Revista dominical


Mi ‘seño’ es la mejor de Colombia

IVIS MARTÍNEZ PIMIENTA

06 de diciembre de 2015 12:00 AM

Una mañana, cuando Dilia tenía once años, Helena Lora, su abuela le ordenó: “vas a estudiar en la Normal porque es una escuela con historia y tú harás parte de esa historia”.

Pasaron los años y llámese casualidad, suerte o destino, resultó que la abuela de esa pequeña no se equivocó.
Dilia Helena Mejía Rodríguez, de San Juan Nepomuceno, es la mejor maestra de Colombia. Así quedó claro en días pasados, cuando el presidente Juan Manuel Santos y la Ministra de Educación, Gina Parody, la condecoraron por ocupar el primer lugar dentro de la categoría Maestros 10, durante la Noche de la excelencia educativa del Gobierno Nacional.

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Es mediodía y el calor de San Juan hace que sus habitantes se refugien bajo los árboles. Este próspero pueblo de los Montes de María, hogar de las deliciosas galletas María Luisa, tiene los mejores centros educativos de la región.

Dilia habla sin prisa y con una jerga académica que refleja que vive para enseñar. Es aplomada, discreta,  amable y bueno, obviamente bastante educada. “Buena tarde... buena tarde”, se oye a su paso.

“Necesitas silencio, silencio ¿verdad?”, pregunta antes de comenzar la entrevista.

Le gusta que el ambiente sea propicio para todo. En su nuevo salón de color blanco en la Institución Educacativa Normal Superior Montes de María (hoy un gran megacolegio que funciona hace dos meses), hay diminutas letras y stickers de colores, dispersos por las paredes. Hay pizarras e imágenes con los objetivos que busca y aunque dicta clases de Ciencias Sociales, y no Castellano, hace que libros como El Principito sean obligatorios para leer.

“Yo creía antes que el maestro que más rajaba era el mejor, pero mi experiencia me ha mostrado que es el peor, porque deshumaniza la enseñanza”, comenta. Y es que ella centra su didáctica en los logros que el estudiante alcance más. (No aplica para ciencias como las matemáticas, que admite entre risas, le “daban duuro”).
Carga un video beam, su maleta y un par de libros. Parece que las manos no le alcanzaran. Su grabadora más que un objeto, fue por años su asistente personal. En sus clases siempre debe haber música, no importa si es pop o instrumental, salsa o champeta. Así enseña y es que no solo escucha las melodías, sino que analiza las letras.
Su proyecto está titulado La enseñanza de las Ciencias Sociales a través de la didáctica viva y la educación para la paz. Es un proyecto orientado a desarrollar las competencias ciudadanas, científicas y comunicativas de los jóvenes.

Más allá de leer y releer párrafos históricos, o hacer sólo reseña de hechos y fechas, es darles la posibilidad a los niños de mirar su entorno, buscar qué es lo que está mal y enseñarlos a resolver esas situaciones.
A través de clases de teatro, tertulias literarias y lectura de noticias, Dilia pone en práctica su pedagogía. Ella les dice a sus alumnos a todo momento, que pueden lograr lo que se propongan.

“Ella es”, empieza, emocionado Harold Valencia, uno de sus estudiantes,  “... De lo mejor que hay en el mundo. Una de  esas ´seños´ que nos forma como personas de bien y como buenos estudiantes. Es resumir todo en dos horitas que se van tan rápido que sólo queremos que ella nos dé clases. Sabe decir las cosas sin regañar, y siempre nos llama campeones”.

¡De esta joven mujer hay tanto que contar! Literalmente vive para enseñar. Gracias a la poderosa alianza que tiene la Normal con el Instituto Paulo Freire de la Universidad Libre de Berlín, hizo una pasantía en Educación para la paz con especialización en Transformación de conflictos. En Alemania también hizo un curso de Multiplicadores para la paz con la Agencia de Cooperación Internacional Alemana-GIZ. Fue hace diez años.
“Esa pasantía continuó en Guatemala, para abarcar el posconflicto después de su proceso de paz. Entonces aprendimos que la educación para la paz es transversal a toda asignatura”.

¿Difícil para Dilia? Responder cuál era su afición. Esta mujer no tiene tiempo más que para su familia, sus alumnos y para seguir educándose. Y le encanta, tanto como escuchar música mientras se mece en la hamaca que tiene colgada en el patio de su casa.
Los fines de semana adelanta una maestría en Educación y Gerencia de Instituciones Educativas en la Universidad Tecnológica de Bolívar, beca que le regaló el claustro por el impacto de la propuesta que adelanta.

Marcada por la violencia
La violencia, que años atrás rasgó la vida en Los Montes de María, le arrebató dos de sus mejores profesores a la Normal Superior. Fueron secuestrados y posteriormente desaparecidos.

De ellos queda una leyenda, que la institución no se permite olvidar. Están en carteles, pancartas, textos y en la memoria de todo un pueblo. “¿Y nunca supieron de ellos?”, le pregunto a Dilia. “Nunca volvimos a verlos”.

Pura Álvarez de Bustillo y Atilio Vásquez Suárez (Q.E.P.D) fueron junto a Rosma Morales (quien logró la alianza de la Normal con la Unión Europea), los pilares de esta institución.“Enseñaban con problemas, que respondían a problemáticas de orden social y eso era motivante. Nosotros teníamos la oportunidad de compartir nuestros conocimientos y eso definitivamente marcó mi pedagogía”.

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Se oyen los pájaros... la brisa... y  las hojas secas de los árboles cuando tocan el suelo. Pueblos como San Juan invitan  a quedarse.
Dilia camina tranquila por los pasillos de la Normal Superior Montes de María, ahora, un gigante de concreto que se alza en una de las zonas más deprimidas del pueblo. Es un megacolegio de 47 salones, repleto de zonas verdes y escoltado por una hermosa ceiba centenaria. Detrás se ve el monte.
“He aprendido que si la violencia se aprende, la paz también”, dice con perfecta dicción. Sus palabras son la muestra del cambio que se puede lograr para el país, desde un salón de clases.

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