Revista dominical


Un día sin celular

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

27 de octubre de 2013 12:02 AM

Veintisiete llamadas perdidas, cinco mensajes de texto y una mención en twitter quedaron ancladas en el teléfono celular tras un día de deliberado desprendimiento. En la mesa de noche el aparato reposó desde la mañana lluviosa del pasado lunes hasta las 9:38 p.m. del mismo día, cuando regresé al apartamento. Más allá de la dependencia común que he desarrollado por el aparato, el día tampoco derivó en tantas dificultades porque pude sortear las llamadas urgentes con el teléfono fijo de la oficina y con los poquísimos teléfonos públicos que, como es natural, escasean en la ciudad. Y, en secreto, disfruté estar inlocalizable por un día.
No obstante, la ausencia del móvil sí se sintió etérea en el bolsillo derecho de mi pantalón tan acostumbrado al tacto frecuente de una que otra revisión regular. Y es que los teléfonos inteligentes son y sirven para casi todo, desde sintonizar la radio de cualquier emisora del planeta, hasta la reproducción de videos en alta definición y el enganche inmediato y sostenido a las redes sociales, siendo las llamadas hoy por hoy su menor atractivo.
La reportería estaba programada en Alameda La Victoria, en el hogar de Julio Teherán, el memorable pitcher cartagenero, de 22 años, de los Bravos de Atlanta que por estos días visita a su familia. La cita había sido reconfirmada por ambos el día anterior tanto telefónica como electrónicamente. En el desplazamiento desde El Universal hasta la casa que el lanzador les compró hace 6 años a sus padres, extrañé twitear alguna divagación que en su lugar escribí en la agenda cuadriculada. También tuve nostalgia de las noticias radiales matutinas pero estuve mucho más pendiente de las maltrechas vías que parecen paisajes lunares y de los rostros de las personas que iba dejando atrás la camioneta Chevrolet del diario.
Tras la entrevista sentí el vacío de ignorar lo que pasaba en la ciudad y el mundo, de manera que quise comunicarme con mi jefe, que bien podría haberme alertado sobre la tercera guerra mundial y no habría podido refutar o agregar nada. Una vez frente a la hoja en blanco del computador empecé a escribir lo más importante de la entrevista, jerarquizando la información e hilando los detalles más significativos del beisbolista, todo con la concentración que brinda no estar disponible para las llamadas inoportunas de siempre.
Las 'fuentes', término periodístico para llamar a los informantes públicos, privados y hasta anónimos, no se resintieron para nada. A lo mejor asumieron que se trataba de un día de descanso. Después del almuerzo, la tarde se deshojó entre los comentarios propios de la sala de redacción en la que además de narrarse la actualidad, periodistas y diseñadores hacen todo tipo de bromas para hacer más llevadero el ritmo laboral del que depende no sólo la edición del día siguiente sino la del domingo, que se formula en un consejo de redacción desde el lunes.
Tras responder varios correos, casi olvidé del todo el teléfono inteligente. Tuve ganas y tiempo de más para conversar con los que no estaban ensimismados con sus aparatos, especialmente con Ruben Álvarez, uno de los pocos periodistas que aún no hace la transición de su teléfono arqueológico a uno más avanzado, pero tampoco le hace falta en su trabajo diario, como pude comprobarlo yo mismo con el mío. La necesidad de estar conectado en tiempo real a las diferentes redes la sustituí por varios cafés bien conversados con amigos a los que tenía que explicarles invariablemente el propósito de no cargar con el celular.
Después de asistir en la noche a una exposición fotográfica a la que me había comprometido desde la semana anterior, no fue muy difícil ponerme en contacto con una amiga para cenar en el Centro. Mientras la esperaba me abandoné a la observación del restaurante, el engranaje de los empleados y los clientes, y las sonrisas de los novios primerizos de tres mesas adelante de la mía. De regreso al apartamento, encontré el aparató todavía con el 93% de carga, titilando angustioso por notificarme las llamadas, los correos, y los mensajes que guardaba aún en su vientre.

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