Revista dominical


Regresar a Cartagena de Indias

GUSTAVO TATIS GUERRA

20 de diciembre de 2009 12:01 AM

No es fácil para García Márquez regresar a Cartagena de Indias, una ciudad que entraña la paradoja de lo perdido, lo vivido y lo imaginado. Una guarida del universo donde se han juntado la ficción y la quimera de inventar el mundo. Pero donde parece que no cesara la fiesta de soñar. Aquí empezó su destino periodístico en la vieja sede de El Universal en la Calle San Juan de Dios y allí ha seguido volviendo el escritor sesenta años después, en donde a pocos pasos creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. En esas pocas cuadras se ha tejido gran parte de su existencia que lo une con la imaginación. Muy cerca está la sede del Festival de Cine de Cartagena y arriba sobre el Baluarte San Francisco Javier, la sombra perdida del antiguo hospital naval que era hoy convertida en un bar bajo el cielo. Los viejos amigos han muerto y sólo quedan aquellos que arrastró su fama y su gloria de patriarca en su laberinto. Los que se subieron en el tren del éxito. Los que amamos a García Márquez no nos atrevemos a verlo ya y preferimos recordarlo en los breves instantes que nos deparó la vida, muy lejos de todo artificio y vanidad humana. Siempre releyéndolo como el espejo de un sueño que perdura en la eternidad más allá de la brevedad de los días que nos toca navegar. Todas las calles que recorre son de alguna manera una prueba de sus recuerdos sagrados, de sus padecimientos iluminados y de un período de su existencia que señaló un destino en la vida del Caribe colombiano y el país. El fantasma aún sin recobrar y valorar en su justa medida, su primer maestro de periodismo, Clemente Manuel Zabala, empieza a hacerse visible gracias a una legión de sanjacinteros presididos por Numas Gil y Tomás Vásquez, quienes han encontrado las páginas dispersas del gran periodista y escritor que era este discreto sabio en la penumbra. Ojalá García Márquez que además de todo ha sido el gran maestro de nuestra memoria colectiva, dijera algo más de lo que ha dicho sobre su primer maestro escurridizo. Su biógrafo Gerald Martin dijo algo que no sabíamos: la complicidad amistosa entre Eduardo Zalamea Borda, el que publicó su primer cuento, y Zabala, el que publicó su primera nota periodística. Cartagena de Indias sigue siendo como esos muros que al desnudarlos nos revela un lienzo invisible. García Márquez siempre ha sido el niño que desnuda las paredes a ver qué encuentra, a ver qué oye y descubre. Ha escrito una de las mejores novelas sobre Cartagena de Indias: “El amor en los tiempos del cólera”, una epopeya de amor en tierra que nos reconcilia con la esperanza de que las arrugas no son siempre el indicio de que se nos arrugó el corazón. Nos deslumbra siempre en este ser humano prodigioso que es García Márquez su manera de leer la vida trágica y tormentosa de Cartagena de Indias, su esclavitud y su inquisición que permearon el alma de la ciudad dividida y llena de rencores que hemos heredado. El hombre que regresa a Cartagena de Indias jamás se ha ido, aunque viaje por el mundo y tenga una casa estable en México. Está aquí siempre entre nosotros con su perplejidad de nueve años, en esta ciudad donde tiene enterrado a sus padres y a dos de sus hermanos menores. Y cuando menos espera él, aparece un inesperado matiz de luz en el inmenso lienzo de los muros que hablan y cantan al pie del agua.

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