Facetas


Bernardo Caraballo, el gigante

ERIKA PUERTA CERVANTES

26 de febrero de 2017 07:00 AM

Buenas, ¿cómo están? Adelante. Mucho gusto, Bernardo Caraballo. Dice con voz firme y estrecha mi mano. Los puños del boxeador más famoso de los 70  están viejos: tiene 74 años, es diminuto, moreno, sonriente y amable. Ha salido de su cuarto apoyado en un bastón y se ha quitado el cuello ortopédico que lo acompaña hace cinco años. Su suéter es blanco y la pantaloneta café. Lleva sandalias. La que nos abrió la puerta fue Zunilda Contreras, el reloj marca las cinco de la tarde, el sol está a punto de morir en el barrio Torices.

***
Es hijo de una mujer blanca y un nativo de Bocachica. “Esta raza es brava”, agrega Benny entre risas. Nació en ese corregimiento el 1 de enero de 1942, se crió con cuatro hermanos. Se ganaba la vida paseando a los turistas en ‘botecitos’.


Llegó a Cartagena y trabajó como embolador con Pambelé, Néstor “baba” Jiménez, Pineda, Cardona. Todos fueron después campeones de boxeo. Entonces el boxeo era mucho más que un deporte, era un camino para salir de la pobreza. Practicaban en Manga con Julio Carvajal Salamanca, el entrenador de la Liga de Bolívar.


El Benny tenía 17 años cuando representó a Bolívar en un campeonato departamental en 1959. Fue campeón nacional y representó a Colombia en muchos campeonatos mundiales. La pelea con el tailandés Chartchai Chionoi es la que más recuerda, cada detalle lo repite una y otra vez, revive cada momento como si hubiese pasado ayer pero hace énfasis en lo que pasó después. “¡Erda! Ese man pegaba duro, me hinchó el ojo y los brazos, mi esposa me tenía que dar la comida porque no me podía ni mover”, cuenta.


Mira todos los cuadros que tiene colgados en la pequeña sala de su casa y se fascina al ver que todavía conserva una cartelera enmarcada de esta pelea: “Ay, oye, todavía hay una foto ve, yo no me acordaba que eso estaba aquí”, agrega con inocencia.


Peleó en quince países, pero quedaron intactos los recuerdos de Filipinas, Tailandia, Hawái y Japón, esa que perdió, recuerda que esa vez batalló el título mundial, dice que luchó los 15 rounds, el asiático era el campeón mundial y el jurado le dio el triunfo, a fin de cuentas estaba jugando ‘de local’. Relata peleas con un brasilero, un venezolano y en cada una hace señas de cómo pasaba los golpes.


Quienes pudieron verlo coinciden en que era ágil, fuerte y con buena técnica. Sus puños eran certeros. Prueba de eso fue noquear a varios contrincantes en los primeros rounds.


Cuenta que se sentía millonario cuando dio el salto al boxeo profesional, esos días en los que ganaba unos cuantos pesos como embolador de zapatos quedaron en el olvido, declara que por cada pelea le pagaban 50 mil pesos. “Uff, en esa época, imagínate, eso era mucho billete”, relata Benny, alarmado al recordar todo el dinero que pasó por sus manos.


Gastó gran parte de sus ganancias ayudando a sus hermanos, dice que en su época, el que estaba bien económicamente, ayudaba a toda la familia. Pagó los estudios de tres hermanos en Medellín, Turbo y Pereira.


Se enorgullece al contar que compró una finca en Santa Rosa de Lima donde vivía su mamá, Santos Rodríguez, a la que le dedicaba sus peleas, y dos hermanos que viven en ese lugar. Mueve la cabeza de un lado a otro y cierra los ojos al decir, “qué poco e’ plata me costó esa finca, 10 mil pesos”. 

Su retiro
A los 32 años ya no era el mismo Benny que peleó con Chartchai, ni ese al que los contrincantes le temían. A esa edad le faltaba agilidad y destreza, había perdido tres peleas consecutivas y su esposa, la voz de su conciencia, le recomendó que se retirara del boxeo y quedara como un campeón ante el país y así lo hizo Bernardo; después de más de 100 peleas en Colombia y el mundo, no volvió al ring.


Benny quedó con dinero pero su esposa previó que después de cierto tiempo quedarían ‘sin cinco centavos’, así que le insistió que trabajara. Él era amigo del gerente del terminal y estuvo ahí por 18 años hasta que el entonces presidente de la República, César Gaviria, ordenó su pensión.


Del boxeo lo único que le quedan son recuerdos, la mayoría buenos, otros amargos (las golpizas) y la satisfacción de ayudar a su familia. Le brillan los ojos y se dibuja en su rostro una gran sonrisa cuando dice que a todos sus hermanos les regaló casas.


No titubea al decir que el Gobierno glorifica los deportistas cuando tienen éxito, pero cuando se retiran, se olvidan de su existencia.

‘La indiecita’, su novia eterna
Conoció a Zunilda Contreras cuando tenía 18 años y ella 17. “Ella era una morenita ‘indiecita’, bien linda y yo un negrito maluquito, yo dije: tengo que aprovechar esta jugada”, dice Bernardo con picardía. Su esposa, que no lo pierde de vista, ríe a carcajadas cuando escucha a quien ha sido su esposo por 58 años, decir esa frase.


Se hicieron novios y al poco tiempo vivieron juntos. Cuando se tituló campeón nacional le regaló la medalla a esa mujer que le robó el corazón y quienes no estuvieron de acuerdo con esa acción les ‘cerraba el pico’ diciendo: “Yo se la doy porque ella es mi novia, respeten”.


Relata con cierto celo que se la llevaba a todas partes donde iba y cuando nació su primera hija, lo acompañaban las dos. Zunilda era quien le decía cómo pelear cuando estaba en el ring, ella por medio de señas le decía que descansara, pegara o le indicaba en qué dirección moverse y él obedecía.


Todavía habla de ella como su novia, pese a que se casaron después de un tiempo de vivir juntos, Bernardo habla de su boda con alegría, dice que había un pudín grande, su novia estaba hermosa y había muchos invitados, entre ellos, todos los boxeadores colombianos de la época. 


Asegura que esa mujer de la que todavía está profundamente enamorado fue la que lo llevó por buen camino, y gracias a ella no consumió drogas ni tampoco lo dejaba tomar, pero él a escondidas se echaba sus traguitos ‘pa’ pasarla bacano’.


Cuando le pregunto si es feliz sonríe y me responde: “Claroo, un viejito feliz y alegre. Mira, todavía tengo a mi novia”.

***
Todas las mañanas, Bernardo, el gigante, se levanta temprano para cumplir una misión sagrada: hacerle el café a su novia y llevárselo a la cama. Lava los platos y por las tardes expurga el arroz –le saca las impurezas- sentado en el patio, debajo de un palo de mango.


En la calle aún lo reconocen como campeón.


Y si pudiera regresar el tiempo, ¿evitaría algún golpe?
-Nada, no cambiaría nada. Y volvería a tener amores con mi novia, ella me tiene contento. 

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