Revista dominical


Un cronista de verdad

GERMÁN MENDOZA DIAGO

18 de abril de 2010 12:01 AM

En los años 70, las páginas de los dos periódicos que circulaban en Cartagena— El Universal y Diario de la Costa—estaban repletas de crónicas y reportajes sobre la vida cotidiana en una ciudad que despertaba a los tiempos modernos después de un letargo de casi dos siglos, mirando sin extrañeza el despegue de la industria turística y la consolidación de la zona industrial. Todavía existía una legión de periodistas románticos que gozaban jugando con las palabras y recreaban la lucha diaria o las peculiaridades de nuestros personajes, desde aquellos políticos legendarios que se hacían a puro pulso hasta los inolvidables héroes deportivos que jamás perdieron su humildad y su camaradería, en crónicas que se anunciaban con títulos ingeniosos y atractivos en las primeras páginas. Leerlos era una delicia, porque cada imagen, cada olor, cada sonido descrito con meticulosa economía de adjetivos era la imagen, el olor o el sonido que todo el mundo había sentido el día anterior, eternizado y convertido en reseña histórica de una época ingenua y serena. Yo tenía 12 años cuando empecé a leer una columna de comentarios ligeros sobre la vida nocturna y los rumores de la ciudad, en las páginas sociales del Diario de la Costa, firmada por alguien llamado Crispín, de quien leí después crónicas deliciosas e irreverentes, firmadas reverentemente por Ricardo Domínguez Sarkar, en una revista peculiar llamada Vea, que llegaba de Bogotá regularmente y que nos mostraba un mundo insólito de brujos amazónicos, criminales inverosímiles, reinas de belleza diluidas en el mar de la promiscuidad y mujeres voluptuosas que parecían de otro mundo. Años después, cuando a los 18 años empecé como periodista en las oficinas de Todelar en el Edificio Fuentes, me encontraba a Crispín en las ruedas de prensa y en otras actividades propias del oficio y lo saludaba con una reverencia nacida de la memoria de aquellas historias irrepetibles de adolescentes endemoniadas que se retorcían en el calor sofocante de las veredas del Carmen de Bolívar, culebreros de la Serranía de San Lucas que habían sido picados por 25 especies de serpientes venenosas y habían sobrevivido para contar el cuento, de la aparición de los primeros casos de cartageneros picados por la machaca, y muchas otras singularidades que iba recogiendo semana a semana, con meticulosa devoción. ... Me faltaba, sin embargo, conocer otra faceta periodística de Crispín: Su capacidad para describir a la gente en unos cuantos trazos, que se incluyen en este libro. Esos textos nos retratan de cuerpo entero a políticos, artistas, empresarios, locutores, periodistas, educadores, médicos y abogados que son parte de la historia cartagenera contemporánea. Lo novedoso que tienen estos perfiles es justamente la economía de palabras, la precisión en el uso de adjetivos certeros, que no requieren mayores explicaciones para hacerse una imagen de cada personaje, de sus logros, de sus sueños, de las dificultades parea cumplir sus metas. A pesar de su brevedad, estos reportajes, indagan en la vida interior de sus personajes descritos, lo que sólo puede lograrse luego de un arduo trabajo que incluye el acceso permanente a cada uno, de manera que el protagonista deje abiertas las puertas de su entorno; un acercamiento a su vida familiar y a sus amigos; conocer los lugares que frecuenta y hablar muchas veces para depurar y pulir detalles. En estas páginas, redescubro el embrujo de la crónica y me descubro nuevamente en el oficio que tantas palabras produjo para la ciudad. Debería ser una lectura obligada especialmente en las facultades de Comunicación Social, donde debería arder la llama que sólo encienden los contadores de historias, esencia y corazón del oficio de periodista, enredado actualmente en cifras y decantaciones excesivamente compendiadas. Algún día tendrá que contar Crispín sus propias aventuras, organizando concursos de tanga y de las piernas más bonitas, o recorriendo los vericuetos de la geografía insólita de los pueblos y ciudades, para descubrir esa realidad que resulta más fantástica que los propios mitos. * Apartes del prólogo escrito por Germán Mendoza Diago, al libro “Crónicas y personajes excepcionales del Caribe”, de Ricardo Domínguez Sarkar.

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