Negro a bailá, que el Rey de Rocha buena música va a tirá

Todos lo conocen como un pickup (picó) o un escaparate descomunal que revoluciona y activa la adrenalina de los cartageneros pertenecientes a las clases populares.
La música afrocaribeña se escucha y retumba en los bailes de fines de semana de las barriadas de la ciudad, logrando mitigar por raticos el descontento de la otra Cartagena.
El sábado 9 de junio en las primeras horas de la tarde la canícula que caía en el Corralito de Piedra estaba acompañada del sopor propio del verano de mitad de año, lo cual no era un obstáculo para que el tumulto de personas que acostumbran a ir de compras o a vitriniar al centro comercial de la Castellana, no lo hicieran.
Dentro del vaivén de la muchedumbre que cruzaba la avenida Pedro de Heredia, una de las más congestionadas y transitadas, apareció Yésica, una negra con cuerpo de atleta, cabellos sintéticos que le llegaban a la cintura en forma de gajos color azabache, jean tubito bien pegadito al cuerpo que conmocionó el tráfico haciendo que más de un mototaxista perdiera el equilibro, vestía una camiseta escotada que dibujaban sus senos de melón. Al llegar a la entrada del centro comercial donde se ubican los vendedores de minutos por celular, se encontró  con su amiga de estudios Delmira, una mulata de contextura delgada, de ojos saltones y de caminar silencioso, como si estuviera levitando, quienes partieron cada una en una mototaxi hacia su casa ubicada en uno de los barrios más populosos de la ciudad, Olaya Herrera, sector del Cuartelillo. Tan pronto como se bajaron y se quitaron los cascos, se escuchó el sonido cristalino y potente de las ondas sonoras que retumbaban en el aire y hacían latir con mayor intensidad sus corazones.
Yésica de inmediato le preguntó a su amiga que de dónde provenía ese sonido tan bestial de aquella música pegajosa que invitaba a bailar. El lugar de origen es un  popular y reconocido bailadero llamado “Didonky”. En su éxtasis musical Yésica Carabalí le llamó la atención el escuchar una placa que decía: “aquí suena el número uno, el Rey de Rocha”, de inmediato le preguntó que si era una emisora. No, respondió. Te llevaré y sabrás que es el Rey de Rocha.
Cruzaron varios callejones sin pavimentar y saltando las corrientes de aguas negras que circulan por las cunetas que hay a cada costado de las vías lograron llegar al lugar del goce donde había mucha gente en la parte de afuera haciendo dos filas para comprar las boletas en las taquillas, cuyos valores eran de $6000 pesos para las mujeres y $10000 para los hombres, compradas las boletas fueron requisadas en la entrada del lugar por una mujer mulata de una estatura y contextura descomunal con vocecita de soprano el sitio es muy amplio y sin sillas, sólo la pista de baile para darle rienda suelta al frenesí de los champetúos y regetoneros de las tribus urbanas de la ciudad no VIP, la que está detrás de las murallas.
Al fondo estaba él, el Rey de Rocha, un equipo de sonido descomunal como los dioses del Olimpo o del Gran Caribe cartagenero, tan grande que tiene 16 bajos y 12 medios, una batería, una maleta, dos plantas, estructura, cámara de humo y luces que lo convierten en una discoteca ambulante. Las personas que frecuentan el bailadero se muestran muy emocionadas, sus rostros denotan el mulataje de esta parte de América vario pinta, los estratos uno y dos están representados alrededor de la máquina de sonido. En la tarima está el DJ, un joven afrodescendiente de estatura mediana con corte de cabello ralito y con un tatuaje de Barak Obama un su bíceps izquierdo que lo hace relucir a través de su camiseta color rojo manga corta y pegada al cuerpo. El picotero en su vacile anima la fiesta con la canción de moda “La invité a bailar” y colocaba a la parunas placas que nombran a las personas que son sus seguidores que lo acompañan por toda la Cartagena popular los sábados y los domingos de verbena.
El agite de la rumba evidencia el goce de todos los reinaldistas alrededor de su dios, el pickup. El frenesí propio del hombre caribe no se hace esperar con la aparición en la tarima del DJ, invitando a los bailadores a quitarse los suéteres y tirar pasos, “negros a bailá, que el Rey de Rocha buena música va a tirá”, la emoción es descomunal en los asistentes, son espacios de tiempos fugaces, que la alegría hace que se olviden de todos los problemas que tiene los champetuos.
A las siete de la noche Yésica se encontraba bañada en sudor de tanto bailar al compás de pases como la camita, los cuatro golpes, el choque y el Dogiy comiéndose un chuzo y tomándose una Kola Román, tan cartagenera como el arroz con coco en un costado de la pista de baile atestada de negros, mulatos, mestizos y una blanquita fiel seguidora del Rey que vive en el barrio de Bocagrande.
A las doce de la noche baja de la tarima  El Chawala y aparece un cantante que ha impulsado la música champeta urbana de este pickup, él es Kevin Flórez, quien con su presencia hace que las personas se recarguen de nuevas energías y estallen de emoción, y comienza a cantar: Negra, negra ouhh tú eres para mí/ mi negra solo para mí/ lo que me enamoró negra fue tu sencillez y tu humildad/ te amo con pasión/ de mi negra te amo de verdad/  te amo de verdad. El goce es total, la sensualidad del baile de los afrocartageneros es producto del mestizaje de más de cuatrocientos años de historia étnica y musical, el sudor baja suavemente desde la cabeza hasta los pies, los cuerpos y las ropas están empapadas, hombres y mujeres están unidos con lo cóncavo y lo convexo, unión total, sin tabúes, solo sensualidad al bailar.
A medida que fueron pasando las horas y la noche se fue tejiendo entre bebidas, música y baile, las fuerzas de los reinaldistas fueron mermando y “Didonky” se fue desocupando hasta quedar la soledad de una noche de arrebato, de exorcización de los demonios de la pobreza de las barriadas de la ciudad emblema de Colombia,de la locomotora del desarrollo ante el mundo. Fue una noche de deleite total, de embelesamiento afrocaribeño acompañado de todos sus matices socio-culturales que ella representa. Yésica y Delmira fueron una de las últimas bailadoras que partieron caminado a pie descalzo y con su tenis en las manos marca Rebook comprados en las chazas de los vendedores ambulantes del mercado de Bazurto que también departieron esa noche. El Chawala con su equipo de trabajo de más de cincuenta jóvenes recogieron todo el sistema musical y lo embarcaron en dos camiones que se dirigieron al sector industrial de Mamonal para poner a gozar a toda la negramenta del corregimiento de Pasacaballos ese lunes festivo.
El lunes en horas de la mañana Yesica leía en el periódico El Universal que a la altura del CAI de Ceballos fueron detenidos por la policía dos camiones con el Rey de Rocha por transitar sin un permiso de la Secretaría del Interior en horas de la madrugada, lo cual se convertía en una contravención que invitaba al desorden y la violencia.
¡Nojoda!, mandan cáscara, si esos manes lo que hacen es poner a gozar a la gente con el Rey de Rocha.
La nota que apareció en el periódico El Universal de Cartagena de Indias el día 5 de junio del año en curso titulado “Rey de Rocha” no incumplió decreto, me llamó poderosamente la atención porque a través de la música que coloca este pickup se produce la interacción de las personas que conforman las clases populares, y mediante su música y el baile exorcizan los demonios de la pobreza y de la exclusión.
Además del goce total de ellos, confluyen los diferentes imaginarios que conforman las tribus urbanas de la ciudad.


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* La estudiante cartagenera Daniela Marín Ramos recogió el testimonio de sus propios padres, vecinos y amigos para escribir esta crónica sobre una de las expresiones populares urbanas.