Se las echó Caracol con esta serie. Por la calidad de factura de realización, pues, los espectadores estamos viendo cine, en virtud de un lenguaje visual más reposado, sin urgencias, que se toma su tiempo para contar y mostrar lo que deseamos saber y lo que deseamos disfrutar acerca de un fantasma fascinante en la historia nacional y la cultura popular, como lo es Pablo Escobar, su vida, su obra y su contexto. En la factura de realización destaco el trabajo actoral, no sólo de Andrés Parra, sino de la orquestación de todos los personajes y su relación con el dinero y la forma de conseguirlo. Personajes con mucho carácter y determinación como El Alguacil, Graciela o la misma mamá de Pablo, entre los más destacables, hasta ahora. De otra parte, el diseño de producción dedicado a restaurar el paisaje y la atmósfera de la época, se constituye en un acierto que atribuye gran poder de verosimilitud a la historia. La ropa, el maquillaje, los peinados, la música, el paisaje urbano, los automóviles o elementos como los teléfonos o aparatos como televisores y radios nos sumergen en la caracterización de la época. Un propósito nada fácil de lograr porque gran parte del público tenemos una idea muy fresca y reciente de aquel ámbito setentero y ochentero.
No obstante, no estoy tan seguro de la intencionalidad del subtítulo de la obra: “El Patrón del Mal”. Allí hay que detenerse a pensar un poco, porque, personalmente siempre he sospechado que a Pablo Escobar le endilgaron muchas culpas, y quizás demasiadas, de las que realmente tuvo. Pienso que concentrar el devenir de una época en una persona, su vida y su obra se constituye en una estrategia oficial e institucional para escribir la historia a partir de arquetipos, estereotipos y esquemas antagónicos de sólo malos y sólo buenos. Y yo no estoy de acuerdo con esa intención. Es por eso que celebro que la primera secuencia de la serie que comenzó el lunes pasado se hayan dedicado al desplazamiento de una familia campesina, huyendo de la violencia de su pueblo: el pequeño Pablo arrastrando una maleta en romería junto a su familia y junto a la población entera. Esa imagen me parece crucial para comprender en qué consiste el narcotráfico. Y es que parece que se nos olvidara que el hilo conductor de nuestro devenir histórico es el conflicto agrario, el cual, comenzó desde la colonia. Una guerra cuyos tiempos son generacionales, donde la pelea es por las riquezas que produce la tierra y por controlar la vida de las gentes que la habitan. Es simple y violento. Una guerra donde la gran mayoría resulta excluida de las mencionadas riquezas y sus beneficios, lo que da como resultado un conglomerado social muy desigual y es que somos el tercer país más desigual del mundo, el primero, en América Latina, junto a Honduras y Haití. Entonces la gente enloquece y es capaz de cualquier cosa. Hay muchos Pablos caminando por ahí, además, desde tiempos inmemoriales, siempre ha habido Pablos. No se trata de la cultura del dinero fácil, porque como estamos viendo en la serie, todos los personajes la tiene bien difícil y están sufriendo los rigores de la vida en Colombia. Se trata de la cultura del dinero rápido, que es muy distinto, lo que implica riesgos, ilegalidad y mucha violencia. Esa es la opción que les queda a muchos; una opción plenamente vigente.
De otra parte, hay que enfatizar que el narcotráfico permeó la institucionalidad y la sociedad entera en todos sus aspectos y niveles. Y, aunque Pablo ya no esté, su legado contribuyó al fortalecimiento de cierta derecha rural, premoderna, rezandera, paternalista, negociante, totalitaria, abusiva y mafiosa. No se les olvide que el principal asesor presidencial durante el gobierno pasado era primo del patrón. Una derecha que logró lo que hasta cierto punto coronó Pablo: formar parte de la institución, con miras a desinstitucionalizarla y, en el desorden, contralar la sociedad y repartirse tierra, con todo lo que produce: piensen en todo el fenómeno de la minería, en la corrupción en notarías que roban grandes predios, en las rutas comerciales de todo lo ilegal: armas, contrabando y droga, en el desplazamiento forzado cuyas dimensiones son de las más grandes del mundo.
Por todo lo anterior, y aunque el personaje de Pablo resulte fascinante, en el marco de la serie, yo estoy con todo lo que representa Don Guillermo Cano de El Espectador, es decir, con la defensa de la institucionalidad con miras a la inclusión social, con justicia y equidad.
ricardo_chica@hotmail.com
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