Revista dominical


El vallenato de Osama

EL UNIVERSAL

15 de mayo de 2011 12:01 AM

Aquel  once de septiembre decidí encerrarme en la oficina para trabajar un asunto urgente. Repicó el teléfono. “Busca un televisor y préndelo” decía mi mujer al otro lado de la línea. Apenas colgaba, cuando tocaban la puerta con cierta insistencia. “Profesor, venga, los llamaron a todos” me dijo un estudiante con cierto grado de alteración. Ya frente al televisor, junto a una muchedumbre académica, escuché decir al ingeniero de sistemas de la institución: “Miren, ahí va otro”. Concentré bien la mirada y con toda claridad observé, cómo un proyectil en forma de avión, a lo lejos, penetró con facilidad la torre “b”, pues, la “a” ardía en llamas. Acto seguido, de la torre “b”, en virtud de la reacción, salía una inmensa lengua de fuego. En ese momento sentí que, en verdad, nos estaban dando la bienvenida al siglo XXI.
A partir de ahí un arranque de histeria, de nervios, de desconfianza, de histeria colectiva. De un momento a otro casi cualquier cosa, acto, pronunciamiento era calificado de terrorista. Todo quedó sin matices. Apareció entonces un estrés planetario que fue ordenado según el gran relato que veíamos por televisión. En ese relato se organizó el lugar del bien y el lugar del mal. Muy bíblico todo. Los buenos los gringos, los malos los árabes. Los buenos los cristianos, los malos los musulmanes. Los buenos en occidente, los malos en medio oriente. Apareció una guerra santa declarada de lado y lado, con ejércitos dirigidos por Dios. Por un lado Yahvé y por otro lado Alá. O Jesucristo contra Mahoma, como ustedes prefieran. Se quemaron biblias y coranes de un lado y del otro. Pastores y mullahs, hombres píos, bendijeron una guerra que comenzó casi después de la caída del muro de Berlín (1989) –con la primera invasión al golfo, en cabeza de Bush padre (1991)- hasta hoy. Una guerra que contribuyó a debilitar la economía gringa y a enriquecer a los contratistas que suministran elementos a las fuerzas armadas, acuérdense que de aquí se llevaron quien sabe cuántos soldados profesionales y desempleados.
Por cada aniversario de la caída de las torres gemelas canales como NatGeo, Disvory Channel, History Channel entre otros, ofrecen pistas visuales que ordenan la memoria televisual sobre aquel acontecimiento. En ese repertorio aparecieron piezas muy creativas como aquel documental que usa los videos caseros grabados por los neoyorquinos, desde la calle, sus oficinas, sus apartamentos. El material es elocuente y tiene una gran y profunda carga de realidad. Se siente el terror en una mañana soleada. Peor. El miedo es de la noche, pero, como aquí acaeció de día, se siente peor. En otros programas, la caída de las torres, se descifra en las profecías de Nostradamus. Otros más, en especial, en los canales religiosos, el evento es una clara señal de la segunda venida del Mesías. “Arrodíllense, arrodíllense y clamen al cielo” gritaban los tele – pastores, acompañados de coros, incendiando el miedo de una feligresía asustada.
En 2004, Michael Moore, presenta su documental “Farenheit 9/11”. Allí se analizan causas y consecuencias del ataque a las torres y, con toda claridad, se da cuenta de la amistad y las sociedad comercial que las familias Bush y Bin Laden, tienen desde hace más de treinta años, en negocios petroleros en Texas y alrededor del mundo. Es sorprendente saber que el único avión autorizado a despegar fuera de los Estados Unidos, después del ataque, fue el de la familia Bin Laden. Y, como, de otra parte, con pruebas falsas de armas de destrucción masiva en Irak, se la montaron a Sadam y masacraron al pueblo iraquí en una guerra global contra el terrorismo. Por esa vía aparecieron las torturas en Abu Ghraib y la cárcel ilegal de Guantánamo.
Detesto el vallenato. Pero la canción de Lucho Covo “Osama Bin Laden” me parece una genialidad. Primero, porque se trata de una interpelación provincial y periférica, a un evento con protagonistas globales. Para mí, es una forma muy nuestra de participar del mundo en el nuevo siglo. Una forma auténtica, pues, no hay tratamientos urbanos como ese vallenato – pop que hacen en Bogotá. No. Suena como un vallenato de pueblo y del pueblo, suena a vallenato viejo, rural y campesino. Y de manera sencilla, además, anticipa lo que iba a pasar. Aquí les dejo la última estrofa: “Animalito atrevío cabeza forrá y barba de chivo/Parece armadillo pa’ viví enterrao/ te andan buscando los gringos y no te han jallao/ pero el día que te jallen te vas a mamá tu gajnatá”

ricardo_chica@hotmail.com
 

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