Una de las reservas culturales de mayor arraigo y proyección en Palenque es la música. Los jóvenes aún no tienen un espacio donde cultivarla y trabajarla. Esperan con ansias la apertura de la Casa de la Cultura dePalenque, como el espacio de encuentro de las tradiciones y las artes. El Sexteto Tabalá, que dirige Rafael Cassiani, tiene una herencia sonora y rítmica que se acerca a los ochenta años. Digamos que el antecedente musical rebasa el siglo, pero nos referimos a la aparición de los sextetos en los años veinte, en pleno apogeo del Ingenio de Sincerín y la confluencia de cubanos entre nosotros, que compartieron música, instrumentos y vivencias creadoras. La marímbula que es un instrumento de origen bantú lo tocaba José Valdés Simancas, “Simancongo”. Es una caja con flejes metálicos tiene un sonido grave y percutivo sobre la caja de resonancia. La marímbula acompaña los cantos fúnebres del lumbalú pero también los cantos ancestrales de Palenque. Y allí se hacen presentes los enormes tambores palenqueros llamados Pechiches. La estirpe de tamboreros liderada por Paulino Salgado, “Batata”, creó una escuela y una dinastía que trascendió la localidad. Hoy hay cinco dinastías de Batatas que tocan el tambor. No ha nacido el último de los Batata y ya lo espera un tambor debajo de la cama. Esa música bella, rítmica, contagiosa, es uno de los rostros auténticos de la Colombia ancestral. Hasta la década de los ochenta se empezaron a grabar algunas canciones palenqueras, gracias al empeño del musicólogo Egberto Bermúdez y la devoción de la documentalista Gloria Triana, que hizo visible muchas expresiones culturales del Caribe colombiano y del resto del país, especialmente, de San Basilio de Palenque. Algunas de estas canciones del Sexteto Tabalá se grabaron en aquellos largas duración que editaba el Instituto Colombiano de Cultura. Eran piezas exóticas, desconocidas para la Colombia multicultural. Hoy la música de Palenque contagia a Cartagena y empieza a seducir al mundo europeo. Desde hace rato pero no de manera organizada ni sistemática. Todo ha sido lento y gradual como el asombro de los franceses por esta música o el delirio de un alemán por filmar el legado de Batata. O los golpes de felicidad esporádicos como el triunfo mundial de Pambelé o el debut del actor Evaristo Márquez. La música palenquera es un tesoro que merece promoverse y proyectarse: la bella e ingeniosa música de las Alegres Ambulancias, burlándose de la muerte a través de cantos y danzas; el ritmo de Anne Swing, uno de los líderes musicales del movimiento de la champeta, el aporte de Justo Valdés, con Son Palenque; la historia de la región convertida en música, atracción cinematográfica y en escenario de estudio etnocultural. Una nueva generación de jóvenes palenqueros y palenqueras se capacita para encarar las pobrezas del pasado y el destino que le toca vivir, más allá de la declaratoria de Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Lecciones de vida como la de Justo Valdés que a sus 58 años decidió aprender a leer y escribir. “Supe ahora que muchas veces me engañaron por no saber qué decían las palabras”.
Revista dominical
El sonido de Palenque
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