No es por aguarle la fiesta a Ben Affleck luego de que Argo recibiera el premio mayor en los SAG y en los BAFTA, pero yo, aunque la considero una buena película, le tengo sus reparos. Ya sé que el desempeño de Ben como director y protagonista de la cinta ha sido celebrado por la crítica y resultado pletórico en premios y nominaciones, sin embargo, a mí no termina de convencerme la cinta que describe la participación del exagente de la CIA Tony Méndez en el histórico rescate de seis diplomáticos estadounidenses, durante los primeros meses de la crisis de rehenes en Irán.
Mi problema con Argo es la verosimilitud. No basta que los hechos en que se basa hayan ocurrido en la vida real para resultar creíbles en el plano cinematográfico. Lo cierto es que a ese cuento de dos horas le hace falta estrategia argumental para convencerme de la realidad que relata. Como dicen por ahí, le hace falta un pedazo, para evitar que, como me ocurrió, me la pasara la mayor parte de la película tornando los ojos hacia el techo ante la seguidilla de eventos forzados e inverosímiles que componen este largometraje.
El equilibrio convierte cualquier cinta en un clásico. En una obra maestra todo importa y todo es importante por igual. Acción y personajes se lucen sin que la una reste peso a los otros. Y es precisamente equilibrio lo que no encuentro en Argo. La acción se muestra como un gigante que lo aplasta todo a su paso y que disminuye el carácter y complejidad de cada personaje hasta reducirlos a meros esbozos. Por un lado, el protagonista: sus expresiones planas, sus aciertos gratuitos, sus apuros como padre y esposo que se exponen como pataletas de adolescente, su manera facilista de resolverlo todo. De otra parte, los demás, y digo los demás, porque eso es lo que parece el resto del reparto, un grupo de extras con uno que otro parlamento, actores de relleno cuyas características no alcanzan a definirse del todo por estar demasiado insinuadas; por ejemplo: el conflicto entre las dos parejas de esposos que componen el grupo de 6 diplomáticos objeto del rescate, la frustración sobrellevada con ironía de los dos veteranos de Hollywood que ayudan a crear la farsa que facilita el escape, la determinación del jefe de Tony Méndez, quien no demuestra a ciencia cierta su nivel de compromiso con la misión. A Ben no le alcanzaron dos horas para dar a estos personajes tanta carne y hueso como demanda una cinta para ser inolvidable y para no lucir enclenques ante la colosal y pretensiosa forma de demostrar lo inteligentes que fueron los gringos para burlar a las fuerzas revolucionarias iraníes. A éstas últimas que, por supuesto, les toca hacer de villanos del paseo, en una estructura maniqueista en la que a los gringos, como siempre, les corresponde el papel de héroes.
Otro aspecto que compromete la credibilidad en Argo es su demasiado efectismo. Hollywoodezco hasta el cansancio. Travesía del héroe para dummies. Aristóteles on speed. Hay tensión, sí, pero todo se resuelve de manera gratuita y predecible. A Tony Méndez, Ben, se le ocurre que la mejor estrategia para “extraer” a seis de sus compatriotas refugiados en la embajada canadiense en Irán es fingir que hacen parte del equipo de producción de una película. Por descabellado que resulte el plan, éste es aceptado por los mandamás de la CIA, con la misma facilidad con la que luego es desechado y más tarde vuelto a poner en marcha, justo en el momento de vida o muerte en que Tony y los diplomáticos se acercan a la ventanilla del aeropuerto a recoger sus pasajes.
No es fácil montar una producción de Hollywood con todas las de la ley, de manera que los revolucionarios iraníes que custodian el aeropuerto se traguen el cuento completico y aprueben la salida de los diplomáticos americanos en lugar de colgarlos en la plaza pública. Sin embargo, Tony Mendez, Ben, puede lograrlo en 72 horas. Tres días para montar una farsa de la que dependen su vida, la de sus seis compatriotas, la del embajador canadiense, su esposa, su empleada del servicio. Difícil, sí, pero eso es porque usted no ha visto a Tony en acción. El tipo es incapaz de manejar los líos que plantea su trabajo en la CIA con su rol como padre y esposo, sin embargo, llevar a cabo y con éxito esta descabellada estrategia le cuesta lo mismo que untarle mantequilla al pan. Con el perdón de la Academia de Artes y Ciencias, pero Ben Affleck no me convence del todo como director, como nunca lo hizo con sus actuaciones.
Creo que el mismo realizador reconoce la falta de credibilidad de su obra cuando decide incluir, durante los créditos, escenas simultáneas de la vida real y de la película como para decir “si no me creen, miren, esto pasó en realidad”. Si el montaje de la película fuera impecable, esto último no habría sido necesario, la cinta no requeriría de esta explicación no pedida para demostrarse creíble.
¿Recibirá Argo el premio a mejor película en la ceremonia del Oscar 2013 a celebrarse el próximo 24 de febrero? Lo dudo. Equivocarme me sorprendería, tornaría los ojos hacia el techo en señal de incredulidad, tal como lo hice durante una de sus últimas escenas, en la que un par de patrullas de policía iraní avanzan a la misma velocidad que un avión a punto de despegar. Sin embargo, son los Oscars, es Argo, es Ben, así que todo es posible.
Revista dominical
Mis reparos con la película Argo
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