¿Lo recuerdas, Eulalia?‘, ha dicho el maestro Dámaso Alonso después de hablar largamente de su evocada vida española. Y todos, alrededor de la mesa, sin escuchar aún la respuesta, sabemos que Eulalia Galvarriato lo recuerda.
Siempre es así en estas inolvidables conversaciones en que el maestro evoca la tierra para enseñarnos, a los españoles que no conocemos a España, una eterna costumbre de ser españoles. Siempre, casi siempre, es Dámaso Alonso quien habla. Pero los presentes asistimos a la bellísima experiencia de que su voz no está completa en cantidad de sentimiento, allí, en el hombre, sino que, al otro extremo de la mesa, un pulso nervioso, levantado, está ordenando su estremecimiento.
Porque Eulalia Galvarriato –además de esposa– es una manera que tiene Alonso de recordar a España. De allí esa razón de equilibrio que los hace recíprocamente necesarios, que los convierte –en un instante– en unidad pura, inseparable en su totalidad espiritual.
Tal vez por eso tiene ella la magia de fugarse –insensiblemente– de la conversación, de seguirla con la sangre, sin palabras, hasta ocupar el ambiente como disuelta en el aire que pesa sobre nuestros hombros. Podría creerse, en un momento, que la esposa del poeta se ha despojado de su presencia física, que ya no es, que ha dejado de estar. Y es –entonces– este latido del instante, este nervio tocado con una palabra. Porque cada vez que Dámaso Alonso inicia su lección de filología, o sacude el polvo glorioso de Garcilaso, o le dice Lope a Lope y hombre a Quevedo, los absortos auditores sentimos, de este lado de la mesa, que la delgada mujer ha llegado ya varias veces al final del monólogo, y regresado otras tantas, para decirle al poeta, en una voz que se conoce en la intensidad de la atmósfera: 'Dámaso, está franco el camino'.
En este clima hemos medido la unidad de estas dos inteligencias. Eulalia Galvarriato es una prolongación necesaria en la sensibilidad del maestro. Podría decirse, para ser más exactos, que los nervios del poeta están a flor de piel en el cuerpo de la mujer, en la armadura material de Eulalia Galvarriato.
Sin embargo, antes de esta hora, la hemos conocido independiente de la conversación, como una cifra representativa de la novela española en su primer libro –Cinco sombras– que mereció para su autora el Premio Nadal del cuarenta y seis, y que confirma esta memoria de mujer extraordinaria que se nos ha quedado.
Mañana, en torno a una mesa distinta, los amigos de otros mundos escucharán ese ¿Recuerdas Eulalia? que Dámaso Alonso lleva pegado a la costumbre de recordar dos veces. Y tal vez entonces Eulalia Galvarriato, al sentir en el pulso toda la vuelta de su España interior, comprenda la gratitud que tiene esta verdad con que la despedimos.
Revista dominical
Recuerdo de Eulalia Galvarriato - 9 de noviembre de 1948
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