Revista dominical


Laura conoce el secreto de los caballos

¿Tú eres la que vas a inseminar a mi yegua? le preguntaban con arrogancia sus primeros clientes.
Ella, una bella rubia, de cara tierna, solo les contestaba con su acento paisa: “Sí señor, soy yo, y no cobro hasta que la yegua no esté preñada”.
Como si fuera una broma, no le facilitaban a ningún ayudante, así que solita sacaba al equino del establo, le amarraba las patas si era necesario y lo preparaba para empezar el procedimiento. “Yo me aguantaba las ganas de llorar, y hacía mi trabajo. Fue duro”, admite.

Pero eso fue hace tres años, cuando junto a su esposo, David Echeverri, llegó a la cálida Cartagena para empezar una nueva vida en equipo. Ahora se ha ganado el respeto de los hacendados de la Costa Caribe, que ya oyen hablar de una paisa berraca en el negocio.

Laura Borrero Ángel es Zootecnista del Instituto de Ciencias de la Salud (CES), de Medellín, y además es especialista en Biotecnología de la Reproducción. Asimismo, en la Universidad Alfonso X El Sabio, de Madrid, España, hizo una rotación en Medicina interna de equinos.

Su esposo, un Zootecnista al igual que ella, se especializó en Ortopedia así que a Laura “le tocó” irse por la rama de la reproducción equina, cosa de lo que hasta ahora no se arrepiente. “Siempre he estado ligada a la Costa y mi esposo también. Las fincas que administra son en Tolú, Magdalena y Sucre”, explica.

Hecha para su trabajo
A las yeguas Premonición, Reina Isabel y Navidad, del criadero LM, en Turbaco, las atendió Laura. Algunas relinchaban bajito, con sus fosas nasales expulsando suavemente un aire caliente. Su crin lisa y larga, les da un porte soberbio. Son hermosas.

Premonición, nerviosa, se movía de un lado a otro sonando el metal de la herradura contra el piso. Parecía que supiera que la examinarían al rato. “No se queda quieta”, le digo a Laura. “Sí. A ella la voy a palpar”, lo que es meterle la mano y luego verificar con una ecografía (que en el caso de los caballos y el ganado es rectal) para poder ver el estado de su órgano reproductivo, es decir si está en calor, si está en perfectas condiciones o si tiene algún problema.

“El veterinario que me enseñó a inseminar se llama Alejandro Toro, es de Medellín, obviamente también aprendí investigando y leyendo mucho”, me cuenta. A sus 27 años, Laura sabe demasiado de su área y explica de una manera tan sencilla, que cualquiera sale de un encuentro con ella creyéndose un letrado en reproducción equina.

Inseminar a una yegua es inyectarle en el útero los espermatozoides de un macho a través de un delgado tubo de vidrio, llamado catéter, con el fin de preñarla. Laura me explica que las hembras tienen un órgano reproductor bastante delicado y que este procedimiento debe hacerse bajo un estricto protocolo de higiene. Siento que es bastante peligroso, así que le pregunto si alguna vez ha salido lastimada. Ella, tranquila y sonriendo me dice: “Sí, dos veces”.

La primera, una yegua la pateó cuando ella la palpaba (revisaba sus órganos reproductivos a través del recto) pero por suerte, explica, logró sacar su brazo antes de que el animal se desacomodara, evitando una fractura de codo. La yegua se soltó del seguro y le asestó una coz seca en la pierna izquierda. “Por nada me daña la rodilla”, dice aliviada. El segundo accidente fue hace tres meses, y otra yegua, irritada, la coceó de nuevo en la misma pierna.

Por primera vez, observar el momento en el que se extrae semen de un equino de unos 400 kilos es impactante. Este procedimiento, donde se usa una vagina artificial, amerita que el profesional esté en medio de los dos caballos aguantando ese artefacto hasta que el macho eyacule. Muchas veces se logra en el primer intento, pero el procedimiento puede repetirse. Laura hace este trabajo con una naturalidad increíble, considerándolo incluso “monótono”.

“No tiene mucho de ciencia”, dice, “resulta monótono. En el caso de las inseminaciones por ejemplo, lo único que varía es cuando hay yeguas con problemas reproductivos y son difíciles de preñar, pero el seguimiento es igual y se busca lo mismo en todas para que queden preñadas”.
De niña, Laura ya tenía clara su profesión. “Me preguntaban cuáles eran mis libros favoritos y yo decía que cualquiera que tuviera animales. De niña decía que quería ser doctora de animales”.

El miedo a los equinos y bestias grandes es algo inexistente para Laura, quien aprendió a trenzarse el cabello haciéndoles peinados a sus caballos. En su casafinca en Turbaco tiene 3 cerdos, 4 gatos, 10 perros, y varias gallinas, todos con un nombre y un lugar especial en su corazón.

La “oveja negra”
Por parte de su padre, Armando Borrero, la familia de Laura tiene un historial envidiable de médicos y especialistas en todas las áreas de la salud, desde Ginecología hasta Oncología. Su abuelo fue Jaime Borrero Ramírez, un destacado Nefrólogo, quien hizo el primer trasplante de riñón en Colombia. “Imagínate”, dice, “cuándo le dije a mi papá que yo lo que quería era ser veterinaria se puso a llorar, eso lo decepcionó mucho”.

Pero con el tiempo hasta su madre, Claudia Ángel, se unió a su equipo de trabajo. Antes de llegar al criadero LM, entramos al local de Laura y su esposo, que tiene por nombre Full Agro. Hermosos cuadros de animales, donde se destacan yeguas, caballos y hasta unicornios, abarcan parte de las paredes. Hay incluso mugs y mochilas con bellos estampados equinos. “Los pinta mi mamá”, explica.

“No muchas mujeres se le miden a la reproducción equina, es decir hay muchas veterinarias, pero de perritos y gatitos”, dice Laura y de nuevo habla de su papá,  Armando Borrero, con quien le encanta practicar rally. “Él supo que yo sería veterinaria el día que fuimos a una finca y un señor que estaba revisando un caballo preguntó, ‘¿quién quiere ayudarme?’ y grité ‘¡yooo!’ Tenía unos cinco años”.

Practica alrededor de 20 ecografías diarias y tiene a cargo el manejo de varios reproductores equinos, entre ellos el Éxtasis de Villa Elvira, propiedad del criadero LM de Turbaco, uno de los mejores especímenes de la Costa Caribe.

Laura me cuenta orgullosa que desde su llegada a la región, ha logrado que casi todas las yeguas que “le encargan” queden preñadas. “¿Cómo cuántos hijos tengo acá?” le pregunta sonriente a su esposo mientras ríe. “Al año como unos 80”, le responde David.

“Definitivamente la mejor bendición es trabajar en lo que a uno le gusta”, dice Laura mientras se quita los guantes esterilizados. Se pinta los labios de fucsia, solo un poquito, se acomoda la trenza y se ve en el espejo. “Ahora sí, ya cogí un poco de colorcito para las fotos”.

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