Revista dominical


La gente que va a ver cine porno

JOHANA CORRALES

22 de junio de 2014 12:02 AM

En la cartelera, que es literalmente de ese material, los únicos dos films exhibidos esa mañana eran Las estudiantes mundialistas y Las veteranas calientes. La primera opción me pareció un poco menos extravagante.

Pero más allá de la elección de la película, había algo que realmente me preocupaba: ¿alguien me habrá visto entrar?

El lugar queda al lado de una panadería de colores naranja y verde neón, que es bastante frecuentada. A su vez, en la calle contigua, está un centro cristiano y de liberación espiritual o algo así. Una zona muy transitada. Hay varios establecimientos de ropa, telefonía, comidas y hasta un parquecito donde la gente se sienta a conversar y a pasar el tiempo.

Según alcanzo a leer en la improvisada cartelera, la película que he elegido empieza a las 11:30 a.m. Lo curioso es que ya son las 11:25 y no hay nadie que atienda.

Tengo un impulso y grito: ¡Buenasssssssssss!

Del lugar sale un señor cojo que intenta correr hacia la puerta con un enorme maso de llaves. Detrás de él, otro hombre muy extraño. Lo digo porque nunca levanta la mirada. Más atrás de ellos, una señora muy elegante, de cabello corto y lleno de canas. La mujer tiene buen aspecto. Parece ser de buena familia. De modo que la pregunta mental obligada es: ¿Qué hace ella en un lugar como este?

Al parecer, las proyecciones no las pasan a la hora indicada. Todos se ven enredados por mi presencia. La refinada mujer me invita a pasar. Ella es quien atiende la taquilla del sitio, pero tengo la firme sospecha de que es la jefa.

Por ser día laboral, la boleta tiene un costo de 4 mil pesos. Si fuera feriado, el valor sería de 7 mil. Lo mismo que cuesta una entrada a una sala de cine tradicional.

Subo las escaleras y encuentro un cartel gigante que indica que en ese lugar no está permitido fumar. Seguidamente hay una sencilla cafetería. Nunca vi los dispensadores de gaseosas, ni la máquina para hacer crispetas, pero sí los juguitos, las papitas y otros mecatos que se consiguen en cualquier tienda de barrio.

Hay unas cortinas que alguna vez fueron rojas. Ahora lucen más bien de color vinotinto y expelen un olor a viejo, a guardado. Es el mismo olor de cuando se ingresa a la sala, en la cual ya está siendo proyectada la película porno.

La primera imagen que pasan es una rubia que no alcanza los 18 años de edad, quien le está practicando sexo oral a otro joven. Están en acción en un parque que tiene zonas muy verdes y a pleno día. El film tiene las características propias de una producción de muy bajo presupuesto.

Mientras va corriendo la escena, intento encontrar un asiento que esté aparentemente limpio. Por fortuna, la sala está completamente vacía y puedo escoger “un buen lugar”. Enciendo la luz de mi teléfono celular y noto que hay varias colillas de cigarrillo regadas en el piso. De inmediato recuerdo aquel cartel gigante que había a la entrada, donde decía que no se podía fumar en la sala.

Después de hacer un casting de por lo menos veinte asientos, encuentro uno que me da cierta confianza. Queda en todo el frente de la pantalla, pero a una distancia prudente que no me produce mareo.

Han pasado 10 minutos y sigo sola en el teatro. De repente, escuchó un chasquido que viene de la puerta ¡Oh Dios mío! Entró mi primer compañero de sala (pienso). Desde donde estoy, puedo ver perfectamente quién entra y quién sale. Ya ha transcurrido un tiempo prudente desde que escuché aquel ruido y todavía no aparece nadie en escena.

Al rato, veo a un ancianito que apenas puede levantar los pies. Se sostiene de un bastón que parece más viejo que él. Hace maravillas para poder ubicarse en su puesto. Escoge uno de los últimos asientos. No sé cómo hizo para llegar hasta allí, y tampoco quiero pensar en las razones que lo motivaron.

Minutos después suena otra vez la puerta. Me pongo nerviosa cada vez que escucho ese ruido. En esta ocasión, es un hombre muy joven, bien vestido y con un morral en sus hombros. Se sorprende con mi presencia. Creo que no es común ver a mujeres en un sitio como este. Igual, sigue su camino y también se ubica en los puestos de atrás.

Regreso a la pantalla y aún la jovencita le está haciendo sexo oral a su compañero. De verdad que las películas porno a veces son más ficción que realidad. Me asomo en las escaleras y veo la calva brillante de otro señor. Iba ingresando a la sala cuando quedó atónito con la erótica escena. Lleva como tres minutos ahí. Cuando observa que lo observo, se siente apenado y rápidamente se va hasta los puestos de atrás.

Al fin, una escena diferente: la joven dejó tan excitada a su pareja que se prepara para la penetración. En este momento, es cuando más personas van ingresando al recinto: un señor que tiene unos exámenes médicos en la mano, otro que va o viene del gimnasio, uno muy elegante, una pareja de jóvenes, otro que parece que se voló de la oficina. Y así... hasta que somos 18 personas en la sala viendo la proyección de bajo presupuesto.

La película se llama Estudiantes mundialistas, pero el nombre poco tiene que ver con el contenido. En lo único que atinaron los realizadores del producto audiovisual es en que los personajes son jóvenes y lucen uniformes de escuela. Lo de “mundialistas”, no estoy muy segura dónde cabe.

Hay un sonido que me causa más terror que el de la puerta: las sillas. Si suenan así, debe ser porque se están... No, no quiero escribirlo.

Después de que la rubia ha complacido a su amante en las posiciones más novedosas, ambos alcanzan ruidosamente el orgasmo y termina la producción. Hay un fade out y la imagen se va a negro. Cuando pienso que se ha acabado, aparece otra estudiante rubia un poco mayor que la anterior. Esta sí se nota que usa un disfraz. Su rostro la delata. Debe tener más de 25 años. Se ve ridícula con el uniforme de colegiala.

Hago un paneo muy rápido del lugar y el público se ve emocionado, pero sobre todo muy concentrado. No se han percatado que los observo. Muy cerca de mí se ha sentado un abuelito a quien, por cierto, le faltan casi todos los dientes. Me di cuenta cuando me pidió permiso para hacerse a mi lado. No se ha tocado, pero sus labios dibujan una sonrisa que apenas se asoma. Recostado por completo sobre la silla, en la que a mí tanto asco me dio sentarme; y, con los pies levantados, se ve complacido y feliz ante lo que contemplan sus ojos.

En la parte superior del teatro, hay varios hombres de pie, apoyados en la pared y con los brazos cruzados. Esa posición fija la han mantenido desde que ingresaron a la sala.

El lugar es muy viejo. Hay un olor indecible. Se parece a cuando entras a un cuarto con agujeros en el techo, donde la noche anterior cayó semejante aguacero, dejando un olor a humedad que causa repulsión. No estoy segura si hay acondicionador de aire o no. Pero no se siente calor.

Las sillas son de color miel, en un material que parece madera. Hacen mucho ruido no sólo cuando te sientas, sino cuando te mueves o te levantas.

Por otra parte, la pantalla es grande y la definición de la imagen, aunque no es perfecta, tiene cierta nitidez con la que se puede apreciar mejor el video. La calidad del sonido no es la mejor. Pero, bueno, son sólo gemidos y gritos. No se necesita gran cosa.

Cuando me percato de que la película está casi por finalizar, me retiro del teatro. Me da terror estar sola con tantos hombres excitados cerca. Me levanto con el mayor cuidado para que el ruido de la silla no sea tan estruendoso. Fallo. Todos me observan. Me dirijo a la salida con miles de interrogantes: ¿Por qué la gente vendría a un lugar como este? ¿Por qué no compran una película pornográfica y la ven en su cuarto? ¿Para qué se exponen de esta forma?

Cuando voy pasando por la cafetería, se despide de mí el señor extraño de la puerta, ese que nunca mira a la cara. Me quedo en el parquecito de afuera y se respira otro aire. Me quedo observando y entran varios señores de avanzada edad, quienes miran a los lados, bajan la cabeza y entran al lugar como si fueran cualquier edificio a hacer una diligencia personal.

Estos tres señores, al igual que los otros que ya están adentro, quizá no tengan la intimidad en sus casas para ver pornografía. Algunos puede que sean tan humildes que no tengan un computador e internet para hacerlo. Y están, tal vez, los que se sentían tan excitados que no alcanzaron a llegar a su casa a quitarse las ganas. No sé...

Pero lo que sí me queda claro es que hay mucha gente que va a ver porno en el Cine Capitol. Es un negocio rentable. Tiene que serlo: es martes, mediodía, y son más de 20 personas en la sala.

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