Revista dominical


La tableta

RICARDO CHICA GELIS

02 de febrero de 2014 12:15 AM

No estoy de acuerdo con el uso de las tabletas digitales y las plataformas virtuales de educación en los colegios de Cartagena, sean públicos o privados. No estoy de acuerdo porque, el proceso educativo en la ciudad es desastroso. Situación muy diferente en Alemania, Japón o Singapur. Se trata de países donde los estudiantes de los distintos ciclos educativos leen ocho, once o catorce libros al año, fuera de sus obligaciones escolares. En otros términos, son sociedades que tienen la experiencia cultural de la autonomía intelectual. Nuestro sistema educativo, históricamente, no sirve para eso. Aquí la educación sirve para perpetuar la desigualdad social. ¿O es que los colegios de Olaya brindan la misma preparación que los colegios de la zona norte?

La autonomía intelectual, a nivel individual y colectivo, tiene que ver con una pregunta: ¿educación para qué? Por supuesto, una pregunta sin respuesta en Cartagena. La escuela supone proyectar la sociedad al futuro. Lo cierto es que los colegios van por un lado y la realidad por otro. Lo más lógico es que los colegios, y lo que enseñan, se articulen con el complejo mundo de los puertos de Cartagena. Pero, no. Ni la gente de a pie, ni los profesores, ni los estudiantes, ni las directivas tienen idea de qué pasa con los puertos. ¿Qué va a pasar cuando se amplíe el Canal de Panamá y los puertos de Cartagena adquieran más importancia y generen aún más riqueza? Aquí la escuela no está implicada en un proyecto de ciudad o de nación. La escuela no tiene nada que ver con un proyecto soberano y la soberanía es económica. La autonomía intelectual colectiva significa convertir en riqueza las ideas y el talento de la gente. Eso no es posible en un lugar donde no quieren a nadie. De hecho, es rara la carrera universitaria que enseñe a sus estudiantes cuánto vale su trabajo, sus propuestas y soluciones, sus resultados. En los colegios, menos se piensa en ese enfoque, en ese interés.

A Colombia llegaron los carros, pero no las carreteras; llegaron los hospitales, pero no el sistema de salud; llegaron los libros, pero no la cultura letrada; llegaron las tabletas digitales a los colegios, pero no llega la autonomía intelectual, ni la soberanía, ni la formación de ciudad, ni de nación. Todos sabemos que la educación en Colombia es un negocio. Ello es evidente en la crisis de la docencia. Ya no existe el profesor culto, el que devoraba libros y tenía una opinión razonable de las cosas. El profesor que escribía, disertaba, que era tan bueno que la gente se asomaba por las ventanas del salón para no perderse las clases. Había pasión por el conocimiento, por los interrogantes y se enseñaba con el ejemplo. Ahora lo que hay es una renuncia masiva a la profundidad y la pérdida de referentes es general. 

El mundo digital arropó a Cartagena. Abundan todo tipo recursos digitales incluyendo las tabletas y eso está muy bien. Lo que pasa es que alemanes, japoneses y coreanos siguen devorando libros de todo tipo y nosotros lo que hacemos es consultar el horóscopo en una aplicación digital, o si acaso leemos El Teso. No desconfío del mundo digital, sino de nuestro atrasado y desigual mundo escolar y social. De hecho, es más probable que niños y jóvenes aprendan más y mejor con una tableta fuera de la escuela, que dentro de ella. El internet es una revolución cultural maravillosa, pero, eso no ha servido para revolucionar el lugar que ocupamos en el mundo. Exactamente, todo lo contrario. No estoy de acuerdo con la tableta en el espacio escolar porque los estudiantes pierden la única oportunidad de leer un libro ¿Por qué en las sociedades avanzadas no han renunciado a los libros; por qué no han privatizado sus sistemas educativos; por qué sus profesores de primaria y bachillerato ostentan sendos doctorados y buenos sueldos? Para nuestro caso, una tableta digital en el colegio sirve para depender de la dictadura implacable de las editoriales que, por demás, nos venden los peores contenidos, escritos quien sabe por quiénes. Nueva tecnología y el mismo viejo conocimiento impertinente. Quieren que nos adaptemos a su sistema, a cualquier precio. Lo menos peor es dejar las cosas así y retardar la llegada de una derrota anunciada.

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