Revista dominical


Se acabó esta vaina

EL UNIVERSAL

31 de julio de 2011 12:01 AM

Cómo me duele la desaparición del Joe. Con él se va Cartagena entera: una que desde hace rato se está yendo y no va a regresar. Es que es mucho más que un catálogo musical. Se trata de un auténtico hijo del pueblo. Y eso quiere decir que, de la manera más profunda narró, cantó y bailó todo aquello que nos aglutinaba: eso que nada más podía encontrarse en la calle. Su obra fue la banda sonora de un pueblo que se expuso a las nuevas dinámicas urbanas que irrumpieron en las décadas de los sesenta y los setenta. Un pueblo que se las arreglaba como podía con la aparición de nuevos y miserables barrios; con la llegada de nuevas costumbres, modas, estilos y sensibilidades; con la llegada del progreso, pero para unos cuantos. Amamos tanto a Cartagena, pero Cartagena no quiere a casi nadie.

Hijo del pueblo que comenzó niño – cantante en la zona de Tesca. Niño - cantante entre putas y curas de colegio. Niño que nos enseñó a muchos a ser negros: poderoso referente de la dignidad y de la conciencia afro, “La Rebelión”. “¿Y ahora qué vamos hacer?” Me interrogó el cantante Boris García. De una recordé las imágenes de su última, brillante y fascinante iniciativa musical. Todo comienza en los zapatos de un gran tipo como Cheo Romero: un auténtico anfitrión de la identidad cultural formada en barrios y esquinas. Cheo nos abre la puerta a la memoria, a los recuerdos que nos sustentan. Cheo Romero nos interpela a desafiar el olvido social y, con su sola presencia: con su pinta, su boca grande, su respetabilidad envuelta en pedregosa voz; digo, con su sola presencia lo advierte y señala el camino: “Samba en Palenque” y es ahí donde revienta todo aquello que somos.
“La desaparición del Joe, tiene que servir para algo”, argumentaba Boris. De hecho, con el  proyecto “Heroicos”, Boris busca unir con el pegante social de la música una serie de artistas cartageneros alrededor de lo que se conoce como Sonido Cartagenero, en el cual, el Joe Son es clave. Lo que hay que tener en cuenta es que Cartagena es otra. La Cartagena del Joe era guapa y sabrosa; y la brisa y la orilla del mar, de la bahía y de la ciénaga eran nuestras.  Es por eso que en mi infancia de los setenta la música del Joe, celebraba los días en que me llevaban al mercado de Getsemaní: música que salía de radios, radiolas y pregones a capella en aquel laberinto caribe. Entonces Los Heroicos no eran necesarios. La Cartagena del Joe era sincera como una buena y justa pelea a trompadas.  Hasta las carimañolas sabían diferente, aquellas que vendían al pie del Teatro Colonial a la entrada del barrio La Quinta; allí mismo en ese barrio quedan rastros de la época en la sede del picó “El Totumito”, propiedad de Luis Madrid con casi medio siglo de sabor.   La generación musical del Joe propuso y recompuso la música colombiana y su industria al pasar del cálido y estilizado porro domesticado por las élites (la bogotana en especial, que incluso, no aceptaba músicos negros en los clubes, o por lo menos, no demasiado oscuros) a la salsa brava colombiana arroyando en el campo internacional.
La primera vez que fui a un sonido en México (entiéndase, baile de picó) a fines de los ochenta, lo primero que escuché fue el “Yamulemau”. Fue allá donde escuché “El Centurión de la noche” un viernes por la noche, en una parranda enfrente de la UNAM, con gente de muchas nacionalidades bailando y gozando. Esta música fundamenta a la Cartagena que nos habita. Me consuela escuchar las canciones del Joe en la boca de mis hijos, en virtud de la aparición de la novela de RCN: se  pudo contener, por fin, la hegemonía embrutecedora del reguetón más mediocre. De ahí mi sentimiento ambiguo al ver la idolatría de los barranquilleros al Joe: me emberraca tal arrebato. Pero es que también, si el Joe no sale de aquí, se estanca, como nos pasa a todos. Y como le puede estar pasando a cualquier Joe que ande por las calles de las faldas de La Popa: ahí en la cantera creativa más extraordinaria y no quiero que  imaginen un montón de negros bailando para turistas al pie de la estatua de Simón Bolívar. Más bien pensar en el virtuosismo de los percusionistas barriales, tan apetecido y bien pagado en otras latitudes. Allí es donde encajan Boris y Los Heroicos, mientras Cheo señala el camino. Un día el tío Rafael Geliz, conguero, llevó al Joe a la casa vieja de La Quinta y allí abrazó a mi abuela: “Siempre me preguntaba por él” me confesó El Papi, como le decimos. Y ahora que El Joe se fue con ella, me perdonan la rudeza, pero, se acabó esta vaina. Aunque en el fondo todos aquí sabemos que nos toca recomenzar.

ricardo_chica@hotmail.com

 

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