Revista dominical


"La vida pende de un pañuelo"

LIDIA CORCIONE CRESCINI

13 de octubre de 2013 12:02 AM

"Cuando era pequeña, prácticamente no jugaba con objetos materiales, porque todas mis hermanas, tenían una prima de la misma edad para jugar a las muñecas, pero yo no”. Por eso se  dedicaba a recortar revistas y hacer revistas nuevas,  obras de teatro,  jugar con  los varones, que eran sus contemporáneos; no le gustaba andar con la gente de su edad, sino escuchar a los viejos y participar en las conversaciones de ellos, por lo que tuvo una niñez sui generis. “La verdad,  no me gustaba jugar a las muñecas, ni  vestirlas, ni darles el tetero”. A Sara, le apasionaba organizar reinados, corridas de toros, inclusive escuchar peleas de boxeo con Humberto; de hecho, andaba con gente entre los doce y trece años, cuando apenas tenía cinco. En el barrio de Manga trajinaba en bonche jóvenes de todas las edades. Jugar beisbol con bolita de caucho en la calle la ponían contenta; a veces se hacían bautizos de muñecas, a los que nunca fue porque le parecía  hartísimo asistir a ellos.

Recuerda de su infancia sus  clases de ballet,  para ella,  era el momento de crecer en el escenario. “Como era la mas maluquita de sus hermanas porque todas parecían pintadas por Renoir”. Cuando su madre la  pone en el ballet, se  siente inspirada y reconciliada con la vida, porque su mayor  inspiración era la música, los bailes y todas las piezas, desde el tango hasta la jota.  Estuvo hasta los doce años en las clases de ballet. Equivocadamente, su padre, consideró que aprender a bailar  con un profesor  “amanerado” no era lo correcto.
“Con el baile me doy cuenta de que  era merecedora de amor y  del aplauso del público”,  siente la necesidad de ser la mejor, porque haciendo cosas, lograba ser bella, pero bella del alma. A los doce años su padre la manda a estudiar a estados Unidos, cuando regresa, ya hablaba el inglés perfecto. Gracias a la madre San Bernardo en el colegio La Presentación, la que la hizo leer, El Mío Cid, a Federico García Lorca, Gregorio Gutiérrez González, se enamoró de la literatura.
“Yo estaba hecha para el periodismo, porque el periodismo  para mi es corretear noticias”.
Se da cuenta de que lo que a ella le gustaba, era muy estresante porque tenía que ir detrás de la chiva para decirla primero que los demás.
Abandona el periodismo a los veintiocho años, porque el estrés la estaba poniendo nerviosa, toma la decisión de dedicarse a la enseñanza que le permitía un tiempo más lento y sosegado, además, escribir a su propio ritmo. Su primer libro fue “Los decanos” y ahí se dio cuenta que podía hacerlo sin salir primero que nadie.
Escribe en el Espectador del 83 al 88, como cronista, entrevistadora, ensayista, después independiente del 88 en adelante, hace nueve años regresó a la prensa escrita.
Le pregunto  ¿Por qué todos quieren ser comunicadores sociales?
“Lo que yo veo, es que el mundo se ha inundado de tecnología, siendo ésta  el nuevo  Dios, entonces la Comunicación Social, permite la utilización de tiwtter, facebook, y todos esos procedimientos para acelerar las relaciones, que son muy buenos,  pero a los jóvenes, se les olvida que los árboles crecen despacio  y que uno solo puede asimilar, lo que se hace a su tiempo, en paz y con tranquilidad, pero ahora es la rapidez de la noticia lo que a la gente le interesa y es por eso que  se ha farandulizado mucho la comunicación,  las jóvenes,  se meten en reinados de belleza, porque es una bolsa de empleo para pasar a la Televisión, pero realmente el sentido de la comunicación que viene desde los griegos, como un dialogo entre dos partes en igualdad de condiciones, se está perdiendo,  porque confunden el instrumento con el mensaje y el mensaje se ha empobrecido”.
Goza con la naturaleza, los atardeceres, el vuelo de los pájaros, el mar, el cielo, los alcatraces.
Prefiere la prosa poética porque siente que es un rio caudaloso que tiene mucha fuerza que va arrastrando por su camino todo lo que lleva por delante, un rio caudaloso y abrasivo que la obliga  a escribir sin interrupción.
Aún no se arriesga a sacar su libro de poesía o prosa poética porque  pertenece al territorio de su vida intima y es algo que tiene pendiente para esta época propicia en que está al borde de su jubilación, “ pero, mientras pueda seguir conectada como a un respirador artificial prefiero seguir entrando y saliendo de la universidad impartiendo docencia, organizando eventos y escribiendo mi columna periodista en el universal para gozar de la dicha de que mis alumnos me digan si lo hago bien o lo hago mal”. Piensa que cada etapa de la vida nos impone un ritmo, todavía cree que puede   explotar más la capacidad de desarrollar  la oralidad, ya para sentarse a escribir prefiere haber reposado un poco, nos sorprenderíamos de la cantidad de poemas que tiene guardados pero todavía no quiere sacarlos a la luz  están depurados, prefiere sorprendernos.
Se lleva el  libro  Imágenes de sal y arena de Érick Bozzi.
“Me hace sentir feliz, como estado de liberación, cuando leo cualquier cosa que escriben mis hijos”. Su  hija Julia escribe en la revista fucsia y su hijo Juan Manuel, ahora un ángel,  le escribía cartas y poemas. “No hay para mi felicidad más grande, que ellos hayan encontrado la felicidad de ilación de las palabras”.
Cuando iba a sacar su doctorado en España, el sitio más económico  para vivir era un convento de monjas, le pareció una experiencia divina porque acababa de fallecer su hermano Erick y esa experiencia, de levantarse a las seis de la mañana, ir a misa y escuchar los coros, la ayudarían. “Recuerdo mucho mi confesión con el cura, cuando le dije: -padre me acuso de que estoy obsesionada con ser la primera de mi promoción, la primera en terminar, la primera en todo.” -No eso no es pecado, le dijo el cura, ojalá todos fueran así. “Con esa respuesta del cura, me dije a mi misma: la vida pende de un pañuelo, mi hermano acaba de morir y yo me siento obsesionada.
Entre una estrella de mar o un caballito de mar…
“El caballito de mar, porque siempre me ha encantado la imagen que dice… y los animales del fondo rodearan, haciendo una ronda a tu lado, bájame la lámpara un poco más, déjame que duerma nodriza en paz, y si llama él, no le digas que estoy, dile que Alfonsina no vuelve…”

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