Revista dominical


Un saxofón en la plaza

GUSTAVO TATIS GUERRA

20 de diciembre de 2009 12:01 AM

Va con su saxofón a todas partes. Es el saxofón que resuena en la Plaza de Santo Domingo. Abraham Garrido Martínez, al que todos llaman Rufito, nos devuelve a otra edad de la ciudad a ritmo de porros que se quedaron a vivir para siempre entre nosotros: “El cariseño”, “El cebú”, “El aguinaldo”, “Diciembre llegó”. Es un ser bajo, tímido, sentimental. El hijo de Rufo Garrido y Margarita Martínez. Todo lo que toca le recuerda a su padre el célebre saxofonista Rufo Garrido. Nació hace cincuenta y dos años en el barrio Escallón Villa. Es el único músico entre los cuarenta hijos que tuvo el maestro y el sexto de su última familia. Desde hace treinta años toca el saxofón y es como si recordara cada día la sombra de su padre. Ha terminado por llamarse Rufito. Siendo muy joven acompañó en 1981 a la orquesta del maestro Pacho Galán en dos oportunidades a los Estados Unidos y seis giras a Venezuela y a varias ciudades de Colombia. “En 1947 Antonio Fuentes estaba grabando un disco y le faltaba una canción para completarlo. Le pidió a mi padre Rufo Garrido que compusiera algo y en pleno estudio improvisó una de sus mejores canciones que se escuchan cada noviembre: “El Cebú”. Lo que más recuerdo con emoción de mi padre es la manera como tocaba su saxofón: su fraseo era puro jazz y lo hacía con decisión y fuerza. Basta escuchar “El cariseco”, “El mochilero”, “La Estereofónica”, esos acordes son de jazz. Son porros orquestados, suena el guacho, y hay momentos en que el porro está hecho en el formato del jazz, especialmente cuando solos instrumentales. Hay una gran improvisación jazzística, un manejo de la escala pentanónica. Creo que mi papá tuvo una influencia del blue americano y aprovechó esas grabaciones, pero yo desde niño no entendía el jazz”. De repente le pregunto por “Te olvidé”, de Antonio María Peñaloza (1916-2005) y se emociona para decir que esa obra musical es una fabulosa y compleja obra de arte. Recordamos ahora la voz inconfundible y nostálgica de Nury Borrás, la de “Cuatro fiestas” y “Cartagena”, de Adolfo Mejía, su preferida. Está convencido de que Cartagena vivía en la época de Rufo Garrido un gran momento musical con la orquesta A Número 1, la grandeza de músicos como Lucho Bermúdez, Pianetta Pitalúa, Clímaco Sarmiento, Rufo Garrido. “Creo que mi padre fue demasiado modesto al no figurar. Estaba detrás de bambalinas. Todo ese período musical quedó en la sola imagen de Pedro Laza y sus pelayeros, pero en verdad los que componían y arreglaban eran Clímaco y Rufo. Creo que Pedro Laza sólo compuso una sola canción. Era un gran intérprete y era bueno con su instrumento. De mi padre puedo decir que era un hombre con sentido del humor pero con un gran sentido de la rectitud. Le molestaba que saliéramos descalzos a la calle. Siempre ando enzapatado desde que mi padre me reprendió al andar descalzo”. Rufito Garrido dice que ya tiene un buen número de canciones con los que podría grabar un álbum en los ritmos fusionados del porro y el jazz. Una vez bajo un impacto emocional compuso en las playas de la Boquilla, la canción “Juny Donna”. No tenía nombre para esa canción y el músico Edigar Salcedo riéndose le propuso que jugara con lo primero que encontrara cerca, y lo que vio fue el nombre de una crema para la inclemencia solar y descompuso el nombre en Juny Donna. Rufito confiesa que “Hoy la humanidad se ha despertado con respecto a la música y hay más información y disfrute de los ritmos. Recientemente le toqué un porro a un turista americano y quedó encantado. Al principio cuando me veían tocar el saxofón la gente me decía en burla: “chupacobre”, y no entendía en ese entonces que detrás de esa burla lo que había era un desprecio para el porro y la música de nuestra tierra. Las nuevas generaciones no sólo tienen mayor comprensión e interés por la música, y no dejan que una música sólo sea escuchada en una época del año. Por ejemplo, las canciones de Rufo Garrido pueden escucharse todo el año y nos hacen felices a todos. Para mí un buen saxofonista tiene que andar con su instrumento al lado todo el tiempo, necesita un buen manejo de la respiración, armonizar sus músculos con su cerebro”. Veo la timidez nerviosa de Rufito cuando saca de su cartera la foto de su hija Elizabeth Garrido Fernández. Lo acompaño al viejo campo de juego de Chambacú en donde más de cuatro mil cartageneros en extrema pobreza hacen fila para participar del Día sin Hambre. Rufo toca su saxofón a pleno sol de las dos de la tarde y recuerda que tocar “El Cebú a esta hora del día es un homenaje que le hago a mi padre”. Compartimos una sopa de huesos en una de las fondas pobres de Chambacú y Rufito mira con perplejidad a la señora gorda que nos sirve la comida y le dice que tiene que dejar de tomar sopa por lo menos siete días para que no pierda la forma. La sopa humeante del enorme caldero está bajo la brisa suave de un palo de coco y nos devuelve con su aroma, el entrañable y exquisito manjar de la pobreza compartida en el patio. Esa sopa así servida por las manos de esa mujer es una verdadera maravilla del solar y el porro de Rufito que resuena en el aire caliente de Cartagena, una esperanza legítima y a la intemperie parida a punta de saxo.

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