Django sin cadenas, película dirigida por Quintin Tarantino, tiene una secuencia de gran relevancia, que particularmente llamo, la venta del Mandingo. En general esta es una película, con un propósito desprevenido de entretener al gran público, pero, cuando el conflicto central se desata, aparece un momento delicioso y revelador donde interactúan un esclavo y un ex – esclavo. Es Texas en 1858, varios esclavos son transportados por los hermanos Speck y allí va el negro Django (Jamie Foxx), quien es liberado por King Shultz (Christoph Waltz) un alemán, dentista y caza recompensas. Shultz y Django, ahora socios, son el brazo ambiguo de la ley; quienes, además, van en busca de Broomhilda (Kerry Washington) la esposa esclava del Django liberado. Para tal propósito deberán enfrentar a Calvin Candie (Leonardo Di Caprio) el poderoso, simpático y peligroso amo, dueño de Broomhida.
Hasta aquí todo resulta una historia divertida y convencional, donde la violencia es un lenguaje propio del estilo Tarantinesco que, además, hace referencias recurrentes al estilo fílmico de los espagueti - westerns, que apareció en Italia y España en los años cincuenta y sesenta. En ese momento histórico del cine industrial europeo surgieron directores como Sergio Leone y Sergio Corbucci, maestros del sub género; el primero de ellos, famoso por la Trilogía del Dólar (Por un puñado de Dólares, 1964; Por unos dólares más, 1965; y, El bueno, el malo y el feo, 1966). Corbucci, por su parte, cobró relevancia en 1966 con su película Django, con Franco Nero de protagonista. Tarantino, incluye en su nómina de actores a Franco Nero, dando evidencia de un importante homenaje, no sólo al actor, sino a las más de 500 películas del espagueti – western, puestas de moda hace cuarenta años y que tuvo un público seguidor en los cines de Getsemaní en Cartagena.
Tarantino se apega a los recursos propios de este sub género, como son los movimientos bruscos del zoom, algunos movimientos rápidos y largos de paneo, una banda sonora trepidante y mucha acción, donde la sorpresa es una constante llena de ironía y humor. La orquestación de personajes, constituye una competencia por saber y ver quién es más violento. Y así, todo lo anterior, conduce a la venta del Mandigo; es decir, a la cortada del esclavo liberado y el dentista caza recompensas, para timar al despiadado Calvin Candie y rescatar a la hermosa negra Broomhilda. Con la excusa de comprar un esclavo luchador, una suerte de gladiador romano, Django y Shultz llegan a Candieland, la inmensa hacienda sureña de Calvin. Candieland, a su vez, está administrada por un viejo, relamido, sabio y astuto esclavo: el negro Stephen (Samuel L. Jackson) quien advierte todo el ardid y alerta a su amo. En aquella secuencia, por las condiciones ambiguas y de transición entre la legalidad de esclavizados y negros libres, todos en Candieland, se ven obligados a respetar a Django.
Ante esa situación, el negro Stephen se escandaliza cuando el amo Calvin decide que Django dormirá en la casa principal de la hacienda. Da la impresión que toda la película está hecha para ese momento tan importante, donde se suscitan tantas lecturas. Un momento, donde el enfoque étnico – racial de la historia, se cambia por el enfoque de la clase social. Emerge de una manera sutil, la premisa de que en el espacio social, cualquiera que sea, lo fundamental es el prestigio y el reconocimiento, lo que puede obtenerse con un gran esfuerzo y ese era el caso del negro Stephen, que por muy esclavo que fuera, después del amo, mandaba él. Stephen no estaba dispuesto a compartir su privilegio de detentar el poder en la casa blanca y grande del amo, con otro negro. Cuando Django vuela en mil pedazos la casa del blanco, con todo y Mandingos, aparece un mensaje muy Tarantinesco, cuyo remate consiste en una alternativa radical. La película termina siendo una inteligente metáfora que sugiere que siempre hay un poder detrás del poder y eso puede pasar tanto en el Palacio de la Aduana en Cartagena o en la Casa Blanca en Washington.
Revista dominical
La venta del Mandingo
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