Facetas


Bajo una luz propicia: La Rábida

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

13 de julio de 2014 12:02 AM

El claro de luna entra casi insospechado.
La ventana abierta alumbra con determinación la esquina más fría de este cuarto y no reconozco ese resplandor hasta que el astro se va descorriendo horizontalmente, de derecha a izquierda, hasta escaparse por completo de mi rango de visión. Qué grande se ve la luna en Europa.

Afuera de la habitación hay algunos edificios bajos donde se ubican las aulas, biblioteca, cancha deportiva, comedor y áreas sociales, pero la oscuridad se lo traga todo, o al menos esa impresión se va impregnando desde este cuarto pequeño que fue diseñado para albergar a dos estudiantes.

Tras casi seis años de carrera continua en el diario El Universal, resulta un territorio desconocido, y no menos desafiante, la academia y más puntualmente la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA), a 9021.73 kilómetros, atravesando el Océano Atlántico, de Cartagena.

Para empezar, hay que aclarar que se sitúa en el paraje La Rábida de un municipio llamado Palos de la Frontera, provincia de Huelva que limita con Sevilla, Cádiz y más al sur, en el extremo izquierdo, con Portugal, a una hora de distancia en automóvil.

No fue sino hasta casi un mes después de ser residente y becario de la UNIA cuando fui consciente del lugar al que había llegado y de la importancia histórica que supone vivir rodeado de los lugares colombinos; es decir, los lugares andaluces que tuvieron una especial relevancia en la preparación y realización del primer viaje de Colón.

Aquí conoció el Almirante a los monjes Franciscanos del Monasterio de Santa María de La Rábida, a unos 5 minutos andando desde la UNIA, que lo hospedaron años antes de emprender su travesía temeraria hacia el continente americano.

Tiene 2 mil 137 metros cuadrados de extensión y a lo largo de sus más de quinientos años de historia ha sufrido modificaciones, sobre todo a raíz del terremoto de Lisboa de 1755. Entre los religiosos de este convento, Colón encontró ayuda, tanto científica como espiritual. Hombres como fray Juan Pérez y fray Antonio de Marchena fueron claves para sus intereses, ya que le ayudaron en sus contactos con la corona.

En el mismo monasterio, erigido en el siglo XIV, está enterrado Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta, quien falleció a los pocos días del regreso del primer viaje. También fue punto de regreso de las expediciones de conquista de hombres como Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Gonzalo de Sandoval.

A Palos de la Frontera llegó Colón buscando a unos marinos con experiencia en comercio y cabotaje, conociendo así los hermanos Pinzón: Martín Alonso, Vicente Yáñez y Francisco Martín. Nada de esta historia sabía antes de llegar a este plantel y por eso comprendo que mi, ahora amiga, Guadalupe Ruiz, me mirara como a un ignorante cuando le confesé con desparpajo que no había escuchado nunca antes el nombre de La Rábida o que lo había olvidado en el camino.

Palos es una ciudad que tiene un poco más de 10 mil habitantes y su economía dependió tradicionalmente de las labores del mar, pero debido a la emigración hacia tierras americanas la flota pesquera y comercial fue desapareciendo casi por completo. La primera vez que estuve en ese municipio me sentí en un pueblo colonial al estilo de Mompox (Bolívar), Villa de Leyva (Boyacá) o Girón (Santander). Las nostalgias entre uno y otro continente, enrevesadas y afortunadas por la misma lengua, se hacen palpables.

Una alegría feroz se siente no sólo en los nativos de esta península, sino en los estudiantes que pululan los espacios de la Universidad Internacional de Andalucía. Sobre todo la habitan alumnos procedentes de México, Perú, Nicaragua, Argentina, Cuba, Venezuela; y, cómo no, de Colombia: especialmente paisas, antioqueños de veintitantos que se exigen en maestrías educativas a las que aspiraron a finales de 2013.

Los hay que llegan muy tímidos. El acento andaluz que no termina de pronunciar todas las letras y fonemas de las oraciones quizá puede ser inusual en principio, pero después de los  vínculos, desde hace más de 500 años, con los pueblos iberoamericanos, tanto los de allá como los de aquí intercambian maneras, hábitos, ideas en la que se reconocen hijos de un mismo artificio.

A los estudiantes los encuentro en el comedor a las 8 de la mañana, 2 de la tarde, y 9 de la noche, para el desayuno, almuerzo y cena, respectivamente. Basta con toparse con un latino para decodificar un carácter común, una suerte de inconsciente colectivo que nos obliga a juntarnos, establecer puentes y hablar de política. En general hay un malestar frente a los mandatarios de turno de toda nuestra Suramérica, pero los más indignados e incluso avergonzados son los venezolanos y cubanos.

Estar en el Campus de La Rábida de la UNIA, sede con una larga tradición de estudios americanistas desde 1943, es un soplo de aire fresco especialmente para ellos.
Pero esta noche con el claro de luna encendiendo los caminos de otros tiempos, es fácil adivinar que la historia se entrecruza con la enorme colaboración y el azar definitivo para descubrir continentes, o incluso para vivir temporalmente apegado a la noción de que en cada momento, tan indivisible, estamos siendo testigos de un día que nunca más volverá a ver la humanidad, salvo que haya una luz propicia e imaginación.

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