Revista dominical


La paz no se aísla

GUSTAVO TATIS GUERRA

27 de septiembre de 2009 12:01 AM

No es una isla la paz pero tampoco se aísla. El concierto Paz sin Fronteras, celebrado en La Habana, dejó resonancias culturales más allá de la isla y desnudó la gran capacidad de intolerancia de ciertos sectores de la sociedad y no solamente de minorías de cubanos exiliados en los Estados Unidos o el exterior, sino también de latinos xenofóbicos con todo lo que alude a Cuba. El concierto fue una lección de tolerancia y apertura cultural no sólo para considerar todo germen de exclusión dentro y fuera de la isla. Es increíble que a estas alturas del siglo XXI haya todavía reductos de la ortodoxia más extremista capaces de alquilar una aplanadora para destruir música, con la misma saña desquiciante con la que se critica a individuos o colectivos por no pensar de la misma manera. Uno cree que la humanidad está a salvo de esos desmanes pero a cada rato se asoma un espíritu fundamentalista y no sólo en una dirección: la derecha y la izquierda participan de esos delirios en la sociedad contemporánea y el alma atormentada de Hitler reaparece de muchas maneras cuando menos se espera con su antigua y nefasta vocación de exterminar todo lo que no se aparezca a los intereses privados. Pero también sirve este concierto para meditar sobre algunos músicos cubanos de reconocida trayectoria mundial que han sido vetados en la misma isla porque no compartieron pensamientos o acciones del régimen político del líder Fidel Castro. Con la misma sutileza con que se ignora o se excluye, también hay artistas valiosos que han sido sepultados al olvido por otras formas de intolerancia de la aplanadora mental, dentro y fuera de Cuba. Hizo bien Juanes al no permitir que su iniciativa tuviera sesgo político y que su manifiesto de hermandad, reconciliación y apertura, fuera construido desde la dimensión humanística y estética no del mensaje escueto de la política sino por otra forma suprema de la comunicación política: la música. El concierto fue un abanico sonoro de posibilidades y aciertos: desde la amorosa y bella canción llena de metáforas de Silvio Rodríguez (1946) “Ojalá”, un himno de los enamorados de la isla y de América Latina y su canción “El escaramujo”, de un lirismo exquisito hasta las vibraciones rítmicas y contagiosas del rap y hip hop del italiano Lorenzo Jovanotti (1966), con sus canciones Penso positivo y El ombligo de la Habana, había un contrapunto de maravillosa diversidad artística ante una audiencia de más de un millón ciento cincuenta mil personas. América se reinventa y se revoluciona desde la aceptación de las diferencias sin ingerencias ni provocaciones, como en las canciones humanas y sociales del cantautor español Luis Eduardo Aute (1943) y las canciones de amor del español Miguel Bosé (1956), las canciones del colombiano Juanes (1972), que concilian el sentido de la solidaridad en canciones bellísimas como “Sueños”, que dedicó a los secuestrados colombianos o la que cantó a dúo con Bosé: “Nada particular”. Las canciones del cubano Carlos Varela y los célebres músicos del ritmo Los Van Van que estremecen a la isla y la rítmica puertorriqueña Olga Tañón (1967) que abrió el concierto. Los susurros y los ecos siguen más allá de la isla. Los guardianes de esta hermandad sonora vencieron el miedo y las amenazas. Los artistas hicieron un acto trascendental y ejemplar. Un regalo histórico en el que ningún artista recibió una sola moneda. El gesto heroico de Juanes de promoverlo en La Habana sin ningún apoyo comercial, lo consagra como un artista valiente y comprometido con una causa humana trascendental. La música queda para siempre. La sociedad humana tiene que afinarse.

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