Facetas


Alberto Elías y sus 307 partos

Seguramente él temblaba de miedo, había sangre, en el colchón había una mujer que pujaba, gritaba adolorida, se retorcía, y un niñito que apenas asomaba su ser. Alberto Elías León Zúñiga no jugaba a ser médico, ya había visto a su mamá atender varios partos en el pueblo, es más: él era su asistente de cabecera, pero esa noche serían sus manos las que se encargarían de traer vida a este mundo. A Barú.

La primera vez que Alberto Elías atendió un parto solo, era un adolescente. Tenía 17 años. Había aprendido los gajes del oficio de su madre, Martina Zúñiga Correa, la partera del pueblo. Siempre la acompañaba. “Pero esa noche hubo tres pacientes dando a luz al tiempo. Mientras mi mamá atendía a una, a mí me tocó la otra”, recuerda. El bebé nació sano y salvo, y Alberto siguió en eso. Por siempre. “Soy el auxiliar del pueblo, mejor dicho un comadrón. Les corto el ombligo a los niños. He cogido 307 partos”, me explica. Es el partero de Barú.

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Barú es uno de los corregimientos de la Isla de Barú. Para llegar por tierra hay que pasar en Pasacaballos el puente que conecta a la isla con Cartagena, luego están los corregimientos de Ararca y Santana, finalmente Barú. Un tramo de la carretera para ir hasta allá es el conocido como Playetas. Las aguas turquesas y cristalinas han borrado el paso para vehículos, sumiéndolo en un trayecto de arena húmeda y blanda. Son entre 5 y 10 minutos de zozobra, 1,4 kilómetros en los que no se sabe si las llantas se atascarán en la arena de playa.

Pero es la única entrada y salida, además del mismo mar. “En noviembre, quedamos prácticamente incomunicados, cuando se sube el mar. Yo me he caído varias veces en mi moto”, me cuenta Gabriel Meza, oriundo del lugar. Es tan tedioso entrar como salir, por tierra. La lancha es lo más rápido, sobre todo si hay alguna emergencia.

“Por lo general, las mujeres de aquí van a parir en Cartagena, teniendo en cuenta las condiciones de acá, ya uno sabe cómo es la cosa, entonces se van unos días antes a la ciudad, pero cuando se adelanta el parto o cuando pasa cualquier cosa, cualquier enfermo, buscan es a Alberto Elías”, dice otro barulero. Atravesamos esa orilla estrecha de Playetas, mirando los postes de energía anclados ya dentro del mar furioso, otros derribados en la orilla, y llegamos al corregimiento de Barú.

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“Me vinieron a solicitar de madrugada, la sobrina de la señora Micaela, no tenía paraguas y, como estaba lloviendo, fui con una porcelana en la cabeza. Ese trabajo fue ligero, no duré ni media hora para recibir al bebé”: el comadrón habla así de su último parto, el 29 de octubre de 2017 a las 4 de la madrugada. A simple vista, sentado en su terraza de la calle del Puerto, jugando siglo, descamisado, ese señor de 70 años no pareciera ser quien atiende emergencias en el pueblo. Pero lo es.

“Me pagan y también me fían, por ahí tengo en una libreta anotados a los que me deben. Cuando yo no puedo con el proceso del enfermo, si es cortado (herido) o si es alguna muchacha que va a dar a luz, yo me embarco con ellos en la lancha. El camino más rápido es por el agua, por la carretera hay mucho inconveniente, a veces ni las motos pasan. Esa no es una alternativa”, aclara. Señala a un hombre de unos 30 años que juega siglo con él, como una de las vidas que ha recibido en tierra firme. “Me ha tocado coger como de 15 a 20 partos en la travesía de aquí para Cartagena. Con mareta y brisa”, anota. 

Son 53 años dedicados a los partos. Son más de 300 partos, en los que asegura su tasa de mortalidad se ha reducido a un solo caso.

“Era una muchacha. Eso tiene 19 años ya. Estuvo haciéndose exámenes y le mandaron sus medicinas, tenía anemia. Esa madrugada me vinieron a buscar, yo dije que teníamos que irnos a Cartagena, el parto era peligroso. Total que ahí, en el muelle, metidos en la lancha, dio a luz a una niñita. Al marido, Raúl, le dije que teníamos que irnos porque no había botado sangre. Pero ella no quiso, porque se sentía bien, se la llevaron para su casa y estando allá se puso mal, cuando quisieron trasladarla para Cartagena, llegando a una ciénaga que se llama la boca de Mohán, ya no tenía pulso”.

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En Barú padecen de otros males. “El centro de salud lo había, pero muy deteriorado ya. Se está construyendo uno nuevo, va casi para dos años que no funciona. Ahí atendían medicina general, pero no partos, esos los tenía que atender yo. Sin embargo, últimamente tengo un problema, si yo atiendo un parto aquí, en Barú, porque no hay médico o lo hago en el mar, a los niños no les dan el certificado de nacido vivo para poderlos registrar, porque yo soy empírico”, explica Alberto.

En el corregimiento se vive tan cerca pero a la vez tan lejos de todo. Está rodeado de agua, pero agua potable no hay. “Sufrimos mucho con eso”, comentan sus habitantes. Las ventiscas levantan el polvo de sus áridas calles sin pavimento. Allá, no pasan muchas cosas, es un pueblo tranquilo.

El comadrón nos habla de su otro oficio, vender periódicos, y de un hecho trágico que los enlutó la última semana. “Estoy cansado. Hoy recorrí todo Barú vendiendo periódicos. Se vendieron bastantes por la noticia de la muchacha apuñalada por el marido. A esa muchacha sus hermanos la sacaron de aquí en moto, por esa misma vía de Playetas. Se salvó gracias a Dios. El marido murió aquí mismo, se cortó las venas, yo llegué a verlo pero ya estaba en las últimas”.

La camioneta del CTI de la Fiscalía que llegó a sacar al cadáver del aquel hombre, se atolló por varias horas en esa maltrecha vía. En Barú ahora dicen que ni los muertos se salvan del mal estado de Playetas. Alberto Elías dice que seguirá atendiendo partos y curando heridos hasta cuando sea necesario. Hasta cuando le alcancen las fuerzas.

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