Revista dominical


Una monark partida en dos

RICARDO CHICA GELIS

23 de diciembre de 2012 12:41 AM

Siempre he sido gordo y cuando tenía once años partí en dos el aguinaldo destinado a mi hermana. Créanme: no fue mi intención y después de transcurridos más de treinta años, trataré de explicarlo todo. Ya ustedes saben lo que dice un aparte de la canción “La Perla” de Calle 13 y Rubén Blades: “Como decía mi abuela: Así fue la baraja en casa del pobre hasta el que es feto trabaja”. Era 1978. En vacaciones de diciembre papá ponía su tenderete de libros en los bajos de la Gobernación, de manera, que el fin de año ayudaba en esos quehaceres. Al final de cada tarde, cuando mamá aparecía, aprovechaba la ocasión para visitar las jugueterías de los almacenes del centro y fantaseaba, en especial, con los carros, los barcos y aviones a escala. Yo los pedía en mi carta al Niño Dios, pero nunca llegaron. Al menos, nunca, aquellos juguetes de la referencia precisa que veía en el Magali Paris, en Fuller, en el Ley o en el Tía.
Fue precisamente en el Magali París, en el segundo piso del Portal de los Dulces de un sábado casi de noche, que devino la gran revelación. Mi papá era el propio Niño Dios. “Voy a comprar el aguinaldo de la Niña, acompáñame” Me dijo de la manera más natural. Yo tenía mis sospechas; había escuchado en el colegio algunos comentarios en ese sentido, pero, me parecía una idea fea. Un engaño y una injusticia. Pues bien, nada más escuchar la invitación de papá me trajo al mundo adulto de un sopapo. Saber y comprender quién es el Niño Dios te madura a la fuerza, a mí, por lo menos, me dieron ganas de llorar, pero me aguanté cuando íbamos caminando por el almacén El Centavo Menos. Aún faltaba un puñado de días para la noche buena, lo recuerdo bien, porque mamá no me había comprado la pinta en el almacén “Papi”. Recuerdo bien el destello de las bicicletas nuevas del Magali. Papá seleccionó una mediana, su caballito era rojo, de guardafangos blancos, canasta adelante, parrilla atrás, patica de parqueo, timbre y rueditas piloto para ayudar a los principiantes a sostener el equilibrio. Era marca Monark. Ninguno de nosotros sabía manejar bicicleta. A mi edad de once me aterraba de vergüenza que otros niños se enteraran, aunque tenía nociones, allá en la calle de Las Américas. La bicicleta del Magali, nos la entregaron armada.
Papá la acomodó en la parrilla del Renault 4 verde y ya era de noche para cuando pasamos por la embotelladora de la Kola Román, llegamos a una pequeña bodega de libros, a unos veinte metros antes de la casa. “No le digas a nadie y menos a tu hermano Orlando, que es muy chivo” Me advirtió. Al día siguiente, domingo, saqué la bicicleta de su escondite. Como hijo mayor tenía ciertos privilegios y uno de ellos era manejar las llaves de la bodega de libros, eso facilitó todo. No obstante, la bicicleta era para mi hermana. Primero, porque no había para más. Segundo porque era la menor. Y tercero, porque era la niña. No importa, yo saqué la bicicleta y la estrené antes que todo el mundo, en vísperas del veinticuatro. Eso le di pedal, como a violín prestado. Procuré no pasar frente a la casa y así transcurrieron como dos días. Aproveché una especie de explanada, donde parqueban los buses de Castellano, allí habían montículos que hacían saltar la bicicleta por los aires. Imaginaba una pista de bicicross. Como advertí al principio, siempre he sido gordito; aun cuando fui un bebé ridículamente flaco, según veo en fotos de la época. Bueno, en uno de esos saltos, la bicicleta se partió en dos. Un joven vecino fue testigo de todo: “El Negro”, quien se percató de la gravedad de la situación. Fue entonces que llegamos al taller del Duque. Antes, allí, quedaba el Cine América, todavía pueden verse las letras en alto relieve en su fachada. El Duque soldó la bicicleta y medio la pintó.
La madrugada del veinticinco mi hermana estaba feliz. No recuerdo haber visto niña más dichosa. La bicicleta estaba parqueada en la mitad de la sala, junto al arbolito de navidad de ramas secas y adornos de cristal. El caballito quedó torcido a la izquierda, sólo un poquito; y en consecuencia, las rueditas de guardar el equilibrio, dejaron una bicicleta coja. Desde entonces, mi alivio reposa en dos secretos. Uno. La bicicleta siempre estuvo intacta. Dos. El Niño Dios existe. ¡Felicidades!

ricardo_chica@hotmail.com

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