Revista dominical


Joe Arroyo, su ritmo no muere

GUSTAVO TATIS GUERRA

27 de julio de 2014 12:02 AM

Gustavo Tatis Guerra

El Universal

A Joe Arroyo (Cartagena, 1955- Barranquilla 2011), lo dieron por muerto nueve veces. La última vez fue en la noche del veinticinco de julio de 2011, luego de que el Monseñor Víctor Tamayo le aplicara los santos óleos. “He perdido la cuenta de las veces en que me han dado por muerto”, confesó Joe en varias oportunidades. La primera vez fue el 7 de septiembre de 1983, luego de que los médicos lo desahuciaran y el rumor se expandiera por toda la ciudad, ante la inminencia de la muerte del artista.
La octava vez fue en pleno Festival Nacional del Porro, en San Pelayo, en donde las directivas del festival pidieron un minuto de silencio por el alma de Joe. Las nueve muertes anunciadas de Joe Arroyo formaron parte de su leyenda personal y se adelantaron a su muerte confirmada el 26 de julio de 2011.
Una vida dramática
La existencia de Joe fue singularmente dramática: la muerte de su hija  Tania (fallecida a sus 26 años, en 2001) y a quien compuso una de sus canciones desgarradas: “¡Te vengo a buscar, oh Tania!”, la muerte de su amiga ahogada en el mar a la que le compone Catalina del Mar; la muerte de su madre y la muerte violenta de su  hermano la noche en que los aviones norteamericanos se tomaron el centro de Panamá para capturar al general Manuel Antonio Noriega, el asalto a su casa y el robo de algunos Congos de Oro del Carnaval de Barranquilla. Todos esos dramas perturbaron el alma sensible del ídolo musical, quien confesó que él tuvo que convertir el dolor en música. El otro drama fue la novela verídica de sus amores y sus rupturas convertidas en canciones. Luego de separarse de uno de sus grandes amores: su compañera Mary, a la que le compuso la inolvidable canción Mi Mary, el compositor decidió no incluirla en sus presentaciones, pero la vida lo sorprendía siempre con la paradoja de empresarios que lo contrataban para cantar con la especial condición de que le cantara Mi Mary. Y el músico se negaba. Pero ante el ruego del empresario no había nada que hacer.

Así empezó todo
Hace muchos años tuvimos el privilegio de ser recibidos en la casa de Joe Arroyo en Barranquilla. Nos dijo: “No me recuerdo sino cantando. Siempre estaba cantando en la casa de Canapote, donde nací y en la casa de Nariño donde me crié.  Tenía unos 7 u 8 años y mi costumbre era meter la cabeza en una lata vacía de manteca para cantar. Me gustaba cantar baladas. Lo que se oía por la radio. Rafael, Los Ángeles Negros. Los imitaba. Me gustaba oír el eco de mi voz dentro de la lata. Me gustaba escuchar como se iba mejorando, perfeccionando la voz. En verdad, no había ambiente para que yo fuera músico. Mi primer instrumento musical fue una peinilla que forré con papel aluminio, mientras soplaba y sacaba las primeras canciones. Así me fui convirtiendo en un cantante de barrio, en el cantante de mi casa. Pero en ese entonces, ser cantante era lo más terrible para una familia. Se creía que todo cantante terminaría siendo un caso perdido, un cantante de borrachos.

Sobre la muerte
Una de las preguntas que le desconcertó a Joe en la entrevista que nos concedió en su casa de Barranquilla, fue sobre la muerte. “Cómo me vienes con esas preguntas, coño”, dijo riéndose. “He estado muy cerca de la muerte. Pero no le temo. Solamente por los hijos. Quisiera llegar a viejo pero cantando. Quiero hacer un álbum con el estilo de los años en que estaba con Fruko. Esa fue una etapa de oro de mi vida, y fue un gran momento para la salsa de Colombia y del continente. Yo no he dejado de componer, inclusive cuando he estado cerca de la muerte. Tú sabes que estuve moribundo, con eso de la tiroides que todo el mundo decía que era la droga. Si, estuve en la droga, conocí ese infierno, jugué a la candela, y le gané a la candela.
Yo estoy vivo porque los barranquilleros quisieron que estuviera vivo. En el peor momento de mi vida, sentí el apoyo de Barranquilla, por eso vivo aquí, por eso hice la canción “En Barranquilla me quedo”, es una demostración de mi afecto. Que la muerte me llegue cantando”, dijo Joe antes de ser sedado.
“Le pido a Dios que muera cantando en una tarima”. El artista le pidió a sus hijos que no dejaran de cantar mientras él durmiera. Se aferró a las manos de sus hijas y le clamó a Dios que le permitiera escaparse de “la pelúa”, el fantasma de la muerte.
 

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