Revista dominical


Las huellas de Pedro Romero, un libro de Rafael Ballestas Morales

GUSTAVO TATIS GUERRA

07 de agosto de 2011 12:01 AM

Las campanas están allí como una huella de su espíritu. Pedro Romero es el líder de la Independencia de Cartagena que más se nombra y del que poco se conoce.  La aparición de un primer perfil biográfico escrito por el historiador Rafael Ballestas Morales, es un hecho alentador y un aporte destacado, porque asumió el riesgo de  juntar los fragmentos dispersos de la información sobre el personaje, aún con los equívocos que se han tejido alrededor de su vida y su contribución histórica. Aún los historiadores no se ponen de acuerdo en el segundo apellido de Pedro  Romero: En la estatuaria cartagenera siempre se creyó que su segundo apellido era Walker y no Porras.

LEl libro Pedro Romero: Verdades, dudas y leyendas sobre su vida y obra (su numerosa descencencia), de Rafael Ballestas Morales, aparecido en abril de 2011, publicado por Casa Editorial, dentro de la colección de la Universidad Libre, contribuye a ese propósito de buscar la claridad histórica. El libro recoge las visiones de diversos historiadores y las conclusiones propias del investigador.
Hace muchos años emprendí la tarea solitaria de indagar sobre Romero y hallé también algunas sorpresas en tres viajes a Cuba. Entré en la Parroquia San Carlos de Borromeo, de Matanzas, erigida en 1692, y busqué entre los  viejos legajos de hace más de dos siglos, los orígenes de Pedro Romero. Leí en las páginas envejecidas de los libros de bautismos de blancos y negros, del Siglo XVIII. Ningún rastro de su nombre. En verdad,  el Libro Número 4 de bautismos que posee el archivo data de 1773, y no existe uno de la década del cincuenta, fecha en que se supone nació Romero.
En el libro de bautismos de 1773 encontré los siguientes apellidos: los Pedro Josef Tapane, Pedro Villamizar, Pedro Josef del Valle, Pedro García, Pedro María Hurtado, Pablo Julio Bosa, Pablo Josef Bosa. Los apellidos comunes en Matanzas en el Siglo XVIII eran los García, Hurtado, Acosta, Cueves, Pomares, Noto, Bosa, Villamizar, Pérez, Reyes,  Tapane, Ruiz, Rangel, Rivas, Del Valle, Nabia, Benítez, Díaz, Campi, Guerra, Matos, Galindo, Montañez, Pereira, Serrano, Soto. Curioso: No había uno solo de apellido Romero.
De Pedro Romero, no se precisa la fecha de nacimiento porque las partidas de bautismo de la Parroquia de Matanzas, parten de 1773.  Donaldo Bosta Herazo anduvo buscando también la partida de bautista de Pedro Romero, y encomendó a varios emisarios en esa misión, pero fue en vano. La primera vez fue en 1955, siendo Embajador de Colombia en La Habana, el cartagenero Juan A. Calvo. “Se encargó de ello el primero de los genealogistas cubanos, don Rafael Nieto y Cortadellas, unido al Embajador Calvo y al señor Obispo de Matanzas por estrechos lazos de amistad. Puso el prelado especial empeño en complacer a Nieto, pero parece que concretó la investigación al Curato de la Investigación, encargando al Párroco del asunto, desafortunadamente sin ningún resultado”.
Aporta Rafael Ballestas a esta información sobre el origen, apelando al Diccionario Nobilario Español de Julio Atiensa, en donde se precisa que el apellido Romero es natural del reino de Aragón, y sugiere que Pedro Romero fuera hijo de un español aragonés con una mulata cubana.
El historiador Alfonso Múnera, citado por Ballestas, señala que “no hay duda de que Romero formara parte del gremio de artesanos mulatos que lograron una holgura económica y cierto grado de respetabilidad social”. En el censo de artesanos del barrio Santa Catalina en 1780 aparece Pedro Romero. Adolfo Meisel dice que su estatus legal era el de un pardo. La mayoría de sus hijos se casaron con blancos. Ana María Romero se casó con el francés Luis Horacio de Janón. María Teodora se casó con el dirigente Ignacio Muñoz Jaraba. Mauricio José Romero se casó con Ana Josefa Gómez, y una hija de esta unión se casó con el comerciante Manuel Martínez Bossio, miembro de una de las familias más adineradas en la Cartagena del siglo XIX. “Todo esto nos hace pensar”, indica Meisel, que “Pedro Romero debía ser a veces blanco y, en otras ocasiones que él no podía escoger, era mulato”. Esta aseveración es refutada por el historiador Múnera. El único retrato que se conserva de Pedro Romero es una miniatura que poseía Donaldo Bossa Herazo, que antes de morir me regaló una copia  en sepia que  aún conservo. La imagen  de Romero la recibió Bossa de su abuela materna Carmen de Hoyos Romero, bisnieta del prócer. Hoy la conserva Carlos Bossa, hijo del historiador.
Con Romero, Cartagena ha cometido infinidades de olvidos y negligencias inperdonables como el de creer que la estatua que siempre estuvo en la Plaza de la Trinidad correspondía a Romero. El pintor Alejandro Obregón sirvió de modelo para el rostro invisible de Romero. Cartagena recuerda a Romero cada noviembre de manera episódica y coyuntural y ha seguido desperdiciando la oportunidad de hacerlo visible en la ciudadanía, más allá de perpetuarlo en una avenida y más tarde en alguna de las estaciones del esperado y demorado Transcaribe o en algún folleto coyuntural. El libro de Ballestas Morales hace un acto de justicia con su memoria y arma el rompecabezas de la genealogía y los parentescos que hoy se disputarán más de diez a propósito del bicentenario de la Independencia de Cartagena. Eso también forma parte de la otra historia cotidiana y social de Cartagena. Lo cierto es que la grandeza de Romero aún puede palparse y presentirse en la comunidad independista y rebelde que impulsó con su ejército de Lanceros de Gimaní, en el espíritu de sus ideas de autonomía de tres siglos de conquista española entre nosotros. Porque España no sólo intentó dominar el mapa físico de nuestras ciudades: desde el trazado de las calles hasta el mapa espiritual de nuestras creencias, conductas y comportamientos, es decir, España, quiso inventarnos el mapa cultural de nuestra alma. Hoy somos más que eso: mapas que se contradicen y se confrontan en la búsqueda de un nuevo rostro de libertad y ciudadanía.
Todo lo anterior para celebrar la aparición de un libro valiente y arriesgado, que aporta a la dimensión histórica de uno de los grandes líderes de la historia de Cartagena. Un cubano que fundió campanas que aún se conservan en el Convento de la Popa y en la Iglesia de San Roque en Getsemaní. Un herrero matancero que hizo puertas y campanas y mientras los españoles le confiaron la tarea de velar por el inmenso taller de herrería, en sigilo, clandestinamente, forjaba un ejército silencioso en busca de la libertad de Cartagena. A él le debemos la vida de hoy.
 

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