Y ¿si no estamos relatados en ninguna de las narraciones históricas de Cartagena, entonces, en qué consiste nuestra relación con la ciudad? Se trata de una relación que establecemos en diversos ámbitos: en la familia, la escuela, la calle, las instituciones, en los medios de comunicación, en las prácticas de la vida cotidiana.
Lo primero que se debe tener en cuenta es que nuestra ciudad es multicultural. Pero, eso que parece tan simple y tan obvio, no es tan fácil de admitir en nuestras mentalidades excluyentes. Y es que le hacemos el “fo” a todo lo que no parezca cartagenero, es decir, a todo lo que no cumpla con determinado perfil: de color blanco, de abolengo raizal, de apellidos distinguidos, de buena cuna, de buen barrio. A partir de ahí, la dinámica de exclusiones se viene en cascada hasta llegar al perfil más vapuleado: mujer, negra, pobre, madre soltera, anónima, hija de la mala vida. Cualquiera diría que es que el mundo es así y así están bien las cosas. Pero no. Es más, nuestra ciudad no tiene porqué ser así. Nuestra sociedad no tiene que ser tan clasista, tan arribista, tan racista, tan egoísta y tan hipócrita. Y la clave para comprender la multiculturalidad, creo, está en la formación social de los relatos.
“Mejorar la raza”, por ejemplo, es una expresión muy local de viejo cuño, en especial, de los sectores populares. Y se refiere al desprecio (y al auto desprecio) de lo negro, con miras a lavar la piel de la generación subsiguiente. El origen de semejante práctica de apartheid, acaece en las ideas del determinismo racial y geográfico dado en Francia del siglo XVIII. Ideas que fueron retomadas por el sabio Caldas para caracterizar la geografía humana del territorio colombiano. De tal forma que los blancos que viven en el frío son seres superiores a los pardos y oscuros que viven en el trópico. Tal cuerpo de creencias se atornilló en la mentalidad nacional y local hasta el día de hoy, en especial, porque, hacia la década de los años veinte del siglo pasado, en el congreso de la república se dio el “debate sobre las razas”. La élite blanca y andina, preocupada por la modernización del país, identificó a la raza negra e indígena como principales obstáculos para el progreso y el desarrollo. El debate duró buena parte de la década y sus efectos de desprecio generalizado permearon la creación del ministerio de educación nacional –nada más, ni nada menos- en cabeza de un intelectual antioqueño, de ideas fascistas y nazistas, como lo fue Luís López de Meza. Eso explica buena parte de porqué gente como nosotros estamos en el marco de un relato donde no estamos. Y, si aparecemos, somos unos perdedores. Fuentes del fracaso.
El ámbito simbólico de la ciudad, es complejo e infinito. Pero, quizás uno de sus aspectos más importantes sea la monumentaria. Por eso la aplastante presencia del referente de Pedro de Heredia sea tan lacerante. Porque una minoría poderosa pero mediocre y sin dignidad la impuso a una caterva de vencejos, como el resto de nosotros. Entonces Heredia nos relata y lo admitimos como perfectamente natural. ¿Qué hacemos? Ahí los docentes, de todos los niveles escolares, tenemos una oportunidad de oro. Falta ver si estamos preparados y si somos capaces de aprovecharla. Los docentes estamos llamados a construir un relato digno que nos posibilite sobreponernos al abuso, a la mendacidad y a la pequeñez de quienes nos escribieron y nos pusieron en el lugar del olvido.
Hay que seguir el ejemplo de Álvaro José Arroyo. El “Joe” escribió “La Rebelión”. Un himno que casi todos los cartageneros de cualquier origen, se sabe de memoria. Se trata de un relato digno que no le lambonea a nadie. A ningún conquistador. Necesitamos un hito urbano a partir de aquella pieza musical. Imagino una estatua imponente del “Joe” Arroyo en la rotonda de la bomba del Amparo que se llame “La Rebelión” y al pié, la letra esculpida. Como para que no se le olvide a nadie. Sin duda sería una buena forma de recomenzarnos a querer.
ricardo_chica@hotmail.com
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