Revista dominical


Gaitas al vaivén de la hamaca

TOMÁS VÁSQUEZ ARRIETA

16 de agosto de 2009 12:01 AM

En San Jacinto. Allí, donde después de mucho serpentear muere ya cansada la Cordillera Occidental, se levanta majestuoso e imponente el gran cerro de Maco que, con sus 989 metros sobre el nivel del mar, se constituye en la máxima altura de los Montes de María. Por sus faldas bajan musicales hilos de agua que más adelante se convierten en bulliciosos arroyos en los que, cuando calienta el sol, bañan su plumaje mientras entonan sus cantos, bandadas de mochuelos finos, canarios, tuseros, chorrondés y pavas congonas. Quizá fue ese encantador paisaje natural el que hechizó e hizo detener su marcha al español Antonio de la Torre y Miranda motivándolo a fundar a San Jacinto, legendario pueblo productor de música de gaitas y de esplendidas hamacas. Era el mes de agosto del año 1776. Desde hace más de doscientos años, generación tras generación, los quehaceres artesanales han ocupado el tiempo de buena parte de las familias de este pueblo. Muchos son los hogares en los que se encuentra un telar, un devanador y unas resplandecientes paletas, instrumentos indispensables para el arte rutinario de producir hamacas y en donde a muy temprana edad las niñas aprenden esta tradición de madres y abuelas como algo natural, es decir, como si nacieran predispuestas para ello. Parte de la dimensión sonora de este paisaje cotidiano es el golpe seco de la paleta que golpea los hilos que van, poco a poco, configurando el tejido de la hamaca. También puede escucharse el “quejido” de una gaita tejiendo, a su modo, hermosas notas musicales. Los gaiteros –esposos de las artesanas- son al tiempo campesinos y artesanos que se apropian de la naturaleza para elaborar las gaitas, tambores y maracas, pero también se inspiran en ella para producir sus canciones que andan regadas por el mundo. Hoy, estas tercas tradiciones que han resistido y siguen resistiendo los embates de la tecno-modernidad, cuentan con eventos que las perpetúan, tales como El festival Nacional Autóctono Gaitas y Encuentro de danzas folclóricas, que se celebra todos los años en el mes de agosto y que se ha convertido en una oportunidad para que músicos, bailadores y bailadoras, muestren sus dotes de imaginación y creatividad. En escenarios como estos, hoy se forjan los herederos de la gaita de Toño Fernández, del tambor de José Lara, de los electrizantes movimientos de un bailarín como Felix Mejía y de los destellos rítmicos de Mercedes Viana, una suerte de María Varilla sanjacintera. De este modo, estos espacios culturales se han constituido en un estimulo, desde los años setenta, para la conformación y emergencia grupos infantiles y juveniles que hoy representan el empuje de las nuevas generaciones de gaiteros. Siempre se ha dicho que los sanjacinteros han heredado el talento musical de sus antepasados indios fiesteros y que parecen llevar la música por dentro, esa música que conciben y derraman por los fuelles del acordeón o por los huecos de la gaita que ceden dócilmente a los movimientos de los dedos e imaginación, creando e interpretando ritmos como la puya, cumbia, gaita corrida, son, bullerengue o la consagrada cumbia, entre otros. Todos estos ritmos se pueden escuchar y bailar ya no solo en las tradicionales ruedas de gaitas en vivo en las esquinas del pueblo, puesto que en las últimas décadas han emergido festivales, y espacios en los medios de comunicación que han aprovechado los gaiteros de San Jacinto para demostrar sus dotes musicales. El premio Grammy Latino no es otra cosa que un reconocimiento a esa expresión viva de la cultura Caribe, a esa pasión por la gaita y a ese inagotable canto a la vida. Es la magia de la gaita, la que ahora le ha abierto las puertas de colegios y universidades a lo largo y ancho del país, constituyéndose en una reconocida expresión de la cultura popular colombiana. Hoy son dos jóvenes gaiteros de San Jacinto (Gabriel Torregrosa y Juan Pimienta) los que dirigen dos reconocidos talleres de gaita en Bogotá en las universidades Nacional y la Sabana. ... De esos grupos infantiles, de esas genuinas escuelas esquineras al aire libre, ha emergido prometedora la figura de Iván Darío Salcedo Castellar, un niño que, por su destreza para la gaita encarna, sin duda, el legado de figuras como Juan y José Lara, Toño Fernández, Mañe Cerpa y Gabriel Torregrosa. A su corta edad ya es un referente de esta música y se vislumbra como un gran ejecutor de la gaita hembra, talento que ya ha demostrado en distintos escenarios nacionales. ...Pero sin duda que esta tradición de gaitas y artesanías ha sido perpetuada, casi de una manera secreta, de generación a generación, por la prodigiosa creatividad de gaiteros y artesanas quienes con su magia han legitimado estas costumbres en el tiempo, haciendo que gaitas y hamacas se constituyeran en el símbolo de San Jacinto, consolidado con el paso del tiempo. Ahora bien, si el tiempo en términos sociales es historia y el fundamento de la historia es el trabajo, entonces se puede decir que en nuestro caso es, por un lado, la artesanía, el trabajo productivo, aparentemente ajeno a los artificios de la simbolización, y por otro, la creación artística, trabajo de la imaginación, es decir, la música de gaitas, lo que ha generado todo un fenómeno de simbolización e identidad cultural. De allí que, decir gaitas y hamacas es evocar a San Jacinto, a sus creativos músicos y artesanas quienes con sus productos han trascendido los espacios regionales, para contribuir al enriquecimiento de la cultura de nuestro país.

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