Facetas


Amparo aterrizó en el mar de la vida

JULIE PARRA BENÍTEZ

27 de noviembre de 2016 12:00 AM

El 14 de enero de 1966 la vida de Amparo Bernal cambió de rumbo. Se terminaron unas estupendas vacaciones en familia que comenzaron en Santa Marta, siguieron en Barranquilla y terminaron en Cartagena. Esa noche la ciudad estaba bloqueada por la visita del entonces candidato presidencial Carlos Lleras Restrepo, que retrasó la llegada de los Bernal al aeropuerto.

Sin aparentes contratiempos, alrededor de 60 pasajeros despegaron desde el aeropuerto de Crespo (ahora Rafael Núñez) cerca de las nueve de la noche. Solo pasaron unos minutos cuando sintieron un fuerte impacto en la parte trasera de la aeronave. El avión de Avianca HK-730, que cubría la ruta Cartagena-Bogotá, acababa de caer en el mar, más o menos a una milla de las playas de La Boquilla.

Han pasado cincuenta años y Amparo, una de los ocho sobrevivientes de ese siniestro y la única menor de edad, mantiene intactos los recuerdos de esa angustiosa noche en la que perdió a su familia. Hoy cuenta en medio de lágrimas lo que sucedió aquel 14 de enero y cómo cambió su vida a sus 14 años.

La tragedia
Vivíamos en Bogotá. Mi hermana se iba a casar con su prometido. Ellos se acababan graduar en la Universidad Nacional y se iban para Alemania a estudiar una especialidad, así que decidimos venir a pasear a la Costa antes de que se fueran. Llegamos el primero de enero a Santa Marta y por último llegamos a Cartagena, donde pasamos una semana.

Aquella noche fuimos los últimos en abordar. No habían pasado muchos minutos cuando ocurrió el accidente. Yo creí que habíamos chocado contra una montaña o algo así, pero de repente empezó a entrar agua al avión. La cola pegó en el mar y el avión se partió. Había mucha gente viva y todos gritaban. Algunos logramos salir, otros no. Cuando yo salí del avión me subí encima de él y sentía a la gente golpeando y tratando de salir, pero muchos no pudieron. Entre esas personas estaba toda mi familia.

Hubo un momento en el que perdí el conocimiento y caí al agua. Se había regado el aceite y la gasolina y todo eso como que me hizo alucinar. Lo recuerdo todo, nunca se olvida... Yo veía unos hombres pequeñitos que tenían un palito agarrado y, cuando trataba de sujetarme, ellos se movían y se reían. Si no hubiese tenido esa alucinación seguro me hubiera ahogado, de pronto ese movimiento me mantuvo a flote.

Me encontré con una muchacha y un señor que estaban agarrados en un ala del avión. Mientras hablábamos, el señor nos pidió que rezáramos y apenas terminamos de hacerlo murió. Quedamos las dos solas. No nos podíamos quedar ahí porque en cualquier momento el avión se iba a hundir por completo. Ella decía que había visto las luces del aeropuerto y que debíamos nadar, pero yo no podía, estaba cansada. Ella se fue y yo me quedé ahí, pero cuando vi que el ala ya estaba debajo del agua me solté y no me fui para donde ella estaba sino que seguí la única luz que yo veía.

Estaba tan cansada... ya no sentía las piernas. Le pedía a Dios que me ayudara a morir rápido porque era una agonía terrible. Vi una luz muy tenue y escuché: ¿quién está ahí? Y empecé a gritar. Eran unos pescadores de La Boquilla, me llevaron hasta la orilla y me entregaron a la Policía. Nunca más aparecieron. Traté de encontrarlos y hasta pusimos un anuncio para darles una recompensa, pero nunca aparecieron. Fue muy extraño.

Los policías me llevaron al Hospital Santa Clara (donde ahora funciona un hotel con el mismo nombre) y al día siguiente, cuando desperté, veía una lucecita. No sabía si estaba viva o muerta hasta que entraron las monjitas y me hablaron. A los tres días me pasaron para una habitación donde estaba la muchacha con la que me encontré en el ala del avión. Ella estaba con su mamá y le dijo: “Mami, esa es la niña que perdió a toda su familia”. Fue terrible, así me enteré que estaba sola en el mundo. Grité que Dios no existía.

Otro rumbo para su vida
Un tío vino de Bogotá y un compañero de mi hermana, de la universidad, ofreció casarse conmigo. Mis tíos me casaron a los seis días del accidente, ahí mismo, en el hospital, en una silla de ruedas, cuando apenas tenía 14 años, era una niña. Con ese matrimonio me fue muy mal. Lo único que él quería era la herencia de mis papás. Después de dos años se fue y me dejó con un bebé de ocho meses y se robó todo.

Trabajé como cajera en un almacén y empecé a estudiar el bachillerato en las noches, en el antiguo Colegio Americano de Cartagena. Pasé mucho trabajo, pero debía luchar por mi hijo, quería ofrecerle un futuro mejor. Me gradué como bachiller en 1972, me presenté en la Universidad de Cartagena para estudiar medicina y pasé el examen.

Entré a la universidad a los 22 años. Estudiaba, trabajaba y cuidaba a mi hijo. Todos mis compañeros me ayudaban a cuidar al niño y a esconderlo bajo los pupitres para que los profesores no lo vieran. Recuerdo a un fotógrafo que tenía su negocio en la Calle de la Universidad, él fue uno de los que tomó las fotografías del accidente, y cuando yo pasaba corriendo me gritaba “salvada de las aguas”. Un día me llamó y me dijo: “no corra tanto porque el día que se muera se van a sentir sus pasos en las calles de Cartagena”.

Una vez, le puse una demanda por alimentación al papá de mi hijo y le dio tanta rabia que me lo robó. Se lo llevó y lo tuvo escondido por tres meses. Ahí fue donde volví a creer en Dios. Le pedí que me ayudara a encontrar a mi hijo Octavio, que me había quitado todo en la vida y si me ayudaba a encontrarlo iba a acercarme nuevamente a él. Finalmente, el padrino de mi hijo, el doctor Héctor Hernández Ayazo, contrató un detective y lo encontró. Él siempre quiso hacer algo para ayudarme a recuperar mi herencia, pero no lo hice porque asumí que fue el pago por la contribución genética para que naciera mi hijo.

Epílogo
Con esfuerzo, Amparo logró graduarse como médico y brindarle mejor vida a su hijo Octavio. Se fue a trabajar a Bogotá por dos años y luego viajó a los Estados Unidos, donde se especializó en Medicina Interna, se casó y tuvo a su segundo hijo, Daryush.

Tras otra separación, después de 30 años de matrimonio, Amparo decidió cumplir uno de sus sueños. Uno que le apasionaba desde que estudiaba en un colegio de monjas en Bogotá: ser parte de las misiones médicas que recorren el mundo para ayudar a los demás.

Escribió un libro, aún inédito, en el que cuenta no solo el terrible accidente que cambió su vida sino todo lo que luchó, para dar un ejemplo a muchas mujeres que solas, sin apoyo de nadie, les toca sacar adelante a sus hijos.

Y sí, el 14 de enero de 1966, a sus 14 años, Amparo Bernal volvió a nacer en las aguas del Mar Caribe.







DATO:
Dos graves tragedias aéreas han ocurrido en Bolívar y han conmovido al país entero. El 11 de enero de 1995, 21 años después del accidente en el que sobrevivió Amparo, un avión de Intercontinental se estrelló en el lecho de una ciénaga en el corregimiento de Flamenco, en Marialabaja. Erika Delgado, a sus 9 años, fue la única sobreviviente al caer sobre una zona llena de tarulla.

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