y Rubén tenía un concepto académico. Yo fui el motor y él fue el coche, pero fuera de la relación de trabajo nunca compartimos tiempo. Sus primeras etapas en la música fueron como cronista urbano latino, historias que estaban en las calles del Bronx, pero como solista ya se mostró más romántico. ¿Cómo dio ese giro? -Quería hacer algo diferente a lo que había hecho con Héctor y con Rubén. Yo andaba siempre con mil libreticas donde tenía composiciones como Juancito, Nueva York, Sin poderte hablar, Tiempo pa’ matar y temas instrumentales, y lo presentaba a alguna gente de disqueras, pero no convencía porque les parecía demasiado dulzón para estos tiempos, pero cuando Rubén se fue, saqué esas libreticas y grabé y sorprendentemente ‘Sin poderte hablar’ fue un batazo. Eso me dio la credencial y la credibilidad para que las disqueras tuvieran más confianza para apoyarme más en mis proyectos como solista. Recordemos cuando grabó con Celia Cruz... -Cuando supe que Celia Cruz venía a cantar a la Fania, le dije a Masucci, ‘me gustaría grabar con ella’, pero más como una broma, pero él lo tomó en serio y me dijo: ‘¿De verdad? y le preguntaron y ella aceptó y pensé: ‘Qué voy a hacer ahora, ella ya era una superestrella y cantaba más música cubana que salsa’, sentí mucho temor, estaba nervioso. Cuando nos sentamos a escoger material y a explicarle cada tema, Celia era tan segura de ella que no tenía ego para el trabajo, su manera de trabajar era muy profesional y generosa. Yo que era un chamaco de 20 y pico años, me dio todo el respeto y el apoyo que necesitaba para ser su productor. Incluso, escogí un tema como ‘Usted abusó’, que era un ritmo como brasilero con unos acordes raros para ella, y me dijo: ‘Ay Willie, yo no puedo cantar eso’, y le dije, bueno, de todas maneras, vamos a hacerlo y ese fue el que mejor salió.

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