Revista dominical


Los libros más pequeños y bellos del país

GUSTAVO TATIS GUERRA

07 de febrero de 2010 12:01 AM

Estos libros caben en el bolsillo pequeño de una camisa de un niño pero se quedan a vivir en el corazón. Quien los hace es un soñador, un quijote de lo invisible. Es Chen-Han, seudónimo de Edgar Melo (Ibagué, 1956), creador de la serie editorial de poesía Catapulta, surgida en 1991, que ha publicado a 160 autores nacionales e internacionales. Me cuenta que su seudónimo no es chino sino indígena: “me decían Chengal cuando era un niño: Chengal, que no tiene nada que ver con lo oriental”. Esta aventura minimalista y descomunal lleva una sentencia que rinde homenaje al poeta León de Greiff, que en algunos de sus versos decía: “Desde donde la fantasía se lanza y el alto pensamiento”. Edgar hizo un giro a la frase y lo sintetizó en “Catapulta para los sueños y la alta fantasía”. Los libros de poesía son impecables, y por allí han publicado grandes poetas del país como Juan Manuel Roca, María Mercedes Carranza (f), Jaime García Maffla, Róbinson Quintero, Juan Felipe Agudelo, Armando Orozco, Fernando Linero, entre otros. Catapulta es un arma antigua forjada de una armazón de madera cuyas piedras lanzadas abrían boquetes en los viejos castillos. “Eso es lo que nosotros hemos hecho todo el tiempo con nuestras 160 catapultas: lanzar pedradas al mundo, pedradas al tiempo”. Él mismo los arma, los pega, elige en comunión con los poetas el tipo de letra y el diseño de la portada. Él mismo escribe sin presunciones un solo libro de poemas que reescribe y ha publicado tres veces, con nuevos textos y versiones. Los libros no tienen sino una circulación aparentemente limitada pero efectiva: de mano a mano. Sólo así ha viajado por el mundo y entrado con paso firme a ferias nacionales e internacionales del libro. Su motor que no le falla son las ganas. Ese es nuestro único presupuesto”. Una vez le propuso al novelista y ensayista Germán Espinosa publicar sus poemas y se alegró muchísimo. Cuando Espinosa recibió los libros dijo emocionado: “lo que he querido ser toda la vida es un poeta”. Hizo subir al editor a su apartamento y lo invitó a tomarse un trago en la cocina porque “en la sala nos ve Josefina” y cuando el editor quiso hablar le dijo: “No hablemos. Escuchemos esa música”. Eran los boleros de Bola de Nieves. Con María Mercedes Carranza también tuvo el privilegio de publicarle un pequeño libro de poemas. “La relación que uno sostiene con un autor es curiosa cuando está vivo, pero después de muerto esos mismos textos cobran otra dimensión. Es la manera de seguir vivo a través de esas palabras”. Para él algunos de sus mejores poemarios publicados son “El caballero de la orden de la desesperanza”, de Jaime García Maffla, “El violín de Chagall”, de Juan Manuel Roca, “Suena mi armónica”, de Fernando Linero, que ha sido traducido por Angelita, que fue compañera del poeta Gonzalo Arango. Tiene la convicción de que la poesía no es de públicos masivos ni tampoco es comercial, pero su apuesta es con las ediciones mínimas que contienen la pureza y la esencia de la poesía. Un libro como el de la poesía persa publicado en Catapulta es un gran tesoro. “Si no fuera editor de poemarios, es probable que fuera intolerante con la poesía. He visto como la poesía ejerce un espacio de transformación entre los pedagogos y académicos y como la obra poética, a pesar de que no tiene la misma aceptación de la novela y el cuento, deslumbra a muchos lectores que no son escritores. Un profesor mexicano quedó asombrado con estas ediciones. Y logró llevarse todas las ediciones. Me han propuesto traducciones pero preferimos “trabajar con autores vivos que con poetas fallecidos”, dice con picardía. Catapulta aparecerá además dentro de poco como un suplemento bimestral, cuyos primeros homenajeados son los escritores Óscar Collazos y Carlos Monsiváis. “Queremos exaltar seres y creadores que hayan estado en desacuerdo con la administración del mundo y hayan contribuido a una visión de pensamiento más humano”, dice Edgar. “Empezamos como un volante y plegable de una hoja tamaño oficio, cuyos octavos de 10 cms x 14, lograron sostenerse hasta el número 50, sin ningún apoyo institucional, sólo de los amigos”. Ahora sostiene uno de sus libros frente al atardecer de Cartagena de Indias, ciudad en la que aspira a editar a algunos poetas y desarrollar diversos proyectos culturales. Ante el aspaviento de las grandes editoriales, la tarea quimérica de Edgar es un hecho admirable y ejemplar. La poesía que en formato minúsculo logra irradiar entre los lectores, la belleza hermética e íntima del poema.

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