Revista dominical


Punto y aparte - Junio de 1948

Alto,  estilizado  y  lejano,  César  Guerra  Valdés  llegó  a  nuestra  redacción.  Parece increíble  que  este  hombre  suave,  de  tranquilas  maneras  mundanas,  sea  uno  de  los más grandes revolucionarios estéticos de que hoy pueda ufanarse la inmensa familia americana. Ya habíamos sufrido, en época no lejana, la ardiente temperatura de sus libros. Ya habíamos sido conducidos, por una mano iluminada, a través del laberinto sibilino de sus poemas en que el hombre de América respira, con un pulso nuevo, y mira, con pupila estremecida, el auténtico panorama de su destino.
  Pero teníamos, tal vez por una engañosa coquetería imaginativa, otra idea de este hombre. Nos lo imaginábamos potente y arbóreo. Lo creíamos dueño de una voz recia y administrando ademanes opulentos y definitivos. Pero, por un admirable contrasentido,  éste,  con su  presencia  física,  es  una  viva  lección  de la  fuerza  y  perennidad  de las ideas. Y de lo innecesario, por temporales, de las cosas formales. Toda América, con  la  herencia  de  sus  grandes  líricos,  con  la  profética  desesperación  de  sus  sociólogos, con el pródigo gesto de su mano, cargada de ríos, de razas, de costumbres, se  enciende  –con  la  fuerza  de  una  tea  hecha  con  todas  las  claridades  detenidas– apenas  se  deja  hipotecar,  en  la  conversación  avasallante,  por  el  tema  de  nuestro hemisferio.
Guerra Valdés es un gran poeta y un gran sociólogo, que es la más noble manera de  ser  el  legislador  de  un  continente.  Trae,  en  su  maleta  de  viajero,  cinco  libros fundamentales. Y en su voz el metal con que fundir armas dialécticas para la nueva lucha.  Cree  en  nuestro  hombre  autóctono  pero  le  niega  toda  la  bisutería  con  que falsos apóstoles han querido rematarlo en el baratillo folklórico. Cree en los grandes muertos  de  nuestra  democracia.  Pero  no  entendidos  como  un  monótono  cambalache de héroes. Y cree, por último, que hemos llegado a un límite sagrado en que es preciso crear nuevas formas de lucha para ser acreedores a nuevas formas de victoria.
En un ambiente como el nuestro, donde su figura ha pasado inadvertida, nosotros nos empinamos para saludar, en él, a esa nueva arcilla del barro hemisferial que tan profundos  y  definitivos  cauces  empieza  a  trazarle,  en  los  hitos  definitivos,  a  la especie humana.

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