Tenía 32 años cuando me di cuenta de que me estaba dejando el tren.
Había estudiado una carrera de tiempo completo y una especialización. Siempre he sido el prototipo de mujer moderna: independiente y exitosa. Me concentré tanto en la parte profesional que abandoné otros aspectos de mi vida. Uno de ellos, la maternidad.
Me acuerdo una mañana que desperté diciendo: 'quiero ser mamá'. Pero no tenía novio, amante, machucante, arrocito en bajo, nada ¡No había nada a la vista! Y los que se me acercaban eran claros conmigo en cuanto a sus intenciones y me advertían que no querían compromiso. Mas eso poco me importaba, ya yo había decidido que sería madre para entonces.
Oye, es que parece que una mujer entre más profesional sea y, más escala intelectual tenga, espanta con mayor facilidad a los hombres. Sentía que a ellos les daba miedo acercarse y sostener una relación.
¡Ay, no! Y aparte de todo, no sé si era que se me veía en la cara el desespero o qué, pero todo el mundo me decía que no fuera boba, que me dejara preñar de alguno y no le dijera nada, que eso era fácil. Pero en el fondo, sabía que esa no era la forma.
Creía que si no podía conseguir el hogar que soñaba, sí podía tener un hijo sola. Aparte, así no tendría el compromiso de prestárselo al papá dizque los fines de semana, ni nada de eso.
Empecé a hacer averiguaciones en una clínica de fertilidad en la que trabajaba una amiga y asistí a una consulta que me salió por 140 mil pesos. Es que uno para poder ir a un lugar así, debe tener platica. Me hicieron varios exámenes previos a la inseminación artificial.
En ese proceso, me gasté tres millones de pesos. Las posibilidades de salir embarazada estaban entre un 20% y un 25%, que son las mismas cuando vas a tener un relación sexual en tus días fértiles.
Luego de la serie de exámenes que te hacen, te dan unas pastillas y te ponen unas ampollas de acuerdo con tu ciclo menstrual. Cuando llega el momento de la ovulación, uno elige cómo es el donante con el que te quieras embarazar. Son donantes anónimos, personas a las que no les ves la cara, sólo aparecen las características. Por ejemplo, esa que leí decía: este hombre es de tal estatura, color tal de ojos y cabello así. Pero nunca ves una foto.
Sabes lo que todo el mundo conoce: que son jóvenes universitarios que hacen eso por plata. Pero tienes claro que son sanos, que les practican exámenes de laboratorio y psicológicos. Yo elegí un hombre de 1.70 de estatura, ojos café, porque no habían en el momento ojos verdes, y de cabello castaño. Ah, era cachaco. No sabía más nada sobre el donante.
Llegó el día de la inseminación y todo parecía estar perfecto. Todo salió bien. La menstruación no me bajaba, empezó mi embarazo, fui al control con la ginecóloga, quien me felicitó porque quedé embarazada de una. Decía que eso no era frecuente. Ese día salí de ese lugar más feliz que nunca. Empecé con los controles, pero estaba asintomática, no me sentía absolutamente nada.
Durante los dos meses que estuve embarazada me preocupaba qué le iba a decir al niño cuando naciera y me preguntara por su padre. Pero lo que más me afectaba era tener que lidiar con los comentarios de la gente: ¿Quién es el papá del niño? Y yo inventaba que era un novio cachaco que tuve. 'Ajá, ¿pero el man quién es?'. Había días en que amanecía de mal humor y les decía: bueno, ¿a ti qué te importa? Yo soy la mamá. Estaban unos más atrevidos que me decían: 'Yo quiero esperar a que nazca ese pelao para ver a quién se parece'. ¡La gente cuando se lo propone es horrible!
Seguí con los controles, hasta que, en una de esas citas, el ginecólogo de turno me dijo que había tenido una pérdida. ¿Qué? ¿Cómo así? ¿Cuándo? Ni siquiera me había dado cuenta. No tuve sangrado vaginal. Vino todo el proceso del legrado y me quería morir. Estaba inconsolable. No paraba de llorar.
En la clínica me recomendaron que volviera hacer el proceso, que yo era joven, que estaba lista. Otra vez pagué los 3 millones de pesos. Pero más que la plata, en ese cheque iba también una inversión de mis sentimientos e ilusiones.
Me volvieron a inseminar con el mismo donante anónimo y ahí sí no quedé embarazada. Me resigné. Pensaba que quizá no estaba hecha para la maternidad.
Seguí con mi vida normal, saliendo con colegas, nada serio. Hasta que conocí a un hombre y quedé embarazada.
Me reservo el tiempo, pero sí fue muy rápido. Y mira mi muñeco (le da un beso al bebé, quien no ha parado de sonreír en estos 20 minutos que llevamos hablando). Nació por cesárea, porque venía atravesadito. Estoy montada en una aventura maravillosa. Aunque no es tan fácil como uno cree. Esa frase de que Ser madre te cambia la vida, es literal. Es lo más real. Mi bolso, que antes pasaba lleno de maquillajes, ahora está lleno de pañales y biberones.
SUEÑAN CON SER MADRES
Como Camila hay miles de mujeres que sueñan con convertirse en mamás. Algunas se dedicaron tanto a su parte profesional que postergaron la maternidad y, cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. Otras, tienen una orientación sexual diferente y sus parejas, por obvias razones, no pueden procrear. Están, las que son infértiles. Las que no desean compartir su hijo con otra persona. Y existen, inclusive, las que por estilo de vida quieren ser madres solteras.
Todos estos casos llegan a diario al Centro Colombiano de Fertilidad y Esterilidad (Cecolfes), uno de los más prestigiosos de América Latina y que opera en Cartagena, en el barrio Manga.
La bacterióloga Marisol Martínez es la directora de la sede en Cartagena, y cuenta que son cantidades las mujeres y parejas que se acercan a ese centro médico.
Son varios los métodos que se ofrecen en el lugar. Si se trata de parejas que llevan años intentando convertirse en padres, se comienza con uno de los procedimientos más sencillos: identificar los días más fértiles de la mujer y estimularlos con hormonas, para que haya mayor ovulación. De ese modo, se tienen relaciones sexuales y es más factible el embarazo.
Cuando llegan mujeres como Camila, que no tienen una pareja estable, y creen que es el momento de ser madres, se puede acudir a la inseminación artificial. Para este método se requiere que haya buena permeabilidad de las trompas. Se toma el semen del donante, que es previamente elegido por la madre. Ese semen, que está en cuarentena y congelado, se prepara y se capacita para el proceso.
Hay otros tratamientos que tienen más posibilidades de ser efectivos. Es el caso la fecundación in vitro, en donde los óvulos se estimulan y luego se sacan de la mujer. Lo mismo se hace con el semen del donante. En el laboratorio se inyecta el semen al óvulo. Los porcentajes de que el procedimiento sea efectivo varían entre el 40% y 55%.
Hay un nuevo tratamiento que está a punto de ser implementado: la vitrificación de óvulos. Si usted desea ser madre, pero siente que este no es un buen momento para la maternidad, que quiere estudiar, hacer una especialización, disfrutar su soltería al máximo y seguir echándose el sueldo encima, este método es quizá lo que necesita.
Se trata de congelar sus óvulos y preservarlos en el tiempo. Está comprobado que a más edad, menos posibilidades de ser madre. Por eso, con este proceso usted puede congelarlos hasta el momento que crea que está lista para tener un hijo.
“Aunque todos son tratamientos científicos, siempre les pedimos a las mujeres solteras o a las parejas que se pongan en manos de Dios. He visto milagros en este trabajo, que es el más gratificante del mundo. Amo ver las sonrisas de las pacientes cuando cumplen su sueño de ser mamás”, concluye la directora del centro.
Comentarios ()