El carnaval es la gran parranda universal, la que se celebra en casi todos los países del mundo, como un período de transgresión, de ruptura de todos los límites y desborde de todos los controles. Durante el carnaval, los hombres se visten de mujeres, las mujeres de hombres, el súbdito se vuelve patrón, y son permitidas todas las burlas a la jerarquía y al poder.
Hay muchas teorías sobre su origen, desde la que lo sitúa en la Grecia clásica y la Roma antigua, hasta las que ven su nacimiento como una pugna entre el paganismo desaforado y la moral católica restrictiva e inquisidora de la Edad Media.
Lo cierto es que desde la más remota antigüedad hay vestigios de celebraciones desmedidas, entre ellas las saturnales y las fiestas báquicas, en las que corría el vino en cantidades y se dejaba atrás el recato y el comedimiento, bajo el amparo de las máscaras que garantizaban el anonimato.
Esta clase de fiesta se celebraba también en los más antiguos pueblos teutónicos, en ciertas comunidades celtas y en todo el Mediterráneo, para celebrar el cambio de estación, que era también la llegada del año nuevo, tiempo de renovación, en que la vida y la naturaleza volvían a nacer tras el largo invierno.
Se sabe que en la Roma clásica se organizaban procesiones en las cuales paseaba por las calles un carro o carroza con ruedas, encima del cual hombres y mujeres bailaban y cantaban con el rostro cubierto con máscaras, todo ello en honor a Baco, el dios de la embriaguez y los excesos.
Según las inscripciones de algunas vasijas que datan de la más temprana civilización romana, la carroza de los desfiles era llamada Carrus Navalis, porque también simbolizaba un barco en el tiempo en que se reabría la navegación después de la pausa del invierno.
Allí encuentran algunos historiadores el origen de la palabra carnaval (carro naval) y se sustentan para ello en la costumbre actualmente vigente en Colonia (Alemania) de la procesión del barco-carroza, encima del cual van hermosas muchachas vestidas con trajes antiguos, bailando y cantando y dándoles la buena suerte a los espectadores, tocándoles los hombros con un ramo del arbusto de retama.
El carro naval, originalmente un tributo a los dioses, especialmente a Baco, sigue presente en toda Europa, como un recuerdo de las costumbres de la antigüedad.
En la Edad Media, la Iglesia Católica, ansiosa de borrar todo vestigio de las costumbres paganas, decidió emplear la estrategia más eficaz para ello: apoderarse de esas costumbres, transformándolas en parte de su parafernalia exegética. Astutamente, la Iglesia propuso una nueva etimología de la palabra carnaval haciéndola derivar del latín vulgar carne-levare, que significa “abandonar la carne”, sugiriendo que tras el desenfreno de la parranda, el vino y la fiesta, venía una etapa de recogimiento, ayuno y abstinencia, de 40 días, que empieza el Miércoles de Ceniza. De allí la prohibición de comer carne todos los viernes de la Cuaresma (abandonar la carne, carne-levare).
Era contradictorio que se llamara carnaval el momento de los excesos, de manera que otros teólogos propusieron su origen en la palabra italiana carnevale, que significa la época en que se podía comer carne, antes de la prohibición de la Cuaresma.
Una tercera teoría etimológica sitúa el origen de la palabra en Carna, la diosa celta de las habas y el tocino, hija de Helerno, que en febrero era objeto de un tributo festivo.
Esa discusión lingüística no afecta para nada el carácter lúdico y satírico del carnaval, la fiesta más popular en el mundo entero, cuyas características varían de una a otra región, incluso la fecha, pues no todas se celebran en las carnestolendas (carne tollenda, tiempo previo a la cuaresma), pero que comparten la esencia transgresora a través de los desfiles de las comparsas y los disfraces.
Comparten también un elemento que demuestra esa apropiación católica que separa tajantemente los excesos de la moderación, que posiblemente empezó como un ritual que marcaba el fin de la fiesta y el comienzo del recogimiento: el entierro del carnaval.
El antropólogo escocés sir James George Frazer recoge en su libro “La rama dorada” numerosas costumbres del carnaval en Europa y otras regiones del mundo, observadas directamente o recopiladas a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, describiendo esta ceremonia festiva que en Barranquilla se conoce como “El entierro de Joselito Carnaval”.
Dice, por ejemplo, que en Normandía, al atardecer del Miércoles de Ceniza se tenía la costumbre de celebrar lo que llamaban el entierro del Martes de Carnaval. Hacían un muñeco vestido de harapos, con un sombrero viejo, una barriga grande y redonda rellena de paja, representando al vago y borrachín que después de un período de disipación estaba próximo a pagar todos sus pecados. Alguien lo llevaba en hombros por las calles precedidos de un tamborilero y acompañados de una multitud insultante en medio de un estropicio de ollas, tenazas y sartenes. Finalmente llegaban a un sitio donde lo quemaban con gritos y carcajadas.
En la localidad francesa de Saint-Lô, narra también Frazer, la figura del Martes de Carnaval iba seguida por una viuda, que era un hombre vestido de mujer con un velo de luto, lamentándose apesadumbrada con gritos estentóreos.
La ciudad universitaria alemana de Tubinga era escenario de una fiesta en la que el Martes de Carnaval vestían un muñeco de paja con unos calzones viejos y le sujetaban una morcilla fresca en el cuello, le hacían un juicio, lo condenaban, y era decapitado, tendido en un ataúd y enterrado el Miércoles de Ceniza.
En Braller, localidad sajona de Transilvania, el Miércoles de Ceniza o el Martes de Carnaval, llevaban un muñeco de paja envuelto en una sábana , acompañado de dos jóvenes disfrazados de viejos, llorando a lágrima viva, en una procesión seguida de los otros jóvenes del pueblo montados a caballo y adornados con guirnaldas, hasta llegar a un sitio en el cual sería ahorcado.
El entierro del Carnaval en la localidad alemana de Lechrain consistía en un desfile de cuatro sujetos que transportan en unas angarillas a un hombre vestido de mujer con ropas negras, seguido de otros hombres igualmente vestidos de mujeres enlutadas. Al llegar al estercolero del pueblo lo arrojaban al suelo, lo mojaban y lo enterraban cubriéndolo con paja.
El denominador común de estas costumbres es la muerte del personaje que encarna el desenfreno, el exceso, la fiesta y la indisciplina, como paso previo a la temporada en que la gente se somete a las rigurosas privaciones de Cuaresma.
En algunas regiones, según Frazer, en estas ceremonias del Carnaval o de Cuaresma, efectuaban la resurrección de la persona que hace de muerto, aunque casi siempre al año siguiente, al comienzo del Carnaval.
Venga del carro naval de las celebraciones de Baco o de la temporada de ayuno de la Cuaresma, el carnaval es único en el mundo y con un solo significado: el desenfreno festivo.
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