Facetas


Blas de Lezo, la tumba invisible

GUSTAVO TATIS GUERRA

29 de julio de 2018 12:00 AM

Cartagena es una ciudad de tumbas invisibles.
A veces llegan los viajeros de ultramar a preguntar dónde está sepultada la india Catalina, Blas de Lezo y Sebastián de Belalcázar.
De la India Catalina no se supo jamás dónde la enterraron porque las denuncias que hizo sobre Pedro de Heredia, después que ella se dio cuenta que Heredia traicionaba al Rey de España, reduciendo el oro encontrado en las tumbas indígenas, las autoridades españolas no quisieron seguir escuchando a esa loquita que quiere socavar el imperio español, después de ser la concubina de tres conquistadores. Y la silenciaron. Y nunca más se volvió a saber de ella.
Lo extraño de la india Catalina es que nunca denunció a Heredia por haber sido raptada desde niña, sino que ya convertida a la religión católica, sentía que traicionaba a Dios y al rey, no contando la verdad de lo visto.
De Pedro de Heredia tampoco se supo a ciencia cierta si murió ahogado o se inventó el naufragio para seguir viviendo y saber en vida que lo habían exonerado de todas las culpas. La versión es absolutamente mía y es una arbitrariedad de cronista. Pero puede llegar a ser cierta, partiendo de la astucia con la que estaba dotado Heredia, para inventarse su propia muerte.
Hace poco en Madrid un par de historiadores reveló dos documentos que precisan el lugar donde está enterrado Blas de Lezo. Es el libro La última batalla de Blas de Lezo, de Carolina Aguado Serrano y Mariela Beltrán García-Echániz, quienes confirman con una carta del hijo mayor de Blas de Lezo, que su padre fue enterrado en la antigua capilla de Veracruz, junto al Convento de San Francisco, en el recinto donde se demolieron los teatros de Cartagena, del siglo XX.
Junto a la tumba de Blas de Lezo en la antigua Capilla de Veracruz, arrasada por el comercio, están las tumbas de militares y personajes legendarios de la historia de Cartagena.
Los mismos arquitectos e historiadores, han quitado piedra sobre piedra para preservar el patriminio de los conventos erigidos en el siglo XVII, y tienen el corazón en vilo, porque en cualquier instante pueden dar con la tumba de Blas de Lezo.
¿Cómo la tumba de un héroe como Blas de Lezo se volvió invisible, por la prisa de unos comerciantes que querían erigir negocios en medio de un ámbito patrimonial, arrasando la memoria?
Blas de Lezo murió el 7 de septiembre de 1741, de fiebre amarilla o vómito negro. El 2 de noviembre de 1773, Francisco Ximénez de Winthuysen, director de la Academia de Caballeros Guardiamarina de Cádiz, le envió una carta al hijo mayor de Blas de Lezo, don Blas Fernando de Lezo y Pacheco, para que les facilitara un retrato de su padre para la galería de efigie de los oficiales generales.
El hijo mayor de Blas de Lezo dice en esa carta del 3 de diciembre de 1773, que “el retrato de mi padre está colocado en el arco de mármol donde fue enterrado su cadáver en el Convento de Dominicos de Cartagena”. El documento ha sido revelado por los historiadores en su libro y ha sido comentado como una verdadera primicia por el historiador Francisco Muñoz Atuesta, quien lo dio a conocer a El Universal.

Una reproducción del retrato de Blas de Lezo, que tenía José María Miguel de Lezo, fue enviadaa España, pero llegó en mal estado. Una copia de ese retrato se mantuvo en el Convento de Santo Domingo en Cartagena, pero nadie sabe adónde fue a parar. ¿Quién se llevó esa reproducción del retrato de Blas de Lezo que estaba en Cartagena? La petición del hijo mayor de Blas de Lezo era que el retrato de su padre fuera compartido entre Cádiz y Cartagena.

Los historiadores de Cartagena, intuían que Blas de Lezo estaba enterrado en la antigua capilla de Veracruz, pero no existía un documento tan contundente como el que acaban de mostrar las dos historiadoras en Madrid.
Siempre fue un misterio la tumba de Blas de Lezo, dice Francisco Muñoz.

Sebastián de Belalcázar, otra tumba invisible
Las tumbas de los personajes de la historia de Cartagena, del siglo XVI y XVII, se desdibujan con la misma negligencia con que hoy vemos los mausoleos de los muertos de la Independencia o de los personajes de la historia local del siglo XX en el Cementerio de Manga.
La ciudad heredó el terrible defecto de saquear su propia memoria. Basta entrar al cementerio para ver cómo se roban los mármoles de los mausoleos.
Hace poco un amigo me preguntó dónde estaba seputado Sebastián de Belalcázar, muerto en 1531.
Al amanecer, el historiador Francisco Muñoz Atuesta, de la Academia de Historia de Cartagena, me contó que Sebastián de Belalcázar está enterrado en la casa de Victorio Mainero, en la calle del Colegio con Calle del Coliseo, en lo que es hoy la Casa 1537, donde estuvo la primera catedral de Cartagena.
Pedro de Heredia, según Juan de Castellanos, y referenciado por Muñoz Atuesta, instauró una inscripción en latín sobre su tumba:
 

“Ista Benalcazar potuit concludere tumba.
ipsius al faman claudere non raluit:
Succubuil fatis, que passim candida turbant,
Gesta tamen calamo sunt celebranda pio”.

 

“Recuerdo que su inhumación se realizó en la antigua catedral (calle del Coliseo), junto al altar que tenía azulejos, bajo la lápida (que tiene la inscripción en latín), descansa su cuerpo vestido con “sus mejores prendas”, recuerdo se hace referencia a una camisa blanca de “media vida” con sus botones de oro, su pechera, casco y espada. Parafraseando a don Juan de Castellanos.
En mi sentir, dudo mucho que los hermanos Alonso y Pedro de Heredia, se hayan tomado tales molestias con don Sebastián, ya que le tenían cuentas pendientes por haberles puesto en cadenas en el pasado.
Don Pedro no era exactamente “buena persona”.
No dudo haya sido sepultado en la primitiva catedral, donde se enterraron a muchos ilustres personajes de nuestra historia colonial”.

Cementerios en iglesias
 

Cartagena enterró en las iglesias y conventos a sus personajes célebres, pero también la élite social y ecomómica eligió la cercanía a los altares con la ilusión de salvar su alma, más allá de la muerte. Entrar a la Catedral de Cartagena, la Iglesia de Santo Domingo, a la Iglesia de San Pedro, es entrar a su vez, a un cementerio de la época.
Los fieles pisan los baldosines pero en verdad pisan lápidas. Debajo hay una historia escondida. Los restos de un viajero. De un marinero. De una abadesa. De un frayle. De un militar.
En Cádiz se mantiene la casa donde vivió Blas de Lezo en la Calle Larga, en 1736, un año antes de partir para Cartagena. Está el aljibe en el patio restaurado y una escalera que nos eleva a las huellas del tiempo. En la puerta de entrada, hay una evocación del teniente general de la Armada que derrotó a los ingleses en 1741. La casa se mantiene.
Cartagena no tiene ninguna señal aún que nos guíe al lugar exacto donde fue enterrado. Hoy con la restauración de los viejos conventos que rodearon al Convento de San Francisco, hay indicios para encontrar la tumba de Blas de Lezo, tal como lo dice la carta del hijo mayor del guerrero que perdió un ojo, un brazo y una pierna, defendiendo a España y Cartagena.

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