Revista dominical


Las agüitas del doctor Lefranc

GERMÁN FONSECA CASTILLO

10 de octubre de 2010 12:01 AM

Ha pasado casi medio siglo y aún tengo en mi memoria la imagen de un recinto en penumbra, con paredes húmedas, en una calle casi sin tránsito del Centro Histórico, en el que un grupo de pacientes silenciosos se miraban unos a otros y calladamente pasaban tras un cancel, donde un doctor enigmático le recetaba a mamá medicamentos, envasados en pequeños frascos, para curar las jaquecas que la tumbaban por tres o cuatro días seguidos. Mamá me pedía que la acompañara, a prima noche, después de que ella dejara resuelta la comida y yo regresaba del colegio. Eran tiempos sin televisión y pocas salidas, por lo que el paseo desde San Diego, donde vivíamos, a Santo Domingo me parecía muy atractivo. Era el consultorio que el Dr. Manuel Lefranc tenía en la calle de Santo Domingo. Nunca me interesó saber quién era y me vine a enterar de su muerte cuando un almacén de floridos vestidos de baño y deslumbrantes lámparas, reemplazó su lúgubre consultorio. Era otra Cartagena. La de sabios humildes que no pretendían ser más de lo que eran. Pertenecían a ciertos ámbitos urbanos y sociales con tanta naturalidad, que se podría afirmar, sin exageración, que hacían parte del paisaje. El Doctor Manuel Lefranc, popularmente conocido como Mañe, era cartagenero, nacido en 1920, médico graduado de la Universidad de Cartagena, estudió medicina interna en España, especializado en medicina homeopática. Había heredado de su padre, Charles, un profundo sentido humano, una gran vocación de servicio y una nutrida clientela. Junto al respeto que inspiraba por sus afamados aciertos curativos, era, a la vez, objeto de burlas por la rara estética de su consultorio y por la creencia popular de que era medio brujo, que curaba con agüitas raras que el mismo preparaba con fórmulas secretas. Cuenta Jorge García Usta en su libro Retratos de Médicos, Crónicas sobre médicos del Bolívar Grande del siglo XX: “El doctor Lefranc atendía cerca de cincuenta y cinco pacientes diarios, los mejores días, y de veinticinco los días malos… cuando debía viajar avisaba con anticipación de varias semanas y en los días previos al viaje, la atención de los pacientes se extendía hasta la una de la mañana. Entre su clientela había campesinos de las regiones más apartadas de la costa, que se sentaban en la sala de espera, sin un peso en el bolsillo, pero enseñando las dos gallinas criollas amarradas con las que pagaría la consulta…Los precios de la consulta iban desde populares a especiales, con una franja subjetiva, en la que Lefranc excusaba el pago, lo rebajaba o lo olvidaba”. Eran otros tiempos. Los médicos atendían en sus consultorios particulares sin prisa, muy alejados del taxímetro que las EPS han impuesto para desmedro de la profesión y el trato deshumanizado de los pacientes. Hoy es impensable encontrar un consultorio con esas características, un médico con esa clientela, ni que atienda sin antes haber cancelado significativa suma a su cancerbero, y mucho menos pagar con gallinas criollas. Fundación Fototeca Histórica Cartagena de Indias. www.fototecacartagena.com

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