Revista dominical


Gilles Lipovetsky: El pensador francés en Cartagena

NAYIB ABDALA RIPOLL

29 de agosto de 2010 12:01 AM

De paso por la Universidad de Cartagena estuvo el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, profesor en Grenoble, autor de “El Crepúsculo del deber”, “El imperio de lo efímero” y “La era del vacío”, en las cuales se busca el significado del neo individualismo narcisista, “light”, consumista y hedonista, dedicado al cuidado del cuerpo y del alma, al cuidado de la ecología, de la familia y de los niños (en el tiempo de los pederastas) y, en cambio, al escepticismo y la indiferencia en lo que respecta a las ideologías políticas y, en general, a las relaciones con el otro. En “El crepúsculo del deber”, Lipovetsky muestra que al final del siglo XIX decae en Occidente el predominio de la concepción confesional del deber y aparece la filantropía, la cual deja de considerar la inmoralidad como resultado del pecado o caída original y sostiene, más bien, que la degradación de las masas es resultado de condiciones económicas y familiares deplorables que era posible cambiar para conseguir su bienestar aquí en la tierra. Cuando aparece la moral moderna, con Kant y la Ilustración, el deber “ordena la sumisión incondicional del deseo a la ley”. Hasta mediados del siglo veinte, las sociedades modernas, a la vez que glorifican los derechos del individuo, reclaman la noción de los deberes que conjuren los excesos del individualismo. En la era actual, en cambio, se nota el predominio de la noción del deseo sobre la noción del deber absoluto. Por una parte, en filosofía ya el empirismo inglés (con Hobbes y Hume) había venido insistiendo en que todo: “yo debo” se basa en un “yo quiero”. Por otra parte, Lipovetsky, con sus observaciones sociológicas constata el creciente predominio de los valores hedonistas. Después de las dos guerras mundiales y de la caída del muro de Berlín la humanidad se ha vuelto escéptica con respecto a los ideales humanistas del progreso y de las utopías socialistas de origen fascista o comunista. Por eso, los valores que se reconocen hoy son más negativos (no se debe hacer esto) que positivos (se debe hacer esto). Pero no se trata de una época anárquica e inmoral, pues “la sociedad civil busca orden y moderación, aun cuando magnifica el bienestar y el placer” y agrega: “el “neoindividualismo” es simultáneamente hedonista y ordenado, enamorado de la autonomía y poco inclinado a los excesos.” Sigue a Foucault al constatar que la humanidad ha avanzado desde las épocas en que gustaba ver los castigos corporales y el sufrimiento de los condenados por el Estado a una época que deplora y rechaza con asco toda violencia y todo castigo corporal, una época como la actual, de la que dice: “La socialización del posdeber libera de la obligación de consagrarse a los demás, pero refuerza lo que Rousseau llamaba la “piedad”, la repugnancia a ver y hacer sufrir a un semejante”. La gran paradoja descubierta por Lipovetsky es que este respeto por la vida no se debe a una educación moral intensa, sino al hecho de que cada individuo ha tomado conciencia de él en el mismo momento en que se absorbe en sí mismo buscando cómo vivir mejor. El mismo individualismo actual moraliza “por la repulsión sentimental vivida hacia las brutalidades, crueldades e inhumanidades.” El individuo, en vez del sacrificio por los demás, busca su autorrealización. Donde antes se hablaba del deber para con la familia o para con los hijos, se tiende a ver hoy a la familia y a los hijos como medios para la autorrealización y, allí donde no hace mucho las multitudes se afanaban por luchar por consignas de ideologías políticas, hoy reina cierta “indiferencia” para con la política y en general, para con los demás, signo de una nueva lógica social, que rechaza la relación violenta con los demás. En “La era del vacío”, Lipovetsky resume las “lógicas” de las transformaciones sociales. Una primera es la del la del honor y de la vergüenza, propia de sociedades guerreras y violentas, en las cuales se dan venganzas colectivas para compensar el ultraje a la honra del guerrero o el daño inferido por un hechicero enemigo o por los muertos con los que la comunidad no se ha reconciliado. Lipovetsky observa que esta belicosidad primitiva no se debe a una “impulsividad incontrolada”, sino que se trata de un “modo de socialización consustancial al código de honor”. En estas sociedades rige la regla de la reciprocidad y, o se intercambian dones y se es amigo o se interrumpe ese vínculo y se es enemigo. No hay lugar allí para relaciones “neutras” entre los seres humanos y la “indiferencia” para con los demás es “imposible”. Mientras que en estas sociedades la acción de la venganza colectiva por las violaciones al código de honor impedían que apareciera una entidad como el Estado que monopolizara la fuerza, la época siguiente, la de la “culpa”, creó la nueva lógica social en la que el individuo ya no depende de las representaciones colectivas de su grupo, y puede relacionarse con los demás guardando su distancia, con neutralidad e indiferencia, a través de la intermediación del Estado y las instituciones. Ahora bien, los regímenes del terror instalados después de las revoluciones del Estado Moderno y la experiencia de los campos de concentración nacionalsocialistas y soviéticos han conducido a la humanidad a al escepticismo político, a desconfiar de las comunidades o grupos primarios y a valorar cada vez más la libertad y la igualdad democráticas. En el libro: “La sociedad de la decepción” comenta Lipovetsky que las sociedades tradicionales limitaban la decepción de sus miembros porque limitaban sus deseos, pero las sociedades “hipermodernas” actuales hacen que la decepción se convierta en una “experiencia universal” porque promueven múltiples placeres y prometen la felicidad a todos. Por eso, después de las culturas de la vergüenza y de las culturas de la culpa, llegan hoy las culturas de la “ansiedad, de la frustración y el desengaño”. En las sociedades tradicionales la decepción se combatía con el consuelo religioso, mientras que en las sociedades modernas para combatir la decepción se invita a la gente a “consumir, a gozar y a cambiar”. Un humanista cartagenero me dijo, cuando le hablé del individuo hedonista que trata de mostrar Lipovetsky, que no se podía dar entre nosotros, pues se trataría de un “hedonismo con hambre”. Y un filósofo objetó que, si la humanidad viene de rechazar la experiencia totalitaria en la que matar o no un judío era considerado como una opción del individuo fascista y si Lipovetsky dice que hoy el neo individualismo prefiere considerar como una “opción” lo que antes se consideraba un “deber”, entonces vale la pena preguntarse si hemos avanzado mucho.

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